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El día siguió igual de gris. Igual de triste. 

Elisa procuró en varias oportunidades animarme pero solo me alejé de sus buenas intenciones. Le había contado detalladamente lo que ocurrió porque era mi mejor amiga y debía saberlo. 

"Estoy bien" le decía y continuaba con mi trabajo. La radio no nos ayudó, se encargaron de pasar una canción triste seguida por otra y otra; y otra. 
Los lunes, para mí, no solo eran un día detestable solo porque eran el primer día de la semana sino porque las peores cosas pasaban estos días. 
Que mi madre se marchó un lunes. Me enteré del engaño de mi ex un lunes. Perdí un exámen importante un lunes. Un lunes, dejé las clases de baile. Un lunes terminé con Genaro. 

Las personas y las películas suelen decir que esta clase de sucesos acontecidos en un día repetitivo, significa algo. <<Algo>> toma el nombre de "destino" y yo ya no creía en él. Las mismas personas y las mismas películas suelen decir que el destino son todas las "buenas casualidades", ¿y las malas? ¿Qué hay de mis experiencias sin "buenas casualidades"? 
La puerta de la librería se abrió a mitad de la tarde cuando yo me encontraba detrás del mostrador, mirando un punto vacío, desmoronandome por dentro con pensamientos que parecían piedras arrojadas al paredón donde yo misma estaba parada. Una chica rubia de impresionables ojos azules entró torpemente vistiendo un tapado carmesí. 

-Hola- habló en un tono de voz tan fino que me sacó de mis pensamientos perforándome los oídos. 

-¿Qué tal? ¿en qué puedo ayudarla?-sequé mis ojos como si hubiese estado llorando pero no era así. La chica no se dió cuenta.

-Libros de cocina.

-Si, puedo ayudarla con eso. 

-Por favor, no me trate de "usted" ni siquiera me he casado- rió. Elisa salió del depósito de libros y se acercó hasta mí, preguntando en susurro si estaba bien. Asentí con la cabeza y conduje a la chica hasta los estantes de libros de cocina, le pregunté si buscaba alguno en especial y le di presupuestos.

-No, en realidad.-dijo pestañando varias veces antes de hablar y aún con una sonrisa tonta- busco algo que me ayude a preparar comida italiana.-La observé con el ceño fruncido e intenté adivinar su edad. Mi instinto me dijo que tal vez, compartíamos la misma edad. -Ya sabes-rió- aunque sea italiana, los dotes culinarios no han sido incluídos en mi sangre.

Traté de reír y parecer simpática, pero solo el hecho de pronunciar su nacionalidad me provocó un nudo en la garganta y una presión en el pecho. -Bien, entonces, creo que éste será de tu agrado- le alcancé un libro de los últimos que fueron volcados en el mercado, cuyo autor no podía simplificarse a uno solo y ella extendió sus manos arrebatándomelo bruscamente. La observé extrañada y la chica fue al pequeño mostrador mientras sacaba su billetera de un bolso Vuitton. Tomé el dinero y se realizó la compra. 

-Gracias por comprar en "Libros y Magia".- le dí la boleta y una tarjeta por si quería volver. 

-Si si, gracias- habló prepotente. Su figura extremadamente delgada y su cabello largo se perdieron en la lluvia. <<Un bolso Vuitton>> pensé y reí. ¿Cuál sería su auto? 

Un par de estudiantes entraron cuando ella se fué y luego, el movimiento de clientela se detuvo. 
Cerramos el local diez minutos antes de la hora correspondiente y me despedí de Elisa con un hilo de voz. Ella me miró pero me dejó ir. 
Caminé a casa, bajo la lluvia, bajo la tormenta. Entre la selva de cemento. 

Llegué a casa y ni siquiera comí, entré al baño y abrí las canillas de la ducha buscando el término tibio. 
El apartamento en silencio permitía escuchar el sonido del agua desde el baño y el sonido de la lluvia afuera, ese era uno de los placeres más grandes. 
Me vestí con mis ropas viejas, a lo que yo llamaba pijama y coloqué la gran suma de cuadernos y libros  sobre la mesa para estudiar. 
Abogacía era la clase de carrera de la que no podías perder pisada. No podías dormir en clase, o faltar un día si quiera. 
La clase de carrera que significan un estres a cada examen que haya que preparar. 
Era mi elección porque podía defender a las personas frágiles, podía hacer valer los derechos de otros y reconocer los míos. Muchas veces me sentí alejada de la justica social, muchas. "Los cambios no suceden solos" recordé que alguna vez me dijo mi madre, así que yo tenía que cambiar mi condición y las condición de otras personas. Yo iba a defender los derechos.

Emma  & GenaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora