cap. 7

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La clase de Educación Física fue... Intensa. Heath y yo estuvimos al borde de un colapso pulmonar cuando el entrenador nos obligó a correr durante cuarenta minutos para poner a prueba nuestra inexistente resistencia. Mientras el resto de nuestros atléticos compañeros corrían sin problema, conversando unos con otros mientras lo hacían, mi amigo y yo éramos incapaces de hacer algo que no fuera lloriquear mientras tratábamos de no tropezar y caer el suelo por la fatiga y la falta de oxigeno en el cerebro.
Shawn nos miraba disimuladamente, divirtiéndose ante la imagen de dos payasos agonizantes, y aunque él vivía la actividad tranquilamente y sin sobresaltarse gracias a su excelente capacidad atlética, de vez en cuando ralentizaba su paso para hacer algún comentario o tratar de darnos ánimos.

Así que cuando el entrenador hizo sonar el silbato anunciando el fin de la jornada no dudamos en desplomarnos en el suelo, sin fuerzas para mover un músculo.

–Dile a mi madre que la quiero... – dramatizó Heath arrastrándose por el suelo para posicionarse a mi lado mientras respiraba pesadamente.

–Díselo tú, yo no creo que pueda volver a caminar. – lloriqueé sin que se me salieran las lágrimas, palmeando el pecho de mi amigo cuando se tumbó a mi lado. – ¿Qué clase te toca ahora?

–Inglés, creo que con tu hermano... ¡No puedo esperar para ver su cara! – fingió emoción antes de poner una mueca de asco y girar a mirarme. – Pero tenéis la misma cara así que no puedo odiarlo. – le pegué una patada y rodé sobre mi cuerpo para añejarme de él, con una mueca divertida en la cara, sintiéndome alagado aunque un poco triste porque las dos personas que más quería no se llevaran bien.

Un pitido del silbato hizo que ambos nos sentáramos sobresaltados, mirando al entrenador y dándonos cuenta de que nuestros compañeros ya habían despejado la cancha y se habían metido en los vestuarios para ducharse, dejándonos a ambos solos, tirados en el suelo.

–¡Tortolitos, ¿no escucháis?! – gritó el entrenador en nuestra dirección y ambos nos levantamos de un salto, avergonzados por la atención que estábamos recibiendo por parte de hombres y de algunos de los alumnos que se paseaban por los alrededores y se giraron a mirar a quien le chillaba el entrenador. – ¡Hora de ducharse, campeones!

Asentí rápidamente, notando mi pulso acelerarse y el rubor subir a mis mejillas mientras empezaba a caminar apresuradamente tirando de mi amigo para que me siguiera y sintiendo mis piernas vacilar en doblarse al tiempo que temblaban por culpa de no haber tenido tiempo de recuperarse tras tanto tiempo de actividad.

Heath gimoteó soltándose de mi agarre, quejándose de que lo apretara demasiado, y yo solo miré al suelo avergonzado mientras caminábamos en dirección a los vestuarios en silencio.

Una vez llegamos a la puerta miré a mi amigo Heath, pidiéndole incómodo que abriera la puerta, y él hizo lo que le pedí, sabiendo la ansiedad que me daba el simple hecho de estar cerca de los vestuarios.

Entré tras él, encontrándome directamente con la multitud de cuerpos desnudos que se movían ágilmente y sin pudor por la pequeña habitación llena de un espeso vapor provocado por las calientes duchas.

Miré al suelo, notando mis mejillas tornarse de un rojo intenso y me separé de mi amigo sin decir nada para dirigirme a mi taquilla y meter la cabeza dentro.

La suerte no parecía estar de mi lado durante es curso, pues solo estaba en el tercer día y ya había vomitado, me había expuesto, me habían pegado y había peleado con Heath...
Y hablando del último, la única clase que compartía con mi mejor amigo era la más odiada por mi, sobretodo ya que ese año no la tenía a última hora como los cursos anteriores.
Si era a última hora podía ir a casa directamente y librarme de un mal trago en los vestuarios, en cambio, ahora, tendría que enfrentarme a toda aquella situación embarazosa.

R O S E S  {s.m}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora