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¿Alguna vez escuchaste la historia del gran científico Stephen Hawking?

Y no. No me refiero a sus importantes teorías sobre los hoyos negros, ni sus investigaciones más conocidas.

Hablo de su historia, de como poco a poco se volvió dependiente de su primera esposa, de como la voluntad de su cerebro se volvió nula arrebatandole la capacidad motriz, de como fueron sus episodios de impotencia y desesperación por sentirse un completo inútil.

Bueno, su esposa Jane, sobre llevó todo eso, tuvo que rechazar muchas oportunidades por él, pasar largas horas junto a él en los hospitales, tomando su mano al escuchar que no había remedio para su enfermedad, ella lo cuidó y le dio todo de ella, pero todo ese esfuerzo fue a costa de su libertad.

Je, que palabra tan compleja ¿no crees? Libertad.
Creo que solo encuentro la definición en todos los momentos que pasamos juntos desde que llegaste a mi vida. Con tu calidez y tu hermosa sonrisa me hiciste ver que no todas las personas en este mundo son malas, me hiciste creer en mí y en mis capacidades, me hiciste sentir como una persona normal... y eso para mí no tiene precio.

Y así como yo fui libre, quiero que tú lo seas. Te mereces lo mejor del mundo: un buen trabajo, estabilidad económica, felicidad y una persona que te ame con todo su ser y que sea igual de afortunado que yo al conocerte.
A veces pienso que el mundo no te merece...

Eres perfecto Aioros y si la vida no me hubiera puesto en esta paradoja admitiría lo mucho que he llegado a quererte.

Pero no será así.

Debes ser libre.

Y por favor... sé feliz.

Por mí.

Por tí.

Con todo el dolor del mundo, Saga.

P.D. Dile a Aioria que lo siento mucho... y que deje de morderse las uñas, es asqueroso.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Arrugó el pedazo de papel y soltó más lágrimas de amargura. No lo iba a aceptar. Esperaría todo el tiempo necesario para que Saga saliera de esa horrible clínica donde había ido a meterse, no le importaba si eran días, meses o años porque el simple hecho de pensar en que todo ese tiempo sería retribuido en los brazos del pelimorado, levantaba sus energías. No creía en las estupideces del amor a primera vista porque ¡era estúpido! ¿Cómo podías enamorarte de alguien que solo has visto una vez en tu vida? Puede que fuera un factor de apariencia o físico pero nada más allá de una simple atracción. Aún así irónicamente, fue lo que le sucedió.

Pero no era suficiente. Llevaba dos días sin asistir a la escuela, caminando como un zombie y casino probaba bocado, había establecido una rutina desde aquél horroroso viernes en que él se fue, se levantaba de la cama en la que únicamente se recostaba a llorar y lamentarse como niño pequeño para después llevar a Aioria a la guardería y correr al hospital a exigir que le dejaran ver a Saga.

Ya lo habían amenazado con todo lo que tenían pero a Aioros no parecía importarle, hasta una vez se lo llevaron a la cárcel donde pasó toda la tarde hasta que Aldebarán apareció por él reprendiendolo por su comportamiento.

Su pequeño hermano también había resentido la partida de Saga, también soltaba silenciosas lágrimas mientras comían porque eran los momentos donde se podía sentir más su ausencia pues siempre buscaba una divertida forma de que se comiera los vegetales o el pequeño le contaba todo lo que había hecho y aprendido ese día para después levantarse a jugar toda la tarde.

Todos sus seres queridos estaban preocupados por el aura de tristeza y depresión que rodeaba a los hermanos, incluso Hilda se había mudado con ellos para poder cuidarlos porque en serio estaban terrible.

Se quedó completamente dormido en la esquina de la habitación de Saga, soñando que regresaba a ellos para borrar los rastros de tristeza de sus rostros, para salir con él al cine, al parque o a cualquier lugar que le gustase, para reprenderlo cuando mimaba demasiado a su hermano y para... para poder al fin ser felices.

*-*-*-*-*-*-*-*-*

—Aquí tienes.

La enfermera dejó las pastillas en el pequeño mueble junto a la cama y salió a paso veloz de esa habitación, por lo que había escuchado ese paciente era algo... inestable.

Cuando recién se internó, creyó que todo iba a mejorar, que con tratamiento especializada las voces poco a poco iban a apaciguarse y que con el tiempo lograría controlar sus impulsos.

Cuán equivocado estaba.

Desde el primer momento en que tomó esas pequeñas pastillas las voces en su cabeza fueron soñando con más intensidad hasta el punto de marearlo por completo y arrebatarle la voluntad de controlarse para después de una tortuosa hora de todo esto caer como tronco en su cama en un estado de transe donde se instalaba en un limbo entre el sueño y la conciencia.

Escuchó el sonido de la puerta abrirse y se incorporó sentándose en la cama, recogiendo sus pies.

—Buenos días, Saga ¿cómo te sientes?

Odysseus venía después de dos o tres minutos después de haberse tomado el medicamento y le hacía preguntas acerca de los efectos secundarios que variaban cada vez más e incluso dos veces llegó cerca de la media noche a cambiar su medicina con un aspecto de haber corrido un maratón de 20 kilómetros.

—No podría estar mejor.
—Oh vamos ¿no crees que estamos progresando?
—Sinceramente no, las voces cada vez se hacen más intensas y las reacciones a la medicina varían mucho.
—¿En serio? Dime ¿Cuáles son esas variaciones?— sacó una libreta y una pluma, dirigiendo toda su atención al chico que lo miraba con mucha confusión.
—¿Puedo hacerle una pregunta, doctor?
—Eh... Claro
—¿Por qué tanta impaciencia en mí y mi enfermedad?

Odysseus tragó saliva.

—Bueno, es mi obligación velar por la salud de las personas en general y tú eres una persona muy peculiar Saga, nunca había visto a alguien con la fuerza de voluntad que tú tienes.

El menor se limitó a callarse y recostarse en la almohada que parecía más un ladrillo. El peliplata revolvió sus manos con nervios, supuso que el chico ya no hablaría más, así que salió cerrando la puerta dirigiéndose al laboratorio para poder hurtar un poco más del ingrediente principal que le hacía falta según su bitácora.

Por otro lado, Saga tenía los pensamientos revueltos, debía dormir un poco antes de que fuera la hora del almuerzo donde todos debían convivir, ya hasta había creado una rara amistad con un chico llamado Aspros, que sufría un desorden de personalidad bastante grave, dos veces estuvo a punto de apuñalarse a sí mismo con un tenedor porque sus fragmentos estaban peleando entre sí.

Su padre, lo visitaba en las tardes y le decía como estaban sus chicos. Le rompía el corazón saber que Aioros estaba muy deprimido y se pasaba las mañanas enteras en la puerta de entrada con la esperanza de que lo dejaran entrar y ni que decir de su pequeño Aioria que lloraba cada que lo recordaba en las comidas o en las tardes de ocio. Pero...así debían ser las cosas.

Debían superarlo.

Debían crecer.

No quedarse estancados como él.

Casualidad no tan casual (SagaxAioros)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora