Capítulo 5

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El viernes, después de las clases, en vez de volver a la residencia (así solían llamar los educadores al orfanato para suavizar la aspereza con la que sonaba), Nid fue paseando por las calles repartiendo copias de su curriculum por tiendas y bares. La verdad era que no tenía muchas esperanzas en conseguir nada, pues no tenía ninguna experiencia laboral, y con tan solo diecisiete años y sin haber acabado siquiera el bachiller era muy improbable, por no decir imposible, que alguien le ofreciera trabajo.

Caminaba con desgana, y sin prestar atención a sus pasos, pensaba en qué haría cuando fuese mayor de edad si no conseguía curro, y teniendo en cuenta las pocas posibilidades, se veía viviendo en la calle y el mundo se le venía (más) encima.

Seguía buscando buzones en los que repartir los papeles que llevaba en la mochila, estaba desesperada, seguía pensando que con diecisiete años no le darían trabajo ni de coña.

Pasó por delante de una discoteca, parecía el típico sitio donde van los pijos millonarios que se gastan el dinero de sus padres en drogas de diseño y putas. No había nadie en la puerta, y como era de día el sitio parecía estar vacío. Para su sorpresa, la puerta estaba abierta, así que después de dudar un segundo, la empujó y se coló dentro. El sitio estaba poco iluminado, con música de fondo como la que oyes en un ascensor, y un señor cincuentón limpiando detrás de la barra, aunque no parecía que su trabajo diese mucho resultado, ya que el suelo estaba pringoso y la barra llena de vasos usados. Nid se quedó quieta mirándole sin saber muy bien qué decir ni qué hacer, y después de unos cinco o diez minutos, el hombre se percató de que la niña estaba ahí.

- Mocosa, aquí no vendemos chucherías así que vete a otra parte a tocar los huevos, anda. - Su voz era áspera y grave, y él era robusto y alto. Imponía bastante, pero ella se había topado con demasiada gente en la vida como para que ahora un hombre de tres al cuarto le diera miedo.

- No vengo a molestar, necesito trabajo y quería saber si tenéis algún puesto libre por aquí. De camarera, de limpiadora... Menos prostituirme estoy dispuesta a todo.

El hombre soltó una risa burlona.

- Está bien, niña. El caso es que necesitamos gente para las noches de fiesta y que de vez en cuando esté por las mañanas en el bar. Si eres capaz de enseñar todas tus virtudes - dijo mientras la miraba de arriba a abajo - estoy dispuesto a dejarte una noche de prueba este fin de semana.

A Nid no le hacía especial gracia eso de que tuviera que 'enseñar sus virtudes' pero, por otro lado, tampoco podía aspirar a un trabajo mejor, así que aceptó sin pensárselo dos veces. Le dio la mano al hombre, con el que quedó en verse ese mismo fin de semana, y salió del local.

Cuando quiso darse cuenta se le había hecho de noche, y decidió darse un paseo antes de volver al orfanato. La calle, al no tener demasiadas farolas, se iluminaba por el brillo de la luna y alguna que otra tímida estrella que asomaba en el cielo. Todo era calma, y Nid disfrutaba tanto de esos momentos de paz... A veces necesitaba evadirse del mundo por un instante y solo oír el silencio.

Mientras paseaba, algo, o mejor dicho, alguien interrumpió el silencio. Un grupo de gente de unos veinte años aparecían a lo lejos por la calle. Nid intentó esquivarlos metiéndose por otra calle, pero cuando quiso darse cuenta les tenía encima. Eran dos chicos y unas cuantas chicas, todos tan borrachos que se sostenían unos a otros para no caerse. Uno de ellos se chocó con Nid, casi tirándola al suelo.

- ¡Borrachos de mierda, mirad por dónde vais, imbéciles!

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