El golpeteó de la punta de grafito de mi extenso y delgado lápiz contra el descuidado acabado de madera de mi pupitre se extendía hasta lo más agudo de mis oídos. Mi mirada concentrada en las hermosas corrientes de aire y en la hoja tamaño encuadernado que tenía en frente de mis ojos eran lo único que lograba captar mi atención. El desliz de la goma sobre la delicada hoja opalina resonaba en mi mente como si fuese algo indispensable en mi cerebro. La solitaria idea de saber que me encontraba cara a cara con un ridículo y pretencioso examen me hacía perder el juicio de una forma realmente impresionante.
Las respuestas llegaban por sí solas como si la memoria pudiese guardar cada detalle perfectamente bien cuando no pasabas roncando durante todo el mes en las clases, lo cual a mí no me ocurría...aún.
El sonido ensordecedor de la chicharra provocó que el maestro de historia se levantara de un golpe y caminara entre los angostos pasillos del aula para recoger los exámenes.
Mordí mi labio inferior repetidas veces intentando asegurarme de que todo estuviera en orden, pero, ¿Cómo estaría en orden si solo había respondido una?
No había pegado ojo en toda la noche intentando averiguar algo sobre Akridge, lo busqué en todas las redes sociales, pero todo apunta a que tal vez no esté registrado en ninguna como "Raro Akridge". Incluso lo busqué en google y vaya cosas las que me aparecieron. No encontré rastros de antepasados, ni de familia cercana, nada. Es como si Akridge hubiese surgido de la nada y sin que nadie se diera cuenta de su existencia tan repentina y tan sombría.
— ¿Sólo una respuesta, Reed? —el profesor me miraba a través de los enormes anteojos que tenía colocados de una manera muy descuidada sobre el tabique de su nariz mientras sostenía con enfado el examen.
Le dediqué una mirada de tristeza y un bufido salió de su boca mientras seguía recogiendo las hojas de la verdad.
Con las manos sudorosas y el cuerpo algo agotado debido a mi arduo trabajo de investigación la noche anterior, salí del aula algo desanimada.
— Hola, Cassie —me saludó Sue cuando nos encontramos en el pasillo principal.
— Hola —le sonreí sin ganas.
Su ceño se frunció mientras que sus ojos se abrían cada vez más observándome a detalle.
— ¿Te sientes bien? —me preguntó sin despegarme la vista.
— Solo estoy algo cansada, no he dormido casi nada —me excusé tallando mis ojos con el antebrazo.
— Sí, eso lo deduje... tus ojeras te delatan.
— Tengo noticias —continué captando la total atención de mi amiga— Akridge no existe.
Sue frunció el ceño y después hizo una mueca de asombro.
— ¿Cómo has dicho? —preguntó esperando mi afirmación.
— Lo busqué toda la noche en cientos de sitios —dije con desesperación recordando— Lo busqué en redes sociales, todas las redes, incluso tuve que crearme una cuenta en Flickr para buscarlo también ahí. Lo busqué en la página escolar y no aparece, tampoco en las páginas estatales, lo busqué en google y nada. Es como si el mundo no estuviera enterado de la existencia de Akridge.
La cara de Sue cambiaba conforme le contaba todo lo que había hecho con el fin de encontrar algo sobre la verdadera identidad de Akridge.
— ¿Eso quiere decir que Akridge no se apellida de esa forma? — preguntó detectivescamente.
— No tengo la menor idea, pero se me ocurre un plan que seguro podría funcionar—respondí— Podríamos seguirlo hasta su casa y saber quiénes son sus familiares, ¿No lo crees?
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En la oscuridad®
Teen FictionCassidy Reed era una adolescente de tan solo diecisiete años cuando sufrió un pequeño accidente que colmó su vida en una escalerilla de nuevas experiencias a las que pronto tuvo que enfrentarse tras enterarse del secreto más grande que el condado de...