Prefacio

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Cebadilla Mantecona le pasó otra jarra de cerveza, que sus manos ágiles intentaron atrapar. Sin embargo, estaba bajo los efectos de otras muchas jarras anteriores y el recipiente bañado por el sudor frío del líquido resbaló entre sus dedos y corrió peligro de caerse, pero lo atrapó, fue capaz de atraparlo. Lo llevó con premura a sus labios y dejó que la amarga sustancia impregnase su garganta, la cálida sensación la embriagó de nuevo y parecía que volaba, que volaba realmente.

Mantecona se paró delante de ella, que estaba sentada en una alta silla para permitirle llegar a la barra, pues su altura era correspondiente a la de un hobbit —tal vez fuera un poco más baja—, y sonrió. Alzó las cejas y esperó que la joven se dignase a dejar de beber. Para cuando lo hizo, la jarra se había vaciado por completo. Se limpió la boca con la manga de su camisa sucia y eructó sonoramente.

— ¿En la cuenta de Gandalf, el gris? —preguntó.

Ella lo miró, frunciendo el entrecejo repentinamente por la cuestión extraña. Cebadilla siempre apuntaba sus consumiciones a cobrar hacía aquel hombre que ella ni siquiera conocía, había sido una mera casualidad que un día, sin dinero para pagar, aquel hombre dijera su nombre y se ofreciera a apuntarle.

—Así es, como siempre —respondió.

Y alzó la jarra para que se la rellenase. Mantecona rio entre dientes, arrugando los ojos y agarró la jarra para dirigirse a rellenarla, tal y como había ordenado. Ella se recargó contra la pared y se dedicó a observar a su alrededor. La gente bebía y reía a su alrededor sin prestarle atención, era tarde, posiblemente la hora de la cena, y ella ya estaba bastante animada, como todas las noches, mañanas y posibles tardes si el tiempo lo requiere. No tenía otra cosa que hacer, ni tampoco podía en sí, olvidarse de lo que es, lo que hizo y lo que aquello conllevo era lo único que le importaba.

Miró a Mantecona, impaciente de que su jarra de cerveza no estuviera ya frente a ella. Lo vio a lo lejos, mirándola cohibido mientras atendía a otros clientes. Se movió rápidamente, bajándose de la silla de un salto, se tambaleó al pisar el suelo y un mareo la acogió, tan cegador que sintió que estaba a punto de vomitar. Con ojos nublados, pudo ver como una figura alta se colocaba delante de ella, unas manos fuertes la agarraban de las ropas, y entre meneos y golpes, la sacó afuera.

Estaba tan ebria que no podía hablar si quiera, sus labios parecían estar hecho de algún material pesado y su sistema nervioso no le permitía moverlos. La brisa fría chocó con ella, quién gruñó en respuesta al sentir el gélido temporal que afuera yacía. Las manos consiguieron tirarla al suelo, su trasero golpeó la arena y su espalda la pared; eso le dolió. Instantes antes de que consiguiera recuperar la consciencia para saber que ocurría, un torrente de agua helada fue vaciado sobre ella, quién gritó y parpadeó varias veces seguidas. Cerró los ojos, respiró tranquilamente y apretó los puños para centrarse, después parpadeó un poco, y deslumbró la figura que le agarró dentro del bar.

Era un anciano, de barba larga y blanca que se agarraba al cinturón de su túnica gris. Sobre su cabeza se alzaba un gran sombrero picudo y azul, y sus botas negras parecían tener bastante trote. Estaba apoyado sobre su vara y tenía su cara arrugada de pocos amigos. Ella frunció el entrecejo, y se apoyó en la pared.

—¡Pero, bueno, ¿qué forma de tratar a una dama es esta!? —dijo con enfado.

—¿Dama? ¡Una ladrona, es lo que eres! —dijo el anciano y espoleó su vara con enfado.

Ella se encogió contra la pared. El calor de las cervezas la había abandonado y el frío azotó sin cuidado su cuerpo. En aquel instante, le daba igual que el anciano le hubiera llamado ladrona, lo único que ella quería era volver dentro del bar y continuar bebiendo. Su cuerpo se movió con dificultad, intentando levantarse del suelo, pero un golpe seco de la vara del anciano la volvió a tumbar.

Ámbar (El Hobbit)Where stories live. Discover now