29° Entrega

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Dedicado a 2_Wonder_3











— Decir que soy un ángel guardián al que no le han asignado un protegido, aún sabiendo que lleva casi dos décadas sin uno, es un dato irrelevante — Omael empieza. Habla relajado, como quien sabe que no ha hecho nada malo, y se pone de pie para pasearse por toda la estancia mientras sigue explicando;— Es decir, no todos somos Yerathel: el ángel más solicitado del reino. Pero ese es el porqué de que yo sepa todo esto — toma un portaretrato, antes posado sobre una de los estantes colgantes en la pared, y lo analiza por un tiempo — Es... curioso — habla para sí mismo, pero no sé si lo que dice va anexado a su narración o si lo dice al ver las fotografías de Aisha cuando era pequeña — Estaba yo, como un ente invisible andando entre las calles de una ciudad ajena a este continente, cuando una enorme pantalla electrónica detrás de un cristal atrajo mi atención. De haber sido un fin de semana, un día no laboral o una hora en la que no apareciera ese noticiero; habría seguido mi camino. Pero no lo hice. Me detuve a ver el reportaje sobre el cuerpo inerte de un chico tirado sin vida en una calle, quien había muerto por una razón verdaderamente inesperada. No puse mucha atención en ello, sólo sé que era menor de edad y que la causa de su muerte había sido algún problema con el alumbrado público — el ángel de cabello negro deja la foto en el estante, pero se queda quieto, dándome la espalda — Nunca terminaré de entender por qué siendo tantos los humanos; nosotros somos tan pocos. Es decir, imaginen cuántas almas hay en más de dos millones de ciudades, en ciento noventa y cuatro países — en ángel niega con la cabeza — Y nosotros somos sólo cuatrocientos cincuenta y dos... De una mediocre cantidad de dos mil ángeles guardianes. No es que yo conociera al chico, a decir verdad, no me conmovió en lo absoluto su muerte. Eso es lo que los humanos hacen. Ellos nunca dejan de morir y tampoco de nacer. Les gusta mucho hacer eso y no se detienen, jamás lo harán. Pero ese día, me puse a pensar en por qué siendo tan pocos para tan muchos yo seguía sin tener al menos a uno para proteger, para guiarlo en la vida y brindarle sabiduría. Me enfadé. No tenía sentido seguir en el mundo humano desperdiciando mi tiempo. Fue por eso que subí — escucho con atención, conociendo lo que está a punto de decir — Llegué al reino, vi a los novatos. Cien ángeles guardianes listos para acudir a cien almas; desperdiciados. Esperanzados a la idea de que vuestro padre creará a la siguiente generación, cuando eso ya debió haber sido desde el comienzo del siglo veintiuno. Fue el colmo. Caminé al palacio de mármol. Los muros se abrieron para mí y me dejaron pasar — frunzo el ceño. Si nadie te ha llamado, los muros no se abren. Pero a él nadie le llamó, y se abrieron — Caminé por los blancos pasillos hasta llegar al muro que le pertenece a Mebael. Me paré, no recuerdo cuántas, tal vez fueron miles de veces pero me paré frente a los muros... Jamás se abrieron. No entendía, el palacio me había dejado pasar, ¿por qué no podía entrar con Mebael y pedirle que me otorgue un protegido? Entonces, lo comprendí — da la media vuelta y su mirada exasperada se encuentra con la mía — El palacio quería que entrara, pero a otra parte.

Una mueca desconcertada es lo que tiene de mí en respuesta. Ni siquiera miro a Aisha, a decir verdad no creo que entienda esto pero él, Omael, él tiene toda mi atención ahora.

Espero impaciente a que termine la oración, pero no lo hace. No hasta caminar de nuevo al sillón individual en el que estaba y sentarse.

Entonces, la curiosidad surca en sus facciones.

— Comencé a caminar — continúa y ahora suena más entusiasmado — Comencé a caminar y a mirar a todos lados. Caminaba cerca de los muros, rozaba los dedos de mi mano en ellos y pegaba mi hombro también para ver cuál muro se abriría. Y llegué hasta el final. Hasta un pasillo aparentemente sin salida y cuando pensé que debía regresar por donde vine e intentar en otra parte; el muro frente a mí se abrió — no recuerdo haber visto a Omael sonreír tanto antes, la sonrisa que le conocía era aquella que ponía al saber que había sido mejor que yo en un reporte de valor formativo en el entrenamiento — Miré a todos lados, nadie me me seguía, nadie estaba ahí. Entré y los muros detrás de mí se sellaron de inmediato, no hubo ruido alguno — es imposible, está mintiendo. Los muros jamás son silenciosos. Literalmente son colosales piedras rozando y chocando entre sí, rompiéndose al abrirse y colisionando al cerrarse, es imposible creerlo — Dentro no había nada. Era una pequeña habitación, no más grande que esta — con su dedo índice, hace ademán de señalar toda la sala — No había nada, no había nadie. Estaba completamente en blanco, claro, en penumbras ya que no había nada que iluminara el concurrido lugar, pero en blanco. No sabía por qué los muros me habían dejado entrar ahí, hasta que vi una delgada ranura de luz frente a mí. Era un espacio abierto en los muros, una distancia verdaderamente insignificante conformada por apenas unos centímetros — ahora comienzo a comprenderlo — Los muros estaban abiertos, se mantenían abiertos, cuando nunca lo hacen. Y no era una falla, una cosa así nunca falla.

YERATHELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora