"La mayoría de las personas piensan que las bodas o uniones entre familias ya arreglados no son muy dados ya en estos tiempos...pero para mi suerte y el de mi hermano mayor si."
Esta historia es Yaoi, tiene una idea muy loca que junto a unas amigas...
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Los árboles se movían con gran elegancia por medio del viento fresco otoñal, hojas marrones caían a sus alrededores y el suelo se llenaba de ellas. El campo era un hermoso paisaje para admirar a través de los ventanales de la única cabaña que se encontraba en medio de ese terreno.
Cerca de la casa, unos dos pequeños corrían detrás de un cachorro color marrón, el cual tenía un pelaje esponjoso. De un momento para otro quien perseguía a los niños era el can. Las risas y gritos de los niños se escuchaba fuerte y claro, aquel juego les era muy divertido, y su mascota al parecer pensaba lo mismo.
Un castaño salió del hogar, para luego llamar a sus retoños a que entrarán, el atardecer en sólo unos minutos se haría presente y no le gustaba que sus hijos estuvieran afuera. Los tres, luego de lavarse las manos, se sentaron en la pequeña mesa redonda en medio de un pequeño living. La cena estaba servida, aquella noche comerían sopa de verduras y fideos.
El adulto miraba a sus hijos, ambos tan diferentes pero con una belleza única. El mayor, un cabello grisáceo casi tirando al blanco, quien al sentir la mirada de su progenitor, levantó la vista de su plato para observar al contrario. El castaño sonrió con ternura para luego observar a su hijo menor, piel morena y cabello castaño, éste repitió la misma acción que su hermano al observar a su progenitor. Ambas miradas puestas sobre el mayor, quien siempre se repetía, que si no hubiesen nacido con un color de ojos similar, muchos hubiesen afirmado que aquellos no eran hermanos.
El viento de la noche era más calmo, haciendo sentir una atmósfera más suave. Los grillos pertenecientes al lugar hacían sonar sus canciones propias, dando así una perfecta noche para salir a ver el gran cielo despejado, y la grandiosa vista de las estrellas y la luna que reemplazaban la iluminación del sol en aquel campo. El nipón y sus hijos se encontraban acostados sobre el verde y abundante césped. Charlando y riendo se la pasaron todo un rato, hasta que el castaño mayor al observar a sus hijos somnolientos, con sumo cuidado, tomó de las manos a cada uno y a un paso lento se dirigieron de vuelta a la cabaña.
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Por la mañana, luego de desayunar, ambos niños se encontraban jugando en la sala, su padre les había dejado una canasta llena de crayones, hojas y juguetes dentro, mientras que él iría a doblar ropa en una de los cuartos.
