Mi mundo. Mi lugar donde existir. Mi vida. Todo últimamente se veía más movidito de lo normal. Rubén se convirtió en un amigo, ¿increíble no? Todo por lo que una vez dije que nunca haría, lo hice. Cuando se mudó, también fue al mismo instituto que yo, a la misma clase, a mi lado. Es el típico cariño que le coges a las cosas nuevas, como los regalos de navidad, o los de tu aniversario. Es como un juguete nuevo, pero con personas.
Mi vida, tal y como la había conocido, o vivido, dio un giro, lentamente sí, pero cambio. Los cambios siempre se piensan que son para bien o para mal, en mi caso era algo extraño, porque sacaba lo mejor de mí y también lo peor de mí. Era mi salvador pero también mi destructor. Su personalidad, enamoraría a cualquiera, todas menos a mí. Lo conocía, poco, pero lo conocía. Él era como un experimento en periodo de pruebas, pero ese experimento acabo siendo lo mejor para mí, supongo.
Alguien me tocó el hombro, alejándome de mis pensamientos, y se sentó a mi lado, el acantilado había sido nuestro punto de reunión, en vez de ir a los típicos parques, o ir a “dar una vuelta”, nosotros nos las pasábamos ahí, mirando hacia la nada, y hablando de cualquier “rayada”, cualquier cosa que pensará, tenía la necesidad de decirle como me sentía.
-Vale, entonces, ¿eres un dragón? – digo yo riendo
-Sí, no te rías que es muy serio. – aguantándose la risa, ¿Y quién no?
-Y yo soy una bruja
-La peor de todas si – hay un silencio, no es un silencio incomodo, es el típico silencio en el que dices que coño estamos haciendo no? Después de unos segundos, minutos o algo así la verdad es que no se, estallamos a risas. Nunca, nunca había reído tanto en mi vida, bueno en mi infancia si seguro pero cuando empecé a ver a las personas “diferentes” a ver cómo me trataban, fue como si mi felicidad desapareció, se encerró, pero nunca dije que no volvería a salir.
Cuando paramos de reír, sonreímos y decimos lo idiotas que somos, nos levantamos y nos encaminamos cada uno a su casa, dos besos de despedida, y un gran abrazo.
Vuelta a mí casa. Vuelta al infierno. Pensaba que tendría una vida menos difícil después de encararme con mi madre y soltarle toda mi furia sobre esa casa, pero no fue el resultado esperado, al contrario, mi padre me amenazaba todo el rato con asesinarme, mi madre y su mirada lo decía todo. Con mi hermana todo era igual ella era fría conmigo, y yo con ella. Entró por la puerta, veo a mi madre en la cocina, me acercó a la nevera y ya está ella mirándome como si hubiera matado a alguien.
-¿Dónde estabas?
En un lugar mejor, pienso.
-En la biblioteca.
-Sí, seguro. – recojo un poco la cocina, algún plato sucio y barro la parte donde mi madre está cocinando.
-¿No vas a cenar?
-No tengo hambre.
-Vale foquita – y se ríe, esa risa… juro que la mataría por no tener que escuchar su maldita voz. Respiro y pongo rumbo a mi habitación. En el camino mi padre sale de su estudio y se fija en mí.
-Hola – digo lo más seca posible. El me mira y sube una ceja, como diciendo, y que, tu existencia me importa poco.
-Adiós. – dice el tan tranquilo, cuando se va a dar la vuelta…
-¿Si me suicido, te solucionaría las cosas verdad? Si no existiera, si no tuvieras que mantenerme, si simplemente dejara de respirar, ¿Te facilitaría las cosas no? – no sé de donde pude sacar todo ese sentimiento digamos, esa rabia esas ganas por ir a su cara y aplastarle.
Notó un fuerte dolor en mi estómago y ya sé qué viene después. Me está pegando de nuevo. Mientras lo hace se ríe y dice que no tengo los cojones suficientes para suicidarme y que si lo hago él no se divertiría haciéndome sufrir. Por un momento deja de pegarme y se arremanga las mangas de la camisa, me coge en brazos y yo sin ninguna fuerza le dejo, abre la puerta de mi habitación, y me tumba en la cama.
-Te odio. – es lo único que dice antes de irse.
Me levanto y como puedo, apoyándome en los muebles, voy hacia el lavabo propio que tengo, entró en la ducha y me deshago de la ropa, abro el grifo y respiro. Repito la frase “Recuerda: vendrán mejores momentos” lo hago una y otra vez, y siempre al terminar, la palabra Te odio, resuena en mi cabeza. No sé por qué me importa sinceramente, pero algo en mi me hace pensar, ¿Será mi verdadero padre?