Capítulo 8

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Sábado

Metiendo el teléfono al bolsillo, maniobré para empujar la pesada puerta de entrada y el usual chirrido se hizo presente al abrirse. El pasillo estaba desolado y más silencioso de lo que esperaba; el único sonido que se oía era el de una radio que transmitía varias canciones consecutivas, como si alguien cambiara la estación. Avancé por el pasillo y finalmente encontré el lugar de donde provenía aquel bullicio.

Al adentrarme en la secretaría, un hombre como de cincuenta años se movía al compás de la música, sus caderas contoneándose mientras bailaba al ritmo de la melodía con una mopa que agarraba del palo. Cuando giró y sostuvo desde, lo que supuse era la espalda de la persona que él estaba imaginando, me vió.

—Usted debe ser Anahí Mendes —Dejó caer la mopa y se aclaró la garganta avergonzado. Se deslizó a través del espacio y le bajó el volumen a Gloria Estefan—. Estaba esperándola, ¿dónde está su amiga? —preguntó.

Sus mejillas estaban rojas y por su bien, intenté eludir el hecho de haber visto aquella cómica escena, aunque de igual manera, la disfruté en mi interior.

—No lo sé, no tengo su número de teléfono —contesté tratando de no sonar latosa—, pero debe estar por llegar —agregué.

Y sin esperar respuesta, me senté en una de las sillas de madera verdosa, aguardando la llegada de Devon.

—Genial —resopló, recogiendo la mopa y aferrándosela al pecho—. Espera aquí.

Se marchó por un costado mientras arrastraba un balde con agua y desapareció en cuestión de segundos. Solté la risa que tenía contenida en cuanto se fue. Jamás había visto algo parecido.

No volví a sacar mi teléfono porque tenía baja batería, pero me entretuve a esperar con mi fiel compañía.

Yo no era de pasar mi tiempo allí por lo que el lugar era como territorio desconocido. Durante la espera, noté que el rector había decorado a su gusto el lugar: colgaban de las paredes pinturas tanto minimalistas como de estilo Andy Warhol; tapizó con alfombras felpudas y otras de textura lisa, las cuales tenían diseño de animales que habitan la selva. Al final del único pasillo, se encontraba el despacho del señor McAllister, y viendo el gafete pegado a la puerta, confirmé que él tenía serios problemas a lo que la decoración de interiores respectaba. Era como ver un estallido de colores, un popurrí que daba náuseas. Piedad por quienes pasan más tiempo aquí que en los salones, una clase de química es menos tortura que quemarse los ojos al observar la absurda estética del vejete.

—Veo que tu compañera ha llegado —dijo el conserje, que volvió a aparecer y ahora, miraba hacia el corredor a mis espaldas.

Me giré para mirar a través del vidrio y él estaba en lo correcto: Devon venía caminando en nuestra dirección.

—Buenos días, Patrick —saludó ella, sonriéndole. "Patrick" le devolvió el gesto curvando los labios hacia arriba en una sonrisa auténtica—. Anahí —soltó con la vista fija en frente.

—Devon.

La observé atravesar el umbral de cristal mientras se colocaba los lentes de sol sobre la cabeza, y ni siquiera me dedicó una mirada. Siguió su camino hasta el hombre y se posicionó frente a él, quien le extendió unos trapos y el mismo balde con agua que había estado llevando consigo hace un rato; la sonrisa en su boca en todo momento.

Patrick dejó de verla y me miró con frialdad.

—Se supone que debería decirles que limpien en conjunto, pero háganlo como quieran —se sinceró—. No les mentiré, no me interesa nada más que mis baños y que la cocina de Helga queden relucientes de limpios.

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⏰ Última actualización: Jul 16, 2021 ⏰

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