Largas noches y espíritus II

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Cómo se habrán dado cuenta, mi mayor defecto es que no suelo pensar las cosas cuando ya estoy metiendo las manos en el fuego. No es un hábito que escogiera tener, siempre he sido de ese modo, y empeoró desde que me golpeé la cabeza. Para cuando reparo en ello es muy tarde, Thülle y yo nos perdimos.

No sé con certeza cuanto tenemos en este túnel que conduce a ningún lugar, no tanto como una tarde, más de la mitad. Mis tripas gruñen, reprochando no llevar nada de comida con nosotros si pensaba embarcarme en otra aventura. Me digo que nada de esto se planeó, fue un impulso, vi la oportunidad de conocer una de las misteriosas rutas prohibidas y la aproveché, ¿tan malo es?

Creo que la respuesta es obvia. Sí, Scáthach, es malo, muy que MUY MALO. Es tan malo que Thülle lleva un buen rato sin parlotear, y eso que se le da demasiado bien.

El túnel es oscuro, cavernoso, las paredes son de tierra arcillosa y tiene un fuerte olor mineral. Si no fuera por las piedras luminosas que Thülle traía consigo —no sé de dónde las ha sacado— estaría dando tumbos contra todo. Él no las necesita, los seres feéricos pueden ver en la oscuridad, o al menos lo hacen mejor que los humanos.

—Se llama visión oscura*, no es perfecta pero resulta muy útil, los seres del Subreino la desarrollan en los primeros meses de vida, incluso llegan a distinguir los pigmentos —explicó después de entregarme el par de piedras, desprenden un brillo blanco platinado el cual no puedo mirar por mucho tiempo sin sentir los ojos escocerse— yo solo puedo distinguir las formas, por ejemplo, a ti te veo como si te hubieran quitado los colores.

—Yo apenas puedo verte con ayuda de estas —Thülle asiente con una sonrisa pequeña y comprensiva— sin ellas solo te escucharía.

—Los humanos no tienen los mejores sentidos, es normal —seguimos avanzando, en este punto nos olvidamos de cuanto llevamos aquí— escuché que algunos entrenan para desarrollarlos, incluso pueden llegar a tener la visión oscura de un ser feérico.

—¿De veras? —pregunto esperanzada, definitivamente quisiera algo como eso— ¿y sabes cómo?

—No tengo ni la menor idea —su rotundidad desploma mis ánimos, y el repentino silencio no ayudó en nada.

Cada paso que damos incrementa mi preocupación, no encuentro diferencias entre este camino y todo lo que recorrimos. La roca de la izquierda se parece mucho a una que dejamos atrás, la pasamos cuando veníamos hablando de la visión oscura. ¿Esa de allí no es la curva de la derecha que tomamos justo después de...?

Tiro la mirada abajo y freno abruptamente, veo como hay huellas de mis botas junto a otras, idénticas.

Thülle se detiene como si me leyera el pensamiento, escudriña de un lado a otro en el comienzo de la curva. La luz de las piedras no me deja ver mucho su rostro, pero no hay que tener visión oscura para saber que está nervioso. Es la primera vez que lo veo así y eso me preocupa aún más, dicen que los seres feéricos no son de mostrar sus emociones —alguien me dijo eso una vez, no recuerdo quién—, las controlan como si aprendieran a hablar y casi nunca las comparten con otros.

Seguro pensarán que Redcap no se manejaba demasiado bien para ser un feérico, mi teoría es que la senilidad le atrofia el autocontrol. Si salgo de aquí alguna vez se lo preguntaré a Maebe, ella sabe mucho de eso.

Maebe. Maebe va a matarme, asumiendo que la vuelva a ver.

—¿Lo escuchas?

—¿Qué?

—Concéntrate, olvida que estamos perdidos y escucha con atención —insiste, no es que la confirmación aún más irrefutable de nuestra situación ayude a tranquilizarme.

En Tiempos de OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora