La diagnosis

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La peor noticia de la vida

La doctora los aguardaba en el consultorio en que los recibió el día anterior

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La doctora los aguardaba en el consultorio en que los recibió el día anterior. Ese miércoles de ceniza se ponía bastante pesado. No ya por el calor, que a esa hora de la mañana era todavía medianamente soportable, sino porque el clima emocional de los muchachos distaba mucho de ser el mismo con el que había culminado las aventuras carnestolendas hacía apenas cuarenta y ocho horas. Ninguno comprendía qué estaba sucediendo, y peor aún, qué tenía realmente Fher.

Cuando Amelia cerró la puerta dejándolos a solas con la facultativa, Igal sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, como una corriente eléctrica punzante bajando entre su nuca y el cóccix. No había sentido una angustia parecida desde aquella vez —allá lejos y hace tiempo— que sintió desbarrancarse su vida en Formosa. Cuando un sorpresivo insight le permitió entender que estaba enamorado del adolescente. Fher era el hijo de un militar de alto rango y aún no tenía mayoría de edad. Cuando las cosas se le fueron de las manos, no supo qué hacer y se puso a rezar. Por un instante pensó que podía hacer lo mismo. No era demasiado creyente, pero las pocas veces que había rezado, había conseguido un poco de calma. Al levantar los ojos y observarse en presencia de la médica y Adela, supuso que no sería lógico santiguarse y sí oír lo que la mujer tenía para decirles.

—Tengo los resultados del análisis bioquímico. Quiero hablarles de los datos que arrojó el laboratorio y necesito que escuchen con atención. —Inició la plática, acomodándose la chaquetilla, como si estuviera más nerviosa de lo habitual.

—Vinimos para eso doctora —alertó Adela—, y también para llevárnoslo a casa con nosotros, pero lo encontramos más delicado que ayer.

—No interrumpamos, que estamos ansiosos. Escuchemos qué tiene para decirnos la doctora, por favor. —Igal volvía su atención a la médica.

—Las noticias que tengo no son alentadoras. De hecho, son las más duras que pueden recibirse cuando uno se somete a un examen de sangre. Pero quiero que sepan que cuentan con nuestro apoyo; el mío, personalmente y el de la institución —hacía un preámbulo intentando suavizar el tono de voz, aunque ello ponía nerviosos a los interlocutores—, y que hoy en día la enfermedad que tiene Fher ya no es considerada terminal, aunque sí es delicada y requiere cuidados. Sobre todo en este momento, que tiene las defensas bajas.

—Ajá... ¿Y qué enfermedad es la que tiene Fher? —interrumpió Adela, instando a ir directamente al grano.

—Tuvimos que hacerle la prueba ELISA y detectamos la presencia del virus de inmunodeficiencia humana en su sangre. El resultado nos permitió comprender el porqué de varios de los síntomas que encontramos en su estado de salud actual. Aunque es una técnica sensible y de gran efectividad, enviamos otra muestra de sangre para hacer una contraprueba. Un examen más minucioso que conocemos con el nombre de Western Blot.

—¿Está diciendo que puede tener sida? —Angustiado y sorprendido reclamaba Igal ante la mirada expectante de ambas mujeres.

—Hay mucha diferencia entre ser seropositivo y tener sida —explicaba pacientemente la médica—. Que alguien tenga el virus no necesariamente indica que va a desarrollar la enfermedad porque en la actualidad hay medicamentos y controles específicos. Pero el paciente requiere de cuidados porque su sistema inmunológico está débil y pueden aparecer otras dolencias a las que llamamos oportunistas, que son las que pueden complicarle la salud. El sida es la etapa más avanzada de la infección.

Un tatuaje en la piel que dice Nacho - #HomoAmantes 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora