Camino hacia Ciraf

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Habían pasado más de seis horas desde que se alejó de Kina, desde ese momento no había parado de correr, necesitaba llegar a la aldea férica, pero aún le quedaban dos horas más. No conseguía sacarse de la cabeza el rostro pálido y aterrorizado  de la joven maga, como sí hubiera visto un arcángel. Esa imagen le oprimía el pecho, había pasado 12 años cuidando de ella, desde el día que vío a la pequeña, creyó que era la indicada para guiarla pero ahora la duda le consumía. Tal vez no era la mejor compañera para una maga tan podesora, tal vez el miedo de Kina hacia  la magia le impediría por siempre desarrollar sus poderes. De pronto no se vió capacitada para seguir corriendo, las piernas comenzaban a flaquearle, empezaba a costarle mantener el ritmo y cada vez acertaba menos a la hora de saltar al siguiente árbol. Aún así siguió corriendo, hasta que la vista se le nubló y no tubo más remedio que parar. Como pudo hizo un hueco en el tronco del arbol, y se escondió allí. Las hadas no solían enfermar, era su cualidad mas destacable, la magia que corría por sus venas era sanadora por lo que eran inmune a casi cualquier enfermedad y podían curar heridas graves de otros seres con solo un par de gotas de sangre. Sin embargo, había dos cosas que podían herirlas, el fuego de Astras, la única manera de asesinar a un hada, y la desaparición del vínculo con su compañero, al romperse este, la energía y fuerza de un hada disminuye durante una semana, hasta que caen en un profundo sueño de 9 días. Meditó ambas posibilidades, pero no encontraba sentido a ninguna. Los demonios fueron desterrados hace más de 6 mil años, no podían salir de allí sin sangre de los dioses, y era imposible que desapareciera un vínculo inexistente. Hacia 700 años que Ruth, su último compañero, había muerto y desde entonces no quiso crear vínculo con ningún otro mago, hasta que conoció a Kina. Se llevó las manos a la cara, desesperada. No quería pensar en Kina, era doloroso. Como pudo, salió de su escondite, cogió unas hojas de la rama en la que estaba y las dejó en el suelo. Cerró los ojos, intentando concentrarse, tarea casi imposible, tenía la mente nublada y apenas era capaz de mantenerse en pié, aún así hizo lo que pudo y comenzó a mover levemente los dedos. La fina capa de agua que le recubría la piel comenzó a acumularse en la punta de sus dedos, cuando creía que lo estaba consiguiendo, la burbuja de agua explotó, y el hada cayó al suelo. Quiso volver a intentarlo pero el elemento no la obedecía. Frustrada, volvió al pequeño escondite e intentó dormir, seguiría su camino sin falta despues de recuperar energías.

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