10. El ataque

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Capítulo 10

El ataque

Por fin los sublevados tenían entre sus manos el gran ataque, la embestida definitiva, el último embate que derrocaría la monarquía asher y terminaría con más de una década de terror. Y es que por fin, los Asher habían cometido un error que su pueblo no perdonaría tan fácilmente.

La conquista asher del continente se hizo a partir de un lema: "Acabar con todos los infieles e imponer al Dios verdadero" Todo su pueblo le siguió en esa cruzada religiosa, se perdonaron auténticas atrocidades, se asesinaron a muchas personas y se quemaron centenares de pueblos. Impusieron su religión, su lengua y sus costumbres, tanto los buenos hábitos como los malos. Se legalizó el mercado esclavista, con reglas inquebrantables, no solo porque te lo dijera un papel lleno de palabras, sino porque el propio pueblo lo despreciaba. ¡Qué cínico es el ser humano! Podrían ahorcar a todas las embarazadas y niños de otra región porque les parecía extraños, pero que no se esclavizara a nadie con la que compartieran la misma religión o idioma, que ya venían los remordimientos.

La práctica esclavista se extendió y el número de ciudades destruidas eran muchas, por los que se les explotó por encima de sus posibilidades. Esto no fue un problema hasta que todo el continente fue conquistado y apenas quedaban pueblos infieles, únicamente un puñado de sobrevivientes molestos. Los esclavos pasaron a ser un bien privilegiado y escaso, y ante las insistentes demandas de las clases altas, los Asher tuvieron que inventarse nuevas reglas: "Los cruzados y los conversos con leves antecedentes delictivos serán objeto del mercado esclavista" En un principio no parece una norma tan alarmista, sino fuera porque los Asher se dedicaron los primeros años de su monarquía a perseguir a aquellas familias de políticos y nobles que no estuvieran de acuerdo con sus directrices, los que no murieron, recibieron un fuerte escarmiento y se les impusieron unos antecedentes para darles a entender que no habría un segundo aviso.

Los criados y los campesinos vieron a sus señores reemplazados por otros aún más fieles al régimen asher y a sus antiguos señores humillados bajo las faldas del monarca. Pero esto no era suficiente para la familia real, ellos querían más y más. Ellos querían a todos los Fatusta limpiando el polvo de la infinidad de sus muebles. Detestaban a esa familia desde hacía años, y su enemistad aumentó tras su alianza para unificar los dos mayores reinos del continente a través de la vía matrimonial. Tras la enigmática muerte de la joven Fatusta, su familia decidió llevar a cabo una guerra silenciosa basada en no apoyar más a los Asher. De esto, era más que obvio que la familia real se acabaría enterando y en vez de decapitarlos, decidieron darle una humillación más grande: ser sus esclavos.

— ¿Estás preparada? — Milo, me miraba con preocupación.

—Sí — dije mientras me frotaba los brazos para recobrar el calor.

Era una noche fría en la que solo tenía un vestido que llevaría cualquier noble, pero sin practicidad alguna.

—Ya sé que he tenido muchas oportunidades para pedirte perdón y aun así no lo he hecho—dijo preocupado —, pero aun así, lamento haberte tratado como una esclava.

—No te preocupes.

—De donde yo procedo no está mal visto la esclavitud, aunque he cambiado mi forma de pensar desde que pertenezco a los insurrectos.

—No te preocupes.

En verdad me interesaban los motivos por que le hicieron quedarse conmigo y no con cualquier esclava, pero no era el momento. Mi cabeza estaba en el ataque que tendría lugar en cuando menos nos lo esperábamos, en los dos carros repletos de esclavos y en las dos decenas de soldados que les custodiaban.

—¿Milo, por qué estás aquí? Es obvio que tú no procedes de una baja casta. La forma de vestirte, de andar, de mirar, de hablar... Todo te delata.

—Mi padre era político y no se mostraba muy a favor de los Asher... Criticó más de lo que debía y...

—No hace falta que me cuentes nada más— no hacía falta ser muy listo para deducir el trágico final de su familia.

—No te preocupes— dijo mientras sonreía, pero era una sonrisa triste—. Asaltaron nuestra casa por la noche, raptaron a mis hermanos y empalaron a mis padres en la puerta de la ciudad con un cartel que rezaba: "Aquí no hay sitios para traidores". Conseguí salvarme porque aquella noche me escapé para ir al prostíbulo— rió de una forma seca y carente de humor—. Como te has podido dar cuenta, no es un secreto que soy un putero.

Le observé con curiosidad, sin dudad era político, sabía qué decir y cómo actuar en cualquier ocasión, pero la verdad es que los ojos le delataban. Lo había pasado mal, ¿Pero quién no?

—Agradezco a mis dioses que fueras tú el que me comprara aquel día y no otro — confesé —. De cierta forma, me ayudaste a conservar mi esperanza.

—No te preocupes.

Sonreímos, no sé muy bien por qué, pero lo hicimos y se sintió muy bien. Pero esa buena sensación desapareció rápidamente. Los chicos habían dado la alarma, habían hecho sonar el silbato que imitaba al pájaro de la fruta, o como ellos lo llamaban, un binti. Era peligroso porque estos pájaros emigraban a la entrada del invierno, pero siempre había algún binti rezagado. Con suerte ninguno de los enemigos se percataría de ello, y si lo hiciera, no le daría ninguna importancia.

— Tenemos que ponernos en marcha, Kelya.

Asentí. El sol estaba escondiéndose tras las montañas y quedaban pocas horas de luz, pero anduvimos hacia el lugar donde se supone que encontraríamos los carromatos de esclavos. El papel que me habían asignado: la dama en apuros.

—¡Socorro! — grité a pleno pulmón mientras corría — ¡Ayuda!

—¿Qué ocurre? — preguntó el soldado que encabezaba la marcha.

Los soldados llevaron sus manos a la empuñadura de sus armas y se giraron en dirección a donde había provenido.

—¿Señorita, qué le ocurre? ¿Quién le persigue?

—¡Bandidos! ¡Son muchos, mi señor, son muchos! —exclamé mientras me dejaba caer en el suelo y lloraba.

El soldado no se bajó se su montura, ni si quiera le dedicó más de su tiempo a preocuparse por mí.

—Que todos los hombres se coloquen alrededor de la jaula, no queremos que ninguno de esos...

No le dio tiempo a terminar, los insurgentes salieron del bosque en todas las direcciones, tomando desprevenidos a los soldados asher. Mientras tanto, traté de analizar la cerradura a distancia, era de metal y se necesitaba una llave, pero debajo de las faldas había traído un martillo y un trozo de hierro que les sería de mucha ayuda.

Siguiendo con mi papel de dama en apuros, di unos pasos hacia atrás, dejando que mi espalda chocara con los barrotes. Dentro, algunos esclavos jaleaban a los insurrectos y otros se apiñaban entre ellos con el fin de protegerse. Aproveché el contacto visual con uno para dejar de forma desinteresada los utensilios y antes de que forzaran la puerta, salí de aquella batalla sin resultar herida. No era el papel que estaba acostumbrada a hacer, pero Yutema estaba sola y alguien tenía que protegerla.

La furia de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora