—¿Inuyasha?
—¿Loca?
Sus ojos se enfocaron por poco tiempo en la figura masculina antes de humedecerse. Suspiró de puro alivio, lo que a los oídos de él pareció un sollozo. No despegó las orbes chocolates de las doradas y se bajó con euforia del animal, sin importarle si aterrizaría bien o no.
Se encontraba ligeramente sorprendido. La forma en la que ella reaccionó al mirarlo después de tantos días era similar a los ojos de una madre al ver a su hijo regresar de la guerra. La vio correr hacia él y abrazarlo, no le correspondió pero tampoco la apartó. Seguía cohibido.
—Estás aquí, estás aquí —no dejaba de repetir—. Creí que no te volvería a ver.
La miró a los ojos notando las ojeras y la debilidad de su cuerpo. A decir verdad se sentía bastante ligera aún siendo mujer. Ella no había estado comiendo bien, ¿Acaso estaba triste?
—Te extrañé.
Finalmente volvió a la realidad y se apartó del cuerpo femenino que lo miró con algo de tristeza.
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Vigilaba la puerta, se perdía en el paisaje mientras daba ligeros sorbos a su taza de té. Desde hace unos minutos se sentía el ambiente un poco más acalorado y, a su vez, más puro.
—¿Hermana? ¿Qué miras?
—Nada, Kaede solo… pienso —la niña se sentó a su lado, mirando al mismo punto que su hermana pero sin entender nada.
—¿En qué?
Pasaron un par de minutos en los que la niña creyó que no iba a obtener respuesta a su pregunta. Dando un último sorbo al té, Kikyo se volteó a mirar a la pequeña con satisfacción en sus ojos.
—En que Kagome ya es feliz de nuevo.
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Los rumores de que había una pandilla muy grande y peligrosa de ladrones se había extendido como la pólvora. El viento contaba el secreto entre los árboles y hacía que los demonios se relamieran los labios. Si esos bandidos se cruzaban en su camino entonces podrían comer. Los bosques estaban plagados de ellos y las aldeas eran saqueadas constantemente, imposibilitándole a las personas seguir con sus vidas. Imposibilitándoselo a él mismo. Ahora mismo montaba su caballo, refugiándose en el follaje y la oscuridad de la noche. En su pecho traía su más preciado tesoro cubierto por una túnica. Esas sabandijas no se rendirían hasta dar con él y, si lo hacían, estaba seguro de que los demás sufrirían de igual manera. Huiría tan lejos como pudiese, pero antes debía resguardar lo que traía escondido.
—¡Vamos Khan, más rápido!
Pateó por quinta vez en esa misma hora. El animal estaba exhausto, pero tenían menos de seis horas antes de que el sol los volviera vulnerables. Bajó la mirada, encontrando una negra cabellera y tranquilizándose al saber que el niño dormía apaciblemente en sus brazos. Lo abrazó con fuerza, como queriendo llenarse del calor de su pequeño cuerpo, sintiendo que pronto tendrían que separarse.
El pequeño se revolvió en sueños, apretando el bultito que cargaba en sus infantiles manos. Miró atentamente eso que su hijo atesoraba desde hace un par de días. El pelaje marrón con pequeñas franjas negras era lo único que podía distinguir en medio de tanta oscuridad.
El niño encontró aquella cría de mapache mientras jugaba en el bosque junto a su madre muerta intentando amamantarse.
—Un buen monje siempre muestra misericordia ante los débiles —le dijo en un intento por persuadir a su padre para poder quedarse con el animal.
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¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!
FanfictionLas palabras incorrectas, en un momento inoportuno y con el objeto equivocado en tus manos puede terminar creando un terrible desastre. Kagome se dará cuenta de la gravedad de sus actos en cuanto note que se ha quedado enredada entre las líneas del...