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ACOSADOR POR UN DÍA

Sin poderse creer lo que había hecho, ahí estaba, caminado en la acera con la espalda ardiendo debido a la cortada que se hizo al pasarse por la malla. Se sentía perdido, casi no había estado en esa zona de la ciudad y tampoco tenía idea de a donde pudo irse Laila.

Mas perdido no podía estar pero ya estaba a fuera ¿no?

Continuo caminando cuando de lejos pudo reconocer el uniforme de la escuela o para ser más específicos, el uniforme de una chica del CAS: falda azul con líneas amarillas, saco azul con detalles amarillos, camisa blanca y una corbata.

Allan no pudo evitar su emoción al ver su cabello negro moviéndose, era ella, la había encontrado. El único y gran problema era que ni siquiera se había presentado a ella. Se sentía como un completo acosador pero no podía seguir más con la curiosidad.

Caminaba apresuradamente, volteaba a los lados constantemente ¿A dónde estará yendo?

Llegando a un quiosco, Laila rápidamente encontró un lugar donde sentarse, tenía una postura tensa y no podía dejar de mirar todos lados. Tenía las piernas cruzadas y movía la pierna que colgaba de una forma rápida que llegaba a molestar. Buscaba entre los rostros de la gente a alguien.

Hoffman sentía su corazón latiendo muy rápido, y sentía como la sangre se le subía al rostro, tenía tantos nervios. No podía ser visto por Laila y no sabía a donde ir para que no le viera. Buscó en todos lados un lugar para sentarse pero no había ni uno solo en donde Laila no pudiese darse cuenta. En una esquina se encontraba un puesto que servía jugos y burritos, la fila de personas era larga y Hoffman pensó que no podía haber mejor lugar para verla sin que se diera cuenta que ese.

Las nubes se estaban disipando, dando la oportunidad a unos cuantos rayos de iluminar y calentar un poco el día y subir de los -4°c. Se veía mucha gente pasando, especialmente padres llevando a sus hijos pequeños a las escuelas, otras solo venían a pasear con el perro o hacer ejercicio pero ninguno de ellos era quien Laila esperaba.

Sin esperarlo un hombre que rondaba de los 20 años con un cabello negro, alto, usando jeans, una camisa de cuadros de tonos grises y negros, y con una gorra negra; se acercó a la banca para sentarse y si sus ojos no le mentían, después de unos minutos en donde se hablaban discretamente, estaba viendo como le pasaba algo a Laila. Esto lo desconcertó mucho y cuando el hombre se paró nuevamente Allan volteo su cabeza a otro lugar, deseando no haber presenciado aquello. Su mente se llenó de muchas ideas y teorías, la mayoría fuera de lugar.

Se levantó rápidamente de la banca, decisivo a dejar el lugar pero una voz conocida lo hizo detenerse y que casi le diera un pequeño infarto al darse cuenta de quien se trataba.

─Tú qué estás haciendo aquí ─preguntó Laila quien estaba en una postura firme con una expresión difícil de cifrar ya que expresaba muchas cosas entre ellas enojo y confusión. Allan volteo avergonzado y se topó con ella mirándolo fijamente.

─Se te perdió algo ─continuó presionando por una respuesta y cada vez se acercaba más tratando de intimidar a Allan quien se había quedado sin palabras.

Al tenerla tan cerca pudo captar cada detalle de su físico, su cara tenia rasgos muy finos, su nariz, sus ojos oscuros, sus pestañas largas y sus lindos pómulos marcados. Pero todo esto se veía opacado por una tristeza profunda. Sus ojos hinchados y con ojeras que no se parecían a nada que el haya visto, se veía cansada. Su palidez era de otras cosas que lo sorprendía, parecía un fantasma o como si en cualquier momento su piel pudiera volverse transparente; su mirada se veía perdida, pero no como la suya por las sustancias inhaladas, no, en la de ella veías un secreto que le pesaba en conjunto con un dolor interminable, como un infinito, sus pupilas pronto se convertían en puertas demoníacas.

Ráfagas de Un Invierno NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora