Capítulo 21

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     El silencio de ese día era interrumpido ocasionalmente por un agudo silbido que cortaba el aire. Kagome no perdía el tiempo recuperando el oxígeno que sus pulmones le exigían, su cuerpo en ese momento era una máquina dispuesta a dar en el blanco a como diera lugar. Sus dedos se movían diestramente mientras localizaban la siguiente flecha en el carcaj sujeto firmemente sobre su hombro derecho. Flecha tras flecha disparaba hacia aquel delgado árbol sin detenerse siquiera para pestañear.

—Mierda… —susurró al ver que su flecha se había desviado ligeramente del objetivo.

     Ella era buena con el arco, muy buena. Sobre todo si tenía en cuenta que en su época ni siquiera era normal ver un arco en tu vida diaria. Pero si iba a estar en ese lugar sola y sin sus amigos debía aprender a defenderse, a ser independiente y mortífera en batalla. Ahora no tendría tiempo para tropezarse, llorar o cerrar los ojos esperando un golpe que sabría que Inuyasha recibiría en su lugar. Por primera vez estaba sola y vulnerable. Y ese pequeño pensamiento fue el detonante para que esa misma mañana le dijera a su tutora que quería entrenar después de estar semanas sin tocar el arco. Kikyo había decidido llevar a Kaede para continuar con su entrenamiento, la idea le pareció adecuada. No quería dejarla sola en la cabaña. Sin embargo, al llegar al bosque, la sacerdotisa se sentó parsimoniosamente entre las raíces de un árbol y comenzó a afilar sus flechas.

—No se clavarán con fuerza si no las afilo antes —había dicho sin molestarse en dirigirle la mirada.

     La azabache estaba tan impaciente que apenas aguantó cinco minutos sentada en silencio antes de ponerse en pie y decidirse a iniciar su entrenamiento ella sola. Su recién adquirida determinación hacía que sus dedos hormiguearan de solo pensar en volver a practicar con la única cosa en la que creía ser buena.

    Y así había estado durante las últimas dos horas. Unos metros detrás de ella se encontraban la sacerdotisa y su hermana menor platicando, pero estaba tan centrada en su entrenamiento que no se molestaba en intentar entender de lo que hablaban las dos féminas. Tampoco le dirigía la palabra a sus acompañantes, ni le daba tregua a sus brazos que comenzaban a acalambrarse después de estar tanto tiempo repitiendo una y otra vez las mismas acciones.

—Te dije que colocaras los brazos más arriba. —Escuchó a su espalda. La mujer la miraba de reojo sin dejar su tarea y había alzado la voz lo suficiente como para que la escuchara a pesar de la distancia entre ellas. Kagome no pudo evitar sonreír con arrogancia, algo que pocas veces se permitía, antes de centrarse nuevamente en soltar la flecha entre sus dedos.

—Y yo te dije que es mi propio estilo.

—¿Sí? Pues tu estilo está haciendo que tus disparos no tengan precisión —respondió con sarcasmo. Sin embargo, la colegiala supo leer entre líneas. No se burlaba de sus penosos tiros, como habría hecho cincuenta años en el futuro, más bien se reía con ella. Sonrió débilmente y cargó el arco con una nueva flecha.

—Solo hace falta pulirlo. La práctica hace al maestro.

    Si Kagome se hubiera dado media vuelta, habría visto la forma en que Kikyo arqueó la ceja al escuchar lo último. Que frases más raras soltaba esa chica.

     Kagome dirigió por milésima vez su mano derecha hacia su espalda y se extrañó al sentir que sus dedos acariciaban el aire. Parpadeó de forma graciosa mientras dejaba que sus brazos descansaran.

«Ahh, es hora de recargarlo de nuevo», pensó con pesadez mientras observaba su carcaj vacío por quinta vez en el día.

     Era suficiente por hoy. Miró cansinamente a sus dos acompañantes y se encaminó a su lado mientras masajeaba gentilmente su hombro derecho. Estaba entumecido y probablemente al día siguiente tendría la sensación de estar acalambrada. Pero nadie podría culparla. Cuando se visualizaba en combate, tanto su cuerpo como su mente se sincronizaban a tal punto que parecía alguna clase de aparato creado con el único fin de cargar el arco, apuntar, disparar y repetir la acción hasta ver a su enemigo perecer. Entraba en un trance del que nadie podría sacarla hasta saberse fuera de peligro, ni siquiera la herida más profunda podría hacerla flaquear. Era un hábito adquirido a través de sus viajes, lo aprendió por las malas batalla tras batalla junto a sus compañeros. Los cuales salían peor que ella la mayoría de las veces.

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⏰ Última actualización: Jun 16, 2020 ⏰

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