Es que la vida sigue...

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A pesar de todo

Pasaron cuatro meses desde la visita de Igal al cementerio

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Pasaron cuatro meses desde la visita de Igal al cementerio. Cuatro largos meses llenos de preguntas, que no siempre encontraban respuestas. Fueron noches de insomnio en las que inútilmente quería conciliar el sueño con los más diversos métodos caseros con tal de no caer preso de los barbitúricos. Pero todo cuanto hacía era imposible. No podía dormir y, cuando al fin lograba desplomarse en la cama, el timbre del despertador le recordaba que un nuevo día estaba iniciando y debía maquillar sus ojeras para que nadie notara los efectos de la vigilia.

Durante todo ese tiempo no volvió a saber de Adela. No quiso llamarla y la joven, entendiendo que quizás le hacía falta espacio para procesar el sufrimiento, decidió dárselo atenta a que, ante el primer llamado telefónico, estaría presta a socorrerlo. Adela sabía que tendría que rescatar de la pena a Igal. Lo conocía bien, y estaba esperando sus señales porque ya tenía pergeñado un plan, por si acaso.

Así fue como una tarde de domingo, cuando ya no hubo más excusas que inventar, en medio de una aguda sibilancia decidió marcar el número que conocía de memoria y encontró, como esperaba, una cálida vocecita del otro lado del auricular. Una vocecita que estaba dispuesta a acompañarlo. Esa voz era lo más próximo que tenía de Nacho, lo que le quedaba. Y se aferró a ella con todas sus fuerzas.

Adela llegó velozmente porque supuso que Igal no estaría sintiéndose bien. Su pálpito no era erróneo; su cuñado estaba con arcadas pues acababa de consumir una hedionda tisana de salvia y jengibre tras abandonar las nebulizaciones, ya que se negaba a usar el inhalador recetado por el neumólogo. Temía acostumbrarse a los corticoides y siempre que usaba el aparatito se ponía de pésimo humor y bastante ansioso. Por si fuera poco, su presión arterial se había vuelto oscilante y comenzaba a sentir molestias en los ojos. Además, tenía las manos y los pies hinchados. Lo acosaba una retención de líquidos, y no le gustaba verse desmejorado.

Apenas ingresó Adela al departamento, lo abrazó y se sentó a su lado, y tras corroborar que continuaba con el ronco silbido en el pecho, creyó conveniente ofrecerle compañía para consultar con otro especialista. Una segunda opinión médica le parecía lo más correcto. La joven pensó que un tratamiento en las sierras cordobesas sería adecuado, y estaba dispuesta a providenciar los recursos si su amigo no podía costearlo en ese momento. Pero, además, como era esperable, lo encontró triste, y supo que irremediablemente también necesitaría hacer terapia.

Para eso de las siete de la tarde, y luego de varias tazas de té ingeridas sin apuro, Igal se sentía mejor de los bronquios y estaba acurrucado en la alfombra, con su cabeza en el regazo de su cuñada. Adela lo peinaba con los dedos y masajeaba con sus yemas el cuero cabelludo del mozo. No habían nombrado en todo ese tiempo a Nacho. No pudieron. Ambos sabían que hacerlo significaría romper en un llanto desconsolado y lo estaban evitando. Pero llegó la hora de la despedida y la muchacha tuvo que preguntar:

—¿Vas a querer volver al cementerio?

Ese fue el detonante para aflore el lloriqueo de Igal.

* * *

Un tatuaje en la piel que dice Nacho - #HomoAmantes 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora