VII: Disculpa aceptada.

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Fue una decepción para Hermione no encontrarse con los chicos en el tren, mientras estuvo con Neville y su sapo Trevor. Tampoco los vio en la cena y se corría un tonto rumor que los habían expulsado y eso para Hermione era como mil dagas, imaginar que hayan expulsado a Harry y Ron le era difícil procesar, más cuando son sus únicos amigos. 

En camino al dormitorio le era inevitable contener las lágrimas, entonces vio a Ron y su corazón se detuvo al imaginar que solo habían expulsado a Harry pero en menos de un segundo pudo ver al azabache con cara de confusión. 

—¡Están aquí! ¿Dónde se habían metido? Corren los rumores más absurdos... Alguien decía que los habían expulsado por haber tenido un accidente con un coche volador.

—Bueno, no nos han expulsado —le garantizó Harry.

—¿Quieres decir que han venido hasta aquí volando? —preguntó Hermione, en un tono de voz casi tan duro como el de la profesora McGonagall.

—Ahórrate el sermón —dijo Ron impaciente— y dinos cuál es la nueva contraseña.

—Es «somormujo» —dijo Hermione deprisa viendo a Harry de reojo—, pero ésa no es la cuestión..

No pudo terminar lo que estaba diciendo, sin embargo, porque el retrato de la señora gorda se abrió y se oyó una repentina salva de aplausos. Al parecer, en la casa de Gryffindor todos estaban despiertos y abarrotaban la sala circular común, de pie sobre las mesas revueltas y las mullidas butacas, esperando a que ellos llegaran. Unos cuantos brazos aparecieron por el hueco de la puerta secreta para tirar de Ron y Harry hacia dentro, y Hermione entró detrás de ellos.

—¡Formidable! —gritó Lee Jordan—. ¡Soberbio! ¡Qué llegada! Han volado en un coche hasta el sauce boxeador. ¡La gente hablará de esta proeza durante años!

—¡Bravo! —dijo un estudiante de quinto curso con quien Harry no había hablado nunca.

Ron estaba azorado y sonreía sin saber qué decir. Harry se fijó en alguien que no estaba en absoluto contento. Al otro lado de la multitud de emocionados estudiantes de primero, vio a Percy que trataba de acercarse para reñirles. Harry le dio a Ron con el codo en las costillas y señaló a Percy con la cabeza. Inmediatamente, Ron entendió lo que le quería decir.

—Tenemos que subir..., estamos algo cansados —dijo, y los dos se abrieron paso hacia la puerta que había al otro lado de la estancia, que daba a una escalera de caracol y a los dormitorios.

—Buenas noches —dijo Harry a Hermione, volviéndose. Ella tenía la misma cara de enojo que Percy.  

***

Hermione cerró el libro Viajes con los vampiros y miró a Harry que se acercaba a ella. 

—¿Puedo acompañarte? —La miró un poco preocupado a que actuara aún fría con él.

—Claro. ¿Y Ron?

¿Por qué siempre está tan pendiente de Ron?, pensó Harry.

—Se quedo con Dean y Seamus hablando de Quidditch. —Dijo el azabache cortante.

—¿Por qué no te quedaste con ellos? —Juzgo Hermione. —Pensé que te interesaba más hablar de Quidditch que estar conmigo. 

—¿Qué? —Preguntó exaltado Harry, en serio se iba a molestar más con él. —Solo quería disculparme.

—Disculpa aceptada. —Dijo mientras sonreía. 

El howler había tenido al menos un efecto positivo: parecía que Hermione consideraba que ellos ya habían tenido suficiente castigo y volvía a mostrarse amable. Abandonaron juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas.  

La profesora Sprout estaba en el centro del invernadero, detrás de una mesa montada sobre caballetes. Sobre la mesa había unas veinte orejeras. Cuando Harry ocupó su sitio entre Ron y Hermione, la profesora dijo:

—Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras. Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?

Sin que nadie se sorprendiera, Hermione fue la primera en alzar la mano.

—La mandrágora, o mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz —dijo Hermione en un tono que daba la impresión, como de costumbre, de que se había tragado el libro de texto. A veces Harry no entendía cómo podía ser tan inteligente, realmente la admiraba—. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.

—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?

Al levantar de nuevo velozmente la mano, Hermione casi se lleva por delante las gafas de Harry.

—El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.

—Exacto. Otros diez puntos —dijo la profesora Sprout—. Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.

—Cuidado partes mis lentes —dijo por lo bajo en tono burlón. —No sé si mi reparadora de lentes quiera arreglarlos.  

—Siempre termino arreglándolos —sonrió.

Mientras hablaba, señalaba una fila de bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. A Harry, que no tenía ni idea de lo que Hermione había querido decir con lo de «el llanto de la mandrágora», le parecían completamente vulgares. 

De todas formas sabía que al final de cada clase podía ir con Hermione en caso de cualquier duda. 

En caso de duda ve con Hermione.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora