5. Dos amantes consumidos

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Las lágrimas corrieron sin control por mis mejillas y un torbellino de emociones me hizo no parar hasta que el sol se escondió tras las montañas. Estaba feliz por estar con un everial que entendiera por lo que estaba pasando, pero al mismo tiempo recordaba a todos los que había dejado atrás y una profunda tristeza se agarraba a mi pecho con fuerza.

Había conseguido superar la muerte de Azay y no sin dificultad. Fue mi primer amor, y eso jamás se olvida, pero ahora le tenía de nuevo en mi vida y no sabía cómo reaccionar al respecto. Azay, o Kael como le llamaban en este lado del continente, era muy distinto al niño de mis recuerdos. Había madurado, ya era un hombre curtido en centenares de batallas. Ya no era el chaval que me robaba besos tras los árboles y el que me susurraba al oído lo mucho que me quería.

Cuando por fin pude controlarme, me separé de su pecho mientras me apartaba las lágrimas de las mejillas.

—Lo siento, es solo que...

—No te preocupes, Kelya — dijo mientras se alisaba la camiseta con las manos —. Entiendo cómo debes sentirte ahora mismo.

—¿Me recordabas?

—Desde el momento en el que entraste por la puerta — comentó mientras posaba la mano sobre la parte baja de mi espalda y me acariciaba haciendo círculos con el dedo pulgar —. Pensé que eras un fantasma de mi pasado que venía a torturarme.

—Azay —susurré su nombre mientras le acariciaba aquella cicatriz que le recorría todo el pómulo —, cumplí con mi promesa lo mejor que pude.

—¿Mi hermana está viva?—preguntó esperanzado mientras tomaba mi mano y cesaba mis caricias.

—Sí, pero después del parto ya no puedo ayudarla más.

—Ya has hecho demasiado, no puedo compensarte todo lo que has hecho por mi familia.

—Y tú me has devuelto la libertad— le recordé mientras sonreía —. Ya no hay deuda que pueda valer entre nosotros.

—Dedicaste tu vida a la protección de mi hermana, y diste tu libertad a cambio de proteger a ella y a su hijo.

—Tal vez fuese una niña— comenté distraída mientras acariciaba su antebrazo.

—Créeme, que sea niño o niña me produce la misma alegría.

Hablamos durante horas, aunque sería más correcto decir que yo fui la que hablé. Le conté todo sobre su hermana, de cómo se enamoró de su mejor amigo, Famil, y cómo superó su muerte tras uno de los ataques asher. Eissa fue mi compañera, en las buenas y en las malas, compartimos lágrimas y sonrisas, y dejarla fue como perder a una hermana, amiga y madre al mismo tiempo, otra vez.

—Tengo sueño— comenté—, debería marcharme antes de que la señora Yutema se enfade conmigo.

—Aquí hay espacio para las dos— comentó tratando de que fuera de forma desinteresada, pero no lo consiguió.

—¿Insinúas que duerma contigo?

—¿Es demasiado mojigato que te escandalices, no crees?—dijo mientras levantaba ambas cejas— Hemos llegado a dormir más de quince personas apelotonadas en una misma tienda en pleno invierno.

—Tú siempre te recostabas a mi lado y me tomabas de la mano — dije mientras le recolocaba un mechón moreno tras la oreja —. Y siempre aprovechabas cuando todo el mundo estaba dormido para robarme un beso.

—¿Robar? —dijo con una sonrisa en la boca —Tú eras la que me despertaba dándome besos. Además, no quieres dormir con la señora Yutema, grita y blasfema en sueños, créeme—dijo con sorna, haciéndome reír.

Por supuesto que sabía que no era verdad, había compartido la tienda con ella por cinco noches.

—Pues entonces tendré que dormir por esta noche aquí— dije en apenas un susurro mientras me derretía bajo su mirada.

Azay se tumbó, colocándose uno de los almohadones debajo de la cabeza y dejándome otro para mí. Me tumbé, cerré los ojos y traté de llevar mi mente a otro lugar más tranquilo, pero por mucho que me esforcé en descansar, no pude.

—¿Estás despierto? — susurré.

—Sí.

—¿Puedo preguntarte una cosa?— me tomé el silencio como una afirmación—¿Por qué no querías decirme quién eres?

—No lo sé.

Corté la distancia que nos separaba y apoyé mi mano sobre su pecho.

—Somos adultos, y sabemos que el amor en nuestra vida no es más que un lastre— comentó mientras posaba su mano sobre la mía únicamente para quitarla de su pecho—. Solo fue un amor infantil, yo tenía catorce años y tu trece. Han pasado diez años desde que no nos vemos. No hay amor, solo buenos recuerdos.

Las lágrimas amenazaron con desbordarse, pero hice el esfuerzo de aguantarme. Me sentía una estúpida por pretender que lo nuestro todavía seguiera vivo pese a los años. Nunca me habían criado para ser una ilusa y soñadora, y ese dolor que sentía me lo había provocado yo misma por ser tan estúpida.

—Lo siento —susurré mientras me separaba de él y trataba de levantarme.

—No—dijo en un tono lo suficientemente alto como para sobresaltarme—. Quédate a mi lado, por favor.

Así lo hice, me quedé a su lado escuchando su respiración. Volví a posar la mano sobre su pecho y esta vez él no la apartó. Este hombre seguía siendo confuso cuanto menos. En un momento me decía que lo nuestro no era más que un amor infantil consumido por el tiempo y después me pedía que durmiera a su lado. ¿Qué se suponía que debía hacer?

En algún momento me quedé dormida y me desperté con los primeros rayos de luz que se colaban entre la tela. Cuando traté de moverme no pude, ya que dos pesados brazos me tenían acorralada. El rostro de Azay descansaba sobre mi pecho, tranquilo y relajado. Me pregunté cuántas veces ese hombre se había sentido en paz desde que salió de Everial, cuántas noches podía haber conciliado sin que las pesadillas les torturasen o cuántas noches había dormido de verdad y no en un estado de trance en el que eres semiconsciente de todo lo que te pasa alrededor. Kael se movió, colocándose a mi lado, su rostro a escasos centímetros del mío. Rompí con nuestra distancia y le di un beso casto en los labios. Él abrió los ojos, esos ojos verdes esmeralda que habían robado mi corazón desde hace mucho tiempo, y sonrió.

—Buenos días — le susurré.

Nerviosa, me mordí el labio inferior.

—Buenos días.

—¿Has dormido bien?—dije mientras le posaba una mano sobre la mandíbula.

—No recordaba lo que era dormir una noche entera.

—Me alegro de ser tu leche con pilusa.

Su rostro se iluminó.

—¡Oh, divina pilusa! Te sorprendería lo que sería capaz de dar por una taza de esa hierva—comentó mientras se desperezaba.

—¿Aquí no hay pilusa? ¿No tenéis infusiones para conciliar el sueño?

—¡Qué va a haber! — dijo con sarcasmo mientras rodaba y se colocaba a horcajadas sobre mis caderas — Te he echado de menos —comentó divertido. Yo tomé uno de los cordones que colgaban de su camisa y jugué con él con mis dedos—. Lamento lo que te dije ayer...

—Señor, necesitamos que...— un hombre entró por la puerta de tela y se detuvo, confundido, al vernos en aquella situación.

Azay se levantó de golpe, aunque después chasqueó la lengua. La pierna le dolía, pero era demasiado bruto.

—Espero que sea importante, Borban.

—Sí, señor, ha habido otro ataque.

La furia de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora