Capítulo [VII]:

710 99 78
                                    

Más tarde, ese mismo día, es Thomas otra vez quien se acerca a llevarle algo de comida a su mejor amigo. No toca la puerta porque se supone que también es su habitación y además tiene las manos ocupadas con una bandeja plateada cargada de alimentos, —cortesía de la amorosa señora Caine—.
Al adentrarse al cuarto, la cama se halla vacía y en el compartimiento no hay señales del rubio a primera vista.

—¿Newt? —Thomas pregunta, algo bajo para que nadie fuera de la habitación le escuche.

Unos sonidos dentro del baño personal del cuarto le indican que su amigo anda merodeando por ahí y entonces el castaño vuelve a respirar, sentándose en la cama y dejando la bandeja sobre la mesita de noche. Al menos el ex-rubio sigue ahí y no ha huido por la ventana, que es lo que el menor había estado sospechando hace unos minutos. Thomas repiquetea sus zapatillas contra el piso y sus manos juegan a apretarse una a la otra mientras espera, nervioso, a que el cuerpo de su novia aparezca en su campo de visión.
Newt debe estar odiándole profundamente por no haber estado con él en todo lo que va del día, Thomas piensa. Realmente no quisiera enfrentarle ahora mismo, no. Preferiría atarse una roca al cuello y hundirse en las profundidades del mar que se dibuja frente a la casa de verano en la que vinieron a pasar sus vacaciones y en la que ahora están viviendo una horrible pesadilla digna de cuentos fantásticos, —o de terror—.

Thomas suspira dolorosamente y se prepara para dar la cara cuando escucha correr el agua del excusado tras las paredes del baño, pero Newt no sale sino hasta casi diez minutos después, justo antes de que el castaño obedezca a alguno de sus anhelos más profundos, particularmente, uno que sugiere que salga huyendo de la habitación antes de que Newt pueda advertir su presencia.

Pero no. Cuando su mejor amigo hace su aparición, el rostro de Teresa se encuentra teñido de un color muy pálido, un blanco que roza peligrosamente el gris, como si hubiera estado enterrado en el agua durante horas o días enteros, y recién ahora saliera a la superficie por algo de aire. Aquellos ojos celestes ya no brillan por su mera esencia sino porque están muy humedecidos. Aunque su amigo trata de ocultarlo de una forma muy particular.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta, tan seco como le sale. No es cuestionable; Newt está molesto.

—Te traje algo de comida. No has probado bocado en todo el día —comenta el menor, tan calmado como le es posible. Thomas no quiere enfurecerle más.

—No tengo hambre.

—Por favor, ¿sí? —suplica el castaño. Es capaz de hincarse de rodillas y rogarle que coma algo. El aspecto tan lívido de su rostro ya casi le asusta—. Newtie... -él insiste porque su mejor amigo le ha ignorado completamente y está volviendo a acomodarse en la cama como si él no estuviera presente—. Hey...

Newt hace un mohín cuando le mira; esos ojitos de cielo están como a punto de echarse a llorar, le recuerdan vagamente al semblante triste de Teresa luego de la fuerte pelea de la Navidad pasada, cuando casi se dejaron ir por lo que ahora le parece una monumental estupidez. El mar celeste en su mirada le hace a Thomas querer abrazar ese pequeño cuerpo contra el suyo como aquella vez, esconderlo en su pecho y acariciarle el cabello, hacerle probar cada bocado como si fuera su bebé, porque en realidad lo es. Thomas desearía hacerle sentir bien; lo daría todo por obtener una sola sonrisa de esa boca.

Pero las cejas de su novia se fruncen mucho luego de un instante y en el castaño sólo quedan ganas de desaparecer del lugar, o de la faz de la Tierra. Sólo resuelve que, de momento, tendrá que posponer un poco los abrazos.

—Está bien —dice Newt de muy mala gana, tan tajante que el aire de la pieza se corta en dos; Thomas quedando a un lado de la habitación y él del otro—. Voy a comer, pero lárgate de aquí. Quiero estar solo. —El castaño lo digiere más bien como un claro y perfecto 'no quiero verte'.

En Otro Cuerpo /Newtmas/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora