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Los días pasaron como las aves: volando.

En cuanto a Nami, la verdad era que se estaba empezando a hartar de comer sólo lo que dictaba el nombre que le puso su ahora "amo": Carne. Verdad que la habían sacado de su estado callejero; verdad que la habían salvado de morirse de hambre y pasar días sin probar bocado de comida; verdad que la habían sacado de su estatus de gata ladrona de comida; verdad que la dejaban dormir en sus camas —y sillones—; verdad, verdad, y simplemente verdad.

Pero... ¿¡Que lo único que sabían hacer era carne!? Es verdad, sólo se fritaba y ya está servida en un plato. Pero, por los santos gatos, aquí se necesitaba aquello que llamaban "mano femenina". Si Nami no se había muerto antes de hambre, ahora se iba a morir de sobredosis de carne.

No se quejaba, era verdad que siempre terminaba siendo deliciosa, y siempre le daban buenos pedazos comparado con los de ellos, —por lo menos tenía algo que comer ¿no?— pero, llega un momento en la vida que incluso una gata acogida se cansa de comer lo mismo todo el tiempo.

Debido a esto, fue entonces que un día se metió en la mochila de su amo Luffy sin que éste se diera cuenta. Entre lo que hablaban los hermanos, sabía que su amo iba a algo llamado "secundaria", y que allí habían y comían más personas —de lo único que podían hablar los hermanos era de comida, así que ella se enteraba de todo—, y no simplemente carne, sino que comidas variadas, si tenía suerte podría robar un buen botín de lo que sea que se consumiera allí.

Luffy no se percató de que su mochila pesaba más de lo usual, y fue como siempre a la secundaria sin percatarse de la inteligente y astuta gata que iba allí en donde guardaba sus cuadernos inutilizados. Apretujada, incomoda. Pero todo fuera por comer algo que no fuera carne. Ya le valía haber sido nombrada Carne como para que tuviera que comer siempre lo mismo.

Cuando Luffy llegó a su destino de cada día por la mañana, comenzó a correr para apresurarse a llegar un poco más rápido a su salón y no recibir nuevamente regañidas, Nami notó los repentinos movimientos bruscos y se dio cuenta que su amo había comenzado acorrer. Un extraño sentimiento de querer salir y correr junto a él la embargó, después de todo no había salido de esa casa desde que llegó —Ace decía que porque así nadie se molestaría con su presencia en el lugar—, por lo que necesitaba algo de aire fresco, y de cierta forma una parte de su plan también tenía como beneficio correr libremente por el lugar, a la luz del sol, mientras robaba la comida que pudiera de los demás adolescentes sin que éstos se dieran cuenta.

—¡Luffy! Llegas tarde.

—¡Usopp! —Nami empezó a escuchar voces que estaban dirigidas a su amo y no pudo evitar sentir curiosidad.

Después de todo ella pensaba, de una manera u otra, que su amo estaba cerca de ser un alienígena por toda la comida —o mejor dicho carne— que aguantaba su estomago sin sentirse enfermo después. Y se preguntó qué clase de humanos se relacionarían con él.

Sintió más movimientos, y supo que su amo había retomado su caminar luego de haber parado para saludar a sus amigos.

Nami ya estaba lo suficiente incómoda y ahogada para darse cuentade que si no abrían la mochila pronto, ella moriría de incomodidad. O por falta de oxígeno.

De cierta forma se había arrepentido un poco de haber venido con su amo, ¿hubiera sido mejor meterse en la mochila de Ace? No, éste la hubiera notado incluso antes de levantarla, después de todo él era mucho más inteligente que su amo —pero no por eso productivo en cuanto a la alimentación balanceada.

Nami maulló adolorida cuando la mochila golpeó en seco contra el suelo. Le había dolido. Casi maldijo el hecho de que hubiera apoyado todo su peso en su delicado rabo. Casi maldijo haber venido. Si hubiera sabido que estaría medio ahogada en la mochila o que recibiría un doloroso golpe, entonces no hubiera venido en absoluto. Aunque ahora qué importaba lo que hiciera si no cambiaría el presente en el que estaba. Debía seguir con su plan.

Se fijó en que la mochila no estaba completamente cerrada por la leve luz que le entraba, y con su pata empezó a subir el cierre hasta que le hubiera cabido la cabeza en la abertura, la cual puso bajo ésta para así abrirla más rápido y poder salir de la mochila exitosamente, terminando en un suelo de lo que se debía llamar "clase". Echó un vistazo rápido a las muchas mesas que habían alrededor y a todas las personas sentadas. Miró a su amo que parecía desinteresado y aburrido de la vida. Y finalmente miró al frente donde alguien hablaba sin parar y escribía cosas en una "pared" —desde su punto de vista— negra, para luego salir por la puerta e ir sigilosamente viendo si había alguna persona alrededor de donde caminaba. Advirtió que habían frente a ella varias ventanas por las que podría salir, y una de ellas estaba abierta. Se dirigió a ésta, saltó y salió al patio feliz de la vida al tocar nuevamente el pasto que hace semanas no tocaba.

Sin poder evitarlo, paseó por el lugar curiosa, maullando, mirando por si veía a personas comer para así pensar una maniobra para robarles un poco de sus comidas. Pero no había nadie alrededor. Como si todavía no hubieran salido.

Qué lugar más silencioso —maulló, mirando al cielo mientras se sentaba.

¿Y ahora qué hacía si no había nadie a quien robarle su comida?

Sin más, y como venía haciendo desde que nació, se echó a dormir en el cálido pasto del patio. Después de todo, los gatos tienen buen oído y Nami podría oír si alguien venía.

Nada de qué preocuparse.

Cat and PersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora