Capítulo Once

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—El amor es así. —el hombre estaba mostrando una faceta que en las dos semanas que lo conocía, nunca vio. — Tú no puedes pedir amor sin dolor, ellos van de la mano. No hay garantía de nada en la vida, menos en el amor. Yo podre ser Eros, pero hasta yo tengo mis limitaciones, sé cuando una pareja es compatible pero nunca sé su final o si habrá uno... Hay que aceptarlo, superarlo, seguir adelante y mira, realmente debe observar a su alrededor y vera que hay alguien allí para ella. —Stein lo observó, últimamente pasaban todo el tiempo juntos. No tendía a hablarle de cosas serias, era más un hombre de humor sarcástico pero no era un imbécil.

—Siento que debo hacer algo, ayudarla. —comentó Caleb. Ya no iba al bar para no incomodar a Jana, ni a Gabriel, quien no cruzaba palabra alguna. Estaba cansado, los partidos, la tensión, su lobo últimamente más malhumorado de lo normal. Tenía que hacer un espacio en su tiempo, para ir algún lugar descampado y cambiar.

—Es una mala idea. Ella necesita tiempo, sólo necesite cruzarme con ella en la calle una sola vez, para saber que está muy dolida, furiosa y enamorada de ti.

—Eso no me hace sentir mejor. —lo miró.

—Simplemente te digo la verdad. Soy Eros, sé más de relaciones que cualquier otro dios. —sonrió, se veía orgulloso de ello.

Caleb admitía tener una pequeña curiosidad en la vida amorosa de su amigo. Por cierto, tenía un amigo Dios, sorprendente. Pero cada vez que sacaba el tema, el hombre lo esquivaba preguntándole cuando sacaría los ojos de su culo e iría a follar a sus compañeros. Stein era directo, y no le importaba serlo.

Le gustaba. Y sentía que podía confiar en él, nada de estar a la defensiva o tener miedo todo el tiempo. Se sentía libre.

Libre. Esa era la palabra correcta. Nada de pretender, nada de prometer cosas que tal vez no podría cumplir. Era simplemente él. 

***

Su cuerpo se movía desde un lado al otro. Esquivando los golpes y golpeando a la primera oportunidad. Los aquelarres ya no trataban de dominar unos a otros, pero siempre preparaban a la mitad de sus vampiros a entrenar en caso de alguna emergencia. Siempre había algún loco con poder, queriendo más poder.

El entrenamiento ya había avanzado mucho. Los postulantes tomaban clases de liderazgo y psicología, visitaban a cada familia del barrio para escucharlos y proponer para conseguir su voto.

Ahora era hora de la lucha. Su hermano, Andrés, que dijo que sabía pelear muy bien, y él estaban luchando a puño con tres vampiros que trataba de entrar la casa.

Había cinco casas con "rehenes", eran niños que se divertían mucho en formar parte de esto, cada casa era vigilada por tres vampiros bien entrenados y dentro había tres más.

Querían saber cuan estratégicos y cuan buenos luchando podían ser.

El hombre a su lado rasguño, con sus garras blancas que los vampiros tenían, en su brazo. No salían a menudo, el cuerpo y la mente tenía que sentir el peligro y la lucha para que saliesen. Tres líneas rojas aparecieron, poca sangre salió antes de que la herida cerrase. Mientras, el hombre se había quedado quieto, mirándolo con miedo, y Evan aprovecho ese momento para propinarle una patada en el torso.

El hombre voló al piso y Evan caminó hasta a él.

—No puedes dejar que nada te distraiga, eso puede ser tu muerte.

Evan cayó al piso, el hombre lo había golpeado duramente en la pierna haciéndole doblar de dolor mientras hablaba. Chico inteligente.

Después de soltar una maldición, detuvo el siguiente golpe con sus manos y golpeó su cuerpo contra el otro llevándolos al suelo. No hubo tiempo de seguir luchando cuando dos personas lo tomaron de los brazos, miró a Samuel con los dos niños tomados de la mano. Su hermano estaba con sus manos tras la espalda y Andrés sonreía con satisfacción, cruzado de brazos.

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