IV | Dolor

10.2K 1K 80
                                    

   A LA MAÑANA SIGUIENTE LE LLEVARON UNA BANDEJA CON UN RACIMO DE CADA COSA: puré de papa, huevos revueltos y un vaso de jugo. Lyann se lo comió a pesar de que no tenía hambre y estaba desabrido. Luego, le llevaron unas ropas para que se cambiara y sintió las muñecas y los tobillos entumecidos una vez que le libraron el velcro que la mantenía atada a la camilla. Steve Rogers cumplió con su palabra: hasta que no le diera la información que él le pedía sobre el Soldado del Invierno, Lyann no podría irse. Pero el problema era que ella no tenía idea de dónde se podría encontrar su memorable mejor amigo.

Lyann gimió cuando sus pies tocaron el suelo luego de días sin pararse de la camilla y caminó sintiendo hormigueos hacia el baño, donde se colocó rápidamente las ropas holgadas y grises y se puso las zapatillas del mismo color. Cuando salió, los mismos guardias que llevaban días vigilándola le pusieron unas esposas y salieron de ahí, sin darse cuenta que ella observó, analizó, calculó y guardó cuanto pudo a medida que los guardias la llevaban a su nueva celda.

Las habitaciones para emergencias estaban cerca de la salida que llevaba a los autos, jets y helicópteros de SHIELD, mientras que las demás oficinas tenían salidas aún más complicadas, repletas de guardias y cámaras. Ahí, en las habitaciones de emergencias, al menos tendría más oportunidad de encontrar su vía de escape. Las instalaciones de SHIELD no eran tan diferentes que las de HYDRA, se dio cuenta Lyann. La diferencia era que mientras SHIELD era vida y el bien, HYDRA era muerte y el mal; SHIELD tenía ese aspecto de ser la luz y HYDRA la oscuridad infinita que contiene tus peores pesadillas.

A medida que caminaban no muy lejos de la sala de emergencias, Lyann bajó la mirada y se miró las esposas. Ahí en SHIELD no le herían como hacían en HYDRA, pues cada vez que iban a tratar algo nuevo con ella siempre le apretaban las esposas a tal punto de rasgarle la piel y dejarle marcas que con el tiempo desvanecen. Sin embargo, Lyann podía notar el anillo de cicatrices en sus muñecas. Las mismas cicatrices también recorrían sus tobillos.

Al fin llegó a su celda: una habitación de paredes gris azul, con un bebedero, una cama junto a la pared y un inodoro con su lavamanos en una esquina fuera del ojo de los miraran a través del vidrio que se hallaba junto a la puerta de la celda.

Pero lo que le sorprendió a Lyann fue ver a Steve Rogers junto a Wanda Maximoff.

Claro, ella no le dio la satisfacción a ninguno de los dos de ver su sorpresa y se mantuvo impasible mientras un guardia le retiraba las esposas y la empujaba ligeramente hacia el interior de la celda. La puerta hizo sonido metálico al cerrarse y entonces..., Lyann estuvo nuevamente en casa.

Steve y Wanda observaron a Lyann Evans mirar la celda una, dos veces y quedarse ahí parada, mientras su mente vagaba por recuerdos que dejaban temblando a cualquiera de miedo.

Wanda arrugó el ceño cuando percibió lo que pensaba y contuvo las ganas de mirar a Steve porque no quería perder la completa concentración de los pensamientos de Lyann.

Tortura, gritos, dolor, sangre, golpes, dolor, sangre, gritos, venganza, vacío, dolor, sangre, tortura. No había otra cosa más que circulara en los pensamientos de Lyann; era lo que constantemente veía, se dio cuenta Wanda.

—¿Qué piensas? —le preguntó Steve a Lyann, pero Wanda y él no obtuvieron respuesta hasta después de varios minutos. Se giró para verlos y analizarlos, pero cuando Wanda pensó que en ella habría una furia a punto de explotar, lo que encontró en sus ojos fue el vacío puro.

[1] Banshee | Civil WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora