Los primeros pasos.

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Kina contempló la serenidad del lago Th'liu  en plena noche, y sonrío. Si miraba atrás, podía ver el hábitat de los lobos Meléh, un bosque helado hasta sus cimientos, donde podías morir solo con acercarte. A la izquierda, las montañas C'larok, sus tierras fueron maldecidas hace miles de años y a día de hoy apenas quedaban algunas aves viejas y solitarias que iban allí a morir, por último,  a la derecha,  los geisers  Kerinx, llamados así por los únicos animales capaces de soportar sus altas temperaturas, las tortugas Kerinx, podían llegar hasta los 4 metros de alto y 7 de hancho, llegando a vivir hasta los 600 años, además, la sangre de estos animales alcanza los 1000 grados, lo que hace imposible subir a su caparazón. Y por estos animales Kina había recorrido casi la mitad del planeta, todo para llegar a tiempo y ver el espectáculo del que los trobadores cantaban. Un ritual de apareamiento que daba paso al momento más impresionante y bello que una persona podía ver. Desde pequeña, habia cantado como las gigantescas tortugas corrían hacia el lago, provocando terremotos con su enorme peso, los podridos picos de C'larok se desprendían, cayendo al lago, donde las aguas ya hervían por el calor de las centenas de Kerinx nadando. El fuerte calor y los movimientos rápidos de las tortugas hacían que las rocas caídas de C'larok volaran por los aires, dejando un rastro de vapor, y brillando por el agua que aún las recubría. Hermoso, era una palabra que se quedaba muy corta al describir este fenómeno , había soñado con verlo cada día desde que tenía conciencia. Pero no todo era bonito, el espectáculo podía ser mortal, por ello casi nadie queria acercarse, a no ser que seas muy hábil, o un mago. Volvió a sonreir por este pensamiento, pero las lágrimas inundaron rapidamente sus ojos. -No es un buen recuerdo.-pensó. El tiempo y el miedo habían enrededado los recuerdos de aquel día, aún así recordar  hacia que se le encogiera el corazón. Habían pasado poco más de 12 años, pero seguía siendo una herida que no era capaz de curar. Escuchó como una rama se rompía en un árbol a su izquierda, sacandola de sus pensamientos. Se giró tan rápido como pudo. Agudizó el oido pero no fue capaz de escuchar nada más. Tantos años vagando sola por el bosque habían conseguido que sus sentidos fueran increíbles. Tambíen la habían vuelto insegura, pues las bestias que habitaban allí eran mortales para cualquier humano. Dejó pasar el ruido, y comenzó a montar el  campamento. El ritual podía empezar en cualquier momento, y no quería perderse  un solo segundo. Dejó la bolsa en el suelo, y cogió un saco que era casi el doble que ella. Lo había usado para dormir desde hacía años. Era cómodo de llevar, y relleno de de hojas se convertía en una cama casi decente, viviendo en el bosque tampoco podía pedir más. Se dispuso a llenar el saco cuando escuchó corretear a algo pequeño por un árbol, esta vez a su derecha.  De nuevo se giró, rápida y silenciosa, y está vez si logró verlo. Era una especie de animal humanoide, poco más grande que una mano, de piel celeste, y una melena verde-azulada con algunos toques violetas que le llegaba hasta los tobillos.  Retrocedió, asombrada. Jamás vio tal cosa en el bosque. Cerró los ojos e intentó pensar, al no tener información, idear un plan era casi imposible. El no saber si era peligroso o la fuerza que tenía,  era lo que la aterrorizaba. Pocos animales se atrevían a acercarse a los magos, pero algunas bestias sabían reconocer a aquellos que no sabían usar la magia, y ese pequeño podía ser uno de ellos. Respiró hondo y se sentó en el suelo. Debía tranquilizarse, y tener la mente despejada. Si aún no la había atacado, lo más seguro es que fuera una criatura amistosa. De todos modos agarró el arco que tenía guardado en el saco y volvió a cerrar los ojos, para centrarse totalmente en el oído, pero tras unos veinte minutos, no escuchó nada más. 《Tal vez  ya se ha  alejado 》 pensó, y respiró tranquila al fin.

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