Nada parece mejorar

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Cuando la desesperación no ayuda

Cuando Adela abandonó el cuarto dejando a Fher al cuidado de Igal, un enfermero vino al encuentro del terapeuta para avisarle que podía entrevistarse con el médico

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Cuando Adela abandonó el cuarto dejando a Fher al cuidado de Igal, un enfermero vino al encuentro del terapeuta para avisarle que podía entrevistarse con el médico. Como el bambino permanecía adormilado, supuso que podía ausentarse un momento y tener, por fin, el postergado encuentro con el profesional.

Hizo el primer ademán para dejar la habitación y la matrona que cargaba en brazos a Nachito se ofreció para quedar con el paciente.

—¿No estaré abusando de su generosidad? —Preguntó, sorprendido por el gesto de la desconocida.

—Es lo mínimo que puedo hacer. Adela pasó la noche meciendo al niño que está a mi cargo y hasta insistió en que me fuese a descansar. Me parece justo que les retribuya el favor. Si no les molesta, claro, que pueda estar con el bebé en el cuarto.

—Siempre que los enfermeros no se opongan. Además, Nachito ha pasado más tiempo en este cuarto que en cualquier otro, ¿verdad?

—Muy cierto. Me dijeron los jefes de sala que mientras no llore no habrá inconvenientes. Pero este malcriadito no tiene intenciones de berrear, así que vaya tranquilo. Espero que los doctores tengan buenas noticias...

—No estoy seguro de que así sea, pero necesito saber cómo va evolucionando Fher. Voy a aprovechar su ofrecimiento y estaré de vuelta lo antes posible —respondía con premura.

—Vaya tranquilo, yo me quedo a cargo. —Mientras decía estas palabras, abrazaba con ternura al niño.

Al retirarse, se acercó a besar la frente del mocoso y Nachito le apretó el dedo índice con la manita derecha. La cuidadora los observó. El atorrante era tan lindo como pillo y todos se enternecían en su presencia. Incluso aquel hombre fino y educado parecía rendirse ante los encantos del pequeño. La mujer lo sintió suspirar y pensó:

«Cuando un niño te aferra el dedo, casi sin proponérselo, te está amarrando el corazón. ¡Pena que esta preciosura no tiene un papá como él!».

Quedó en silencio con sus murmuraciones mientras el terapeuta se alejaba por el pasillo en dirección al consultorio donde lo aguardaba el clínico.

* * *

Una vez que tomó asiento en la incómoda silla, se dispuso a escuchar el informe sobre la evolución del gurrumino. Observaba minuciosamente a todos, pretendiendo adivinar qué tipo de pronóstico intentaban darle. No fueron erróneos sus presentimientos y en pocos minutos, un sudor frío le recorrió la espalda.

Fher estaba mal. El conteo de sus cedé cuatro arrojaba valores insignificantes y lo peor de todo no se lo habían dicho, pero a esa altura del relato, Igal lo suponía. El muchacho tenía sida. Una sola pregunta le daba vueltas en la cabeza al psicólogo, y no dudó en hacerla, de sopetón, porque ya no había espacio para formalidades:

Un tatuaje en la piel que dice Nacho - #HomoAmantes 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora