Capitulo 9: Fugaz.

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La pelinegra se perdió en los besos del mayor, la intensidad creciendo con cada segundo que pasaban tras las puertas de aquella habitación, el llanto y el dolor siendo fácil de olvidar mientras el la besaba, nublando su mente hasta no poder pensar en nada más que sus labios juntos, y sus manos recorriendole el cuerpo hasta  tomarla con fuerza, y sentarla a horcajadas sobre el, sus rodillas presionadas contra el sofa, sus piernas contra sus caderas.

Sintiendo la temperatura de su cuerpo crecer, en medio de sus desesperados y húmedos besos, la ropa comenzó a estorbar, y tirando del cierre con brusquedad, Berlín abrió el traje de Samara sin alejarse de sus labios, ella misma sacándoselo por los hombros y haciéndolo caer hasta su cintura antes de tomar los bordes de su remera y lanzarla a algún lugar de la habitación.

La abrazo con fuerza, sus brazos rodeándole la cintura, y dejándole el cabello por un costado del rostro mientras su boca bajaba entre besos por su garganta hasta su hombro descubierto, Samara jadeando en respuesta, sus dedos moviéndose entre ambos, bajando el cierre del traje de Berlín.

El mayor apenas se alejó de su boca para quitarse la funda con las armas, y bajarse el traje, antes de volver a la boca de la pelinegra, en un acelerado y desesperado beso, sus manos subiendo por la suave piel de su espalda, haciéndola estremecer mientras deshacía el agarre del brassier, y se lo quitaba, al dejarlo a un lado, alejándose para poder mirarla.

-Soy un bastardo con suerte...-Soltó con una ladeada sonrisa, sus manos en su cintura, y Samara trago con dificultad, su corazón acelerándose incluso más bajo su intensa mirada.-...Eres preciosa...-Le murmuró en el oído, su aliento y su voz ronca por la excitación haciéndola temblar.

Sus manos se movieron sobre su cuerpo, sobre su piel cálida, acariciandola mientras daba una suave mordida sobre su hombro, haciéndola gemir en voz alta antes de volver a su boca, entonces asegurándose de que no estaba soñando como durante esos meses en Toledo, que ella estaba ahí, en sus brazos, y que era suya.

Samara siguió su desesperado beso unos segundos, abrazados hasta el punto de tener sus pechos contra el de Berlín, casi sintiendo sus latidos, con el dolor de su alma parándose y alejándose de el, consiguiendo su mirada antes de que el tomará su ropa y la hiciera descender por sus piernas, entonces quitándose con un movimiento cada prenda de encima antes de que el tomará sus caderas ahora desnudas, y la hiciera sentarse sobre el, el roce entre ambos provocandoles un jadeo.

-Estás muy vestido...-Murmuró, tirando del borde de su remera con un quejido, y rápidamente el quitó la parte de encima de su ropa del camino, deseando tanto como ella sentir sus pieles juntas. Volvieron a los brazos y los labios del otro, entre besos y suaves mordidas, sus respiraciones cada vez más agitadas, y sus corazones cada vez más acelerados, con el pulso frenético.

-Por favor, Andres...-Jadeo la pelinegra, su voz entrecortada llena de necesidad, posando sus ojos en los suyos.-...Te necesito, dentro, ahora.

-Lo que tu quieras, cariño.-Murmuró sin alejarse de su boca, sin necesitar otra palabra, entonces ella retrocediendo un poco, permitiendole acomodarse lo suficiente para liberar su erección, tomándola de la cadera, y posicionarla sobre el, entonces entrando en ella de una sola embestida.

Un gemido escapó de los labios de la muchacha al sentirlo hundirse profundamente en su interior, teniendo que esconderse en su cuello para sofocarlo y no ser escuchada, Berlín manteniendola inmóvil mientras ella lo rodeaba calidamente, al cabo de un momento ayudándola a moverse, jadeando ante un nuevo espasmo de placer.

Escalofríos recorrieron su espalda ante cada nuevo movimiento, y cada roce en su piel, Samara besando los labios de Berlín en un inútil intento de callar sus gemidos, ante los lentos movimientos del mayor, aquellos que le permitían sentir cada centímetro del placer que sus cuerpos podían dar antes de que la desesperación se apoderara de ellos y aquellos leves roces y dulces se convirtieran en rápidas y bruscas embestidas, entonces y entre los gemidos de la pelinegra y suaves gruñidos de Berlín, perdiéndose el uno en el otro.

Play with fire. [La Casa de Papel].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora