CAPITULO 1: NOTA I

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Nombre: Cassidy Reed

Tenía muchas prioridades en mi vida. Terminar la preparatoria, asistir a la universidad, conseguir empleo, casarme, formar una familia y envejecer para finalmente morir de una manera tranquila.

En pocas palabras tenía mis deseos bien definidos. Hacía un tiempo el camino de mi vida había tomado otra dirección luego del divorcio tan desgastante de mis padres. Debería guardarme esto para mí, pero siendo sincera, escribir en este diario, según me informan, será de gran ayuda. Alguna vez imaginé que tendría que pasar por esta etapa en algún momento de mi vida, pero de ser completamente franca nunca esperé que tan pronto.

Apenas cumplía la edad que toda chica espera tener y ya tenía que enfrentarme a rechazos, divorcios y, obviamente, cambios.

La vida que había estado esperando desde hace mucho se comenzaba a alejar de una manera desenfrenada y casi se estaba convirtiendo en un espejismo del cual, no recordaría la razón de su existencia dentro de unos meses si el tiempo seguía aconteciendo correspondientemente rápido.

Pero, ¿Para qué hacer más larga una introducción? Siempre las he odiado. Solía leer los finales de los libros solo para arruinarlos en sitios de internet y clubs de lectura. Me divertía quitarle la emoción a los demás, creía que eso los haría más interesantes. Sentía que solo quien, a pesar de contarle el final, leía aburridamente el libro que yo, con una buena intención arruinaba, era un lector fantástico, puesto que se molestaba en conocer al libro sin importar lo que otros podían decir de él, es decir, se hacían de una opinión propia.

Desgraciadamente, desde que tengo memoria o, más bien, desde que me había comenzado a dedicar a arruinar los finales de los libros, ninguna persona se había tomado la molestia de indagar entre las extensas páginas y descubrir por sí mismos si lo que yo les decía que era el final, realmente lo era.

Me molestaba descubrir lo manipulables que podían llegar a ser las personas o tal vez lo experimental que me podía comportar en algunas ocasiones.

El diván que el señor Cyrus tiene en su oficina me recuerda a una de las yeguas que mi padre solía tener en la hacienda de la familia.

Era marrón de una textura extraña, parecía cabello, pero no estaba segura si en verdad era cabello o solo era una imitación de alguna piel exótica de un animal de igual clasificación.

El señor Cyrus es un señor no tan mayor que se comporta un tanto extraño cuando me habla, cambia su tono de voz a uno impredeciblemente bajo y suspira cada vez que le digo alguna mentira. Porque si algo sé hacer muy bien, es mentir.

Lo hago perfectamente, miento como la maestra de las mentiras. Mi madre me ha dicho que es malo mentir, porque una vez que mientes tienes que volverlo a hacer y que eso siempre trae consigo muchas complicaciones. Siempre me pone como ejemplo el cuento del pastorcillo con las ovejas y el lobo, pero yo no soy de esa clase de mentirosas. Yo no lo hago para llamar la atención, sino todo lo contrario, yo invento para pasar desapercibida. Para vivir mi vida en paz. Para evitarme problemas. Pero eso, al parecer, no es una razón lo suficientemente buena para mi madre.

Es más, si mintiera para salvarle la vida a alguien, a mi madre no le importaría porque estaría echando una mentira y eso para ella, es algo imperdonable. No entiendo sus razones. Me apego más a mi manera de ver las mentiras y al provecho que puedes sacar de ellas si las utilizas bien.

Hablando de mi día de hoy, no ha estado muy interesante, justo en estos momentos estoy en la oficina del señor Cyrus que me ha llamado por cuarta ocasión en los últimos seis días para intentar convencerme de aceptar escribir en estas letárgicas y fatuas páginas qué tal ha ido mi día durante el tiempo que desee. La verdad no estoy muy convencida de escribir lo que hago en esta estúpida libreta morada, pero estoy segura de que, si me hubiese negado por milésima vez consecutiva, el señor Cyrus me habría molestado los últimos 359 días del año hasta obligarme a aceptar.

Según el señor Cyrus o como originalmente me refiero a él, Doc. Cyrus o Doctor Cy, esta libreta me ayudará a desahogarme si algo va mal en el día o simplemente hará que le tome el gusto a escribir mis días por puro ocio. ¡Qué estulticia!

A nadie le "Encanta" escribir sus aburridos días, ni siquiera a los que son realmente escritores.

Según el juicio del Doc. Cyrus es una buena terapia utilizar mis sentimientos como defensa propia practicando el deporte del Tae-Kwon-Do y no sé qué otras bobadas más, lo cual a mi madre siempre le parece "Muy buena idea". Es curioso, mientras escribo algo que ella diría, su voz se atraviesa en mi cabeza. Algo muy encantador.

Son justo las cuatro y media de la tarde y mi madre todavía no ha llegado por mí. No puedo creer que se haya olvidado de que hoy tendría una sesión con nada más y nada menos que con su eminencia de novio.

No recuerdo cuando pasó todo, mucho menos cómo fue que llegaron a parar juntos, pero el caso es que mi madre está saliendo con un catedrático doce años menor que ella y según su criterio de "Adultos", es una buena idea venir a terapia con el señor Cyrus luego del divorcio de hace un año.

Un adolescente no espera terapia cuando sus padres se separan, esperan un auto, una planta de marihuana o incluso imparables fiestas a las que se me permitirían asistir por no tener el acuerdo de mis dos padres, pero, ¿Qué recibía yo? Terapia con el nuevo novio de mi madre.

Era ridículo.

Ni siquiera esto le pasó a Catherine cuando sus padres se separaron. Si se preguntan quién es Catherine, es una de las más ñoñas de la escuela, a la cual le obsequiaron una pipa y un auto deportivo justo unos meses después de que sus padres se divorciaran.

No entendía por qué conmigo tenía que ser todo tan diferente.

Ahora, después del divorcio, tenía que vivir en la mansión de un chico unos años más grande que yo esperando a que mi madre envejeciera y le pareciera una mujer aburrida para después desecharnos a ambas y vivir en una escalofriante oscuridad por el resto de nuestras vidas.

El hecho de tener que esperar que las cosas cambiaran para bien sería demasiado pedir.

Ya no me interesaba en lo más mínimo ser una de las chicas populares en el instituto, ni siquiera me molestaba en arreglarme, mi apariencia había dejado de importarme después de que Tyler Rogers me engañara para quitarme lo único valioso que había conservado de mis tiempos de animadora.

La candidez.

Y por candidez me refiero obviamente a mi virtud. Ese imbécil había traspasado las piernas de mi cerebro y se había logrado meter en lo más profundo de mi corazón, infiltrándose entre mis piernas y penetrando barreras que ni siquiera sabía que existían.

El punto aquí es que ya no contaba con nada. Mis amistades las había perdido después de convertirme en la burla del instituto luego de que mi adorable ex novio divulgara que se había acostado conmigo y con siete más en la semana siguiente a la que me desvirgó.

En fin, mi vida se volvió la parte de abajo de una rueda de la fortuna después de haber estado en su máximo punto.

Ahora solo tendría que adaptarme a las condiciones y escribir todas las ridiculeces que acontecieran en mi estúpido día.

No sé cómo despedirme por el día de hoy porque no creo que exista una forma correcta de hacerlo puesto que nadie va a leerlo y aun así lo escribo como si alguien realmente lo fuese a leer, así que bien, adiós... supongo.

Posdata:

Mi madre ha llegado por mí.  

En la oscuridad®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora