ºCapítulo 5º

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Esa mañana era tranquila. El calor no era tan abrazador como otros días y la brisa lo hacía más llevadero aún.

Kikyo se encontraba sentada en la entrada de la cabaña mientras disfrutaba del agradable calor, el mismo que ahora estaba secando la ropa de las tres en una cuerda al costado del lugar. Abrió sus ojos que hasta entonces se encontraban cerrados y fijó la vista en su hermana menor.

—Oye Kaede, ¿Ya se levantó? —la pequeña dejó de jugar con una pequeña mariposa para mirarla y contestar.

—No, aún no. Ha de estar cansada.

Kikyo rodó los ojos ¿Cansada de qué? Se levantó y tomó la cubeta que estaba preparada a su lado. La niña solamente sonrió y siguió jugando con el colorido insecto, esperando que pronto llegasen los gritos de la muchacha.

El día de hoy le tocaba a Kikyo preparar el desayuno pero prefirió esperar a que todas estuviesen despiertas para empezar, claro que una se demoró más de lo usual y no pudo evitar chasquear la lengua con molestia ante aquello. Era cierto que desde esa pequeña "charla" había sido un poco más amable con la chica, pero tampoco iba a permitir que durmiera hasta el mediodía.

Se paró frente a la puerta y la deslizó con rapidez. Tomó la cubeta —que estos días había sido su más fiel amiga— y la arrojó contra el futón sin siquiera mirar.

—¡Levántate Kagome, no puedes ser tan perezosa! Mañana te toca a ti hacer el desayuno y no pienso volver a…

—¿Volver a qué, Kikyo? —la mencionada dio media vuelta, encontrándose con la chica ya lista y con el cabello a medio cepillar. Aparentemente llevaba tiempo de estar levantada —¿Ocurre algo? —volvió a preguntar.

—No… es solo que creí que estabas dormida de nuevo...

—Después de tanto tiempo creo que extrañaré ser una sirena —rió divertida por el comentario.

—¿Qué es una sirena?

Cierto, Kikyo no conocía los seres mitológicos de los que se hablaba en su época. Rió más fuerte y le restó importancia a lo anteriormente dicho.

—No es nada. Vamos, te ayudaré a preparar el desayuno —mencionó arrastrándola de la manga del traje.

Luego de desayunar cada quien realizó sus tareas correspondientes. Kaede limpió la casa, Kagome descolgó y dobló la ropa mientras que Kikyo barría el exceso de tierra que había afuera. Cuando terminaron era casi la hora del almuerzo, esta vez le tocaba a Kagome y estaba por empezar con su deber cuando notó que la sacerdotisa se acercaba a ella con un caballo detrás. La miró con curiosidad.

—¿Pasa algo, Kikyo? ¿Te irás? —preguntó.

—Sí, tengo un parto previsto para hoy por la tarde. Si voy en caballo seguramente llegaré a tiempo para preparar el lugar.

Kagome sabía de sobra que era cierto, ya había visto a Kaede calcular las fechas de partos minuciosamente y partir tan pronto terminaba sus tareas. Volvía casi al anochecer, con una sonrisa de cansancio y anunciando que había una nueva criatura en el mundo. Nunca fallaba, ni una sola vez.

—Ya veo, te deseo suerte entonces —la vio subirse al corcel y le sonrió amablemente desde abajo.

—Te encargo la aldea, Kagome.

—¿Eh? —¿Justo a ella? ¿Por qué?

—Haz demostrado tener el poder de una gran sacerdotisa —explicó—. No podría encargarle esto a otra persona, cuida bien de todos —le pareció percibir cierto tono amistoso. Ante aquello solo pudo sonreír con más ganas.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora