ºCapítulo 2º

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El ruido de pasos acercándose y césped crujiendo hizo que sus sentidos se alertaran, después de todo estaba acostumbrada a dormir estando alerta al igual que sus compañeros. Frunció el ceño, mas no por eso abrió los ojos.

—Vamos, Rokuro, tira esto aquí —su voz sonaba rasposa, como la de un hombre de unos cuarenta años tal vez. Parecía venir acompañado.

—Señor, ¿Está seguro de querer tirar los restos en este lugar? Creo que los huesos de este monstruo son demasiado grandes para tirarlos en este viejo pozo —comentó el otro de voz relativamente joven, aparentemente cargando algo muy pesado que hacía fricción contra el suelo.

¡Un momento! ¿Suelo? ¿Huesos? ¿Pozo? ¡Lo había olvidado! Todavía se encontraba en el fondo de aquel lugar, algo aturdida por el repentino desmayo que pareció sufrir.

—¡Esperen! —gritó cuando el más joven se encontraba por dejar caer una gigantesca costilla pegada a la columna vertebral —¡Les digo que esperen! —finalmente el chico pareció reaccionar y tiró el costillar a un lado mientras la veía asombrado al igual que su acompañante.

—¡Pero señorita! ¿Qué hace allí abajo?

—¿Cómo que qué hago? Lo de siempre. Creí haberle dicho a los aldeanos que no tiraran más los desperdicios a este lugar ya que lo utilizo para viajar.

—¿Viajar? Señorita, ¿Está usted bien?

—Oh, cállate Rokuro, ven y ayúdame a subir a la señorita Kikyo y luego harás las preguntas que quieras.

—Esperen, ¿Qué? —murmuró al tiempo que el más grande de los dos le tendía su mano firmemente para ayudarla a subir.

Una vez fuera pudo observar el lugar más claramente.

—Bueno señorita, ahora que está aquí, ¿Qué es lo que hacía allí abajo? —ahora que veía con detenimiento a aquel señor no recordaba haberlo visto en su vida, al igual que al castaño que la miraba un poco avergonzado —¿Acaso había restos de demonios con energía maligna?

—¿Eh? Eh… Sí, así es —se encontraba demasiado perturbada como para prestar atención a lo que le preguntaban. En este momento Miroku podría pedirle tener tres hijos detrás de los arbustos y ella habría dicho que sí sin el menor reparo en sus palabras.

—Señor Totsu, ¿No cree que la señorita Kikyo está un poco distraída el día de hoy? Jamás la había visto así —susurró el castaño para que solo el hombre pudiese escucharlo.

—Es cierto, Rokuro. Pero tal vez solo tuvo una mala mañana, eso es todo. Yo mismo me levanto sin saber dónde está el gallinero de vez en cuando, no es nada —contestó sin darle mayor importancia—. Venga, excelencia —dijo llamando la atención de la azabache— acompáñenos a la aldea. Pronto deberá bendecir las cosechas y necesitamos su presencia, quién más sino.

—Sí, ya voy.

Solo atinó a palpar disimuladamente su pecho, comprobando que la perla de Shikon seguía en su sitio, oculta a la vista de cualquiera de esos hombres. Algo andaba mal, definitivamente algo no encajaba y estar en presencia de dos extraños que la confundían con alguien más no hacía más que inquietarla.
   A simple vista todo parecía normal, no es como si pudiese cambiar la apariencia de todo un bosque en solo una noche. Es cierto, ayer por la noche ella… había sido rechazada. Sintió una punzada de dolor en su pecho que supo disimular frente a aquellos hombres que caminaban a su lado hablando entre ellos. Recordó la forma en que escapó, en que lloró, inclusive las náuseas que sintió nada más tirarse al pozo. Luego de eso, nada.

—¿Qué será lo que habrá pasado? —no pudo evitar susurrar aquello, sin ser escuchada por sus acompañantes. Justamente por eso no esperaba obtener respuesta.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora