Capítulo 4: Un cálido frío

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Desperté jadeante al darme cuenta de que había congelado, de manera inconsciente, mis sabanas y parte de mi alcoba.

Desde que era niña, y había ocurrido el incidente con Anna, no me había vuelto a pasar algo como esto. Bueno, ocurrió un par de veces en mi adolescencia cuando sufrimos la perdida de nuestros padres, pero ni siquiera los acontecimientos de hace un año habían logrado que yo volviera a congelar mi habitación.

Hasta ahora.

Intenté deshacer el hielo, pero... no pude. Quizás aún me encontraba bastante alterada por las pesadillas que había tenido.

—No te culpo por estar enojada—su voz era un suave murmullo y la sinceridad en su voz me hizo estremecer—. Lo merezco—su dolor era tan palpable. Alzó su mirada y aquellos ojos azules se veían tan tristes que rogaban por un abrazo. Me permití ver fijamente aquellos ojos que me atemorizaban. Pero ante aquella tristeza y aquel dolor me di cuenta de que... ya no les tenía miedo—. Perdóname.

Sacudí la cabeza para apartar su voz y sus ojos tristes de mi mente.

Cielos, se veía tan arrepentido. Tal vez, él merecía que...

¡No! Definitivamente no. Él había intentado asesinarme. Eso, de ninguna manera, merecía el perdón.

Intenté ocupar mi mente en el despacho.

Hoy el pueblo organizaría una fiesta en honor de Anna y Kristoff, así que la algarabía del pueblo de Arendelle llegaba a través de mi ventana con demasiada fuerza y no pude deshacerme de la tentación para dar una pequeña mirada.

Me levanté y eché un vistazo por la ventana hacia mi pequeño y hermoso pueblo.

Era un hermoso día soleado, ¿por qué lo estaba desperdiciando aquí adentro? Además, supongo que un poco de aire fresco me hará sentir mejor que el aire viciado del castillo.

Con un ligero y fluido movimiento de mis manos sobre mi ropa, aparecí mi vestido de verano para ir a pasear.

Amaba demasiado a mi pueblo. Arendelle. Mi hogar.

Creía que todos me odiarían o temerían por lo ocurrido hace un año, pero resultó todo lo contrario. La prueba de ello eran las sonrisas, los saludos y las ligeras reverencias que me daban todos los habitantes cuando pasaba junto a ellos. Nadie huía atemorizado, sino que se acercaban para saludarme con respeto y algunos niños se acercaban con sonrisas llenas de ilusión esperando un abrazo o una demostración de mis poderes.

Los preparativos para la celebración estaban casi listos. Había banderines y listones de muchos colores ondeando en el aire. Habían armado un par de juegos para los niños e incontables puestos llenos de deliciosa comida.

Me dejé envolver por las risas, música y el exquisito aroma que flotaba en el aire. Todo aquello me así sentir mejor y por un momento podía olvidar todo aquello que me estaba preocupando.

Cerré los ojos para poder concentrarme mejor en todo lo que me rodeaba. Bloqueé la vista y tanto mi olfato como mi oído se agudizaron. La música se volvió más clara y los aromas se tornaron más fuertes.

De la nada algo me golpeó y me hizo trastabillar de manera que terminé cayendo de sentón en el suelo. Bastante propio de una reina caer con el trasero, pero prefería el duro suelo a haber caído en el agua.

—Oh no, no de nuevo.

Alcé la mirada y jadeé al encontrarme con Hans y su caballo. Los responsables de mi torpe caída.

—Acepto tus disculpas—murmuré con sarcasmo.

—Lo siento—con agilidad él bajó del caballo—, es solo que ya me había pasado, con Anna—carraspeó un poco—. Así fue como nos conocimos.

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