ºCapítulo 19º

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     Había llegado corriendo entre los árboles y la maleza, dejando que el viento diera de lleno en su rostro para otorgarle algo de paz. Justo cuando se disponía a saltar a esa cascada resguardada por enormes murallas de piedra y arcilla, pudo distinguir una diminuta y solitaria figura. Se agazapó velozmente y se puso en guardia, no había alcanzado a distinguir nada que le resultara útil en ese par de segundos, ni altura, sexo, si portaba o no armas, viejo o joven. Solo se había percatado de la presencia y nada más. Gruñó frustrado al recibir uno de los rayos del sol en su rostro, en serio hacía calor y moría por zambullirse en la cristalina y gélida cascada. Pero alguien se le había adelantado. Se asomó cautelosamente aún en el borde del muro, pegando su torso al suelo, cuidándose de ser descubierto. Lo primero que distinguió fue a una mujer con una yukata blanca que fregaba insistentemente un hakama rojo carmín a la orilla del agua.

—¿A quién mierda se le ocurre lavar su ropa aquí? Se supone que las aldeanas hacen eso en el río —revisó una vez más el perímetro con la vista y llegó a la misma conclusión de antes—. Además ella esta sola.

El viento sopló fuertemente y trajo consigo un aroma que comenzaba a resultarle familiar, pero tan rápido como llegó se fue. Fijó su vista ahora con mayor interés en la solitaria aldeana, descuidando su escondite y dejando de agazaparse, ¿Podría ella ser...? Inhaló fuertemente, intentando localizar aquel femenino aroma en el ambiente. Abrió grandemente sus ojos al darse cuenta de que, efectivamente, no estaba alucinando. Esa mujer estaba ahí. Además, la abundante cabellera azabache también la delataba. Era la única persona con un cabello tan voluminoso, con aquellos rizos rebeldes y sobresalientes que parecían querer llamar su atención, con... Un momento, ¿Desde cuándo le prestaba tanta atención? Estaba loca y no debía pensar en nada que estuviera relacionado con ella.

—Claro, y como toda loca decide lavar su ropa en un lugar en el que nadie la encontraría jamás.

Decidió quedarse hasta que ella se fuera para poder mojarse, no era para vigilarla ni entretenerse escuchando sus conversaciones con sus “vocecitas” —ya que en más de una ocasión la sorprendió hablando sola—, era simple y llanamente para poder entrar en el agua tan pronto ella desapareciera, pero la cesta a un lado le indicó que pasaría un buen rato allí. Volvió a gruñir molesto, ¡Se estaba quemando vivo! ¡Joder! ¿Y si mejor se metía él en un río? No, las aldeanas y sus hijos podrían verlo y prefería evitar toparse con humanos en este momento. Miró de soslayo en dirección a la joven sacerdotisa, dándose cuenta que en teoría ya se había topado con uno. Pero no, porque “ella” no podía ser tachada como “humano”, claramente, estaba loca y sería catalogada como “loca”. Inclusive podría creer que era una cabra de lo chiflada que estaba. No le quedaba de otra que esperar, bajo la sombra de algún frondoso árbol tal vez para hacer más llevadero el calor.

—Si tan solo hubiera llegado antes —se lamentó. Eso le pasaba por dormir demasiado tiempo—. Más le vale a la desgraciada no tardarse demasiado.

Vio un árbol bastante bajo de estatura, pero con ramas fuertes y hojas abundantes. Quedaba cerca de la orilla y podía ver perfectamente la ubicación de esa chiquilla —solo para saber el momento en que se iría, no por otra cosa, obviamente—, pero estaba seguro de que ella no podría verlo aún si se levantara. Sí, ese sería el lugar perfecto; pensó. De un ágil salto se subió a una de las ramas más gruesas y jóvenes, la que creía que soportaría mejor su peso. Colocó despreocupadamente los brazos detrás de su cabeza y apoyó estos en el tronco para formar una improvisada almohada. Suspiró mientras cerraba los ojos. Al menos la sombra era fresca, le sentaba bien...

Una suave brisa lo obligó a plegar sus orejas hacia atrás para que el aire no ingresara en ellas, no obstante, su nariz captó el olor que traía consigo. El aroma de un líquido salino captó su atención, era solo un ápice, solo un pequeño rastro mezclado entre tantos otros aromas —el aroma de peces, de tierra, ropa, mujer...— y sin embargo logró identificar ese a la perfección.


—Lágrimas —murmuró casi sin ser consciente de ello.


No tenía dudas, esa mujer estaba llorando. No volteó a verla y se obligó a cerrar con más fuerza los ojos. Pero no son los ojos los que escuchan... Aún con las orejas gachas logró distinguir un sollozo, seguido de otro y otro más. Sus orejas se irguieron demostrando la curiosidad que su dueño se empeñaba en ocultar, se movieron hacia el frente y luego hacia los lados tratando de dar con el mejor ángulo para poder oír con mayor nitidez. El olor salino se intensificó y lo obligó a fruncir la nariz, no quería entrometerse, esa mujer no tenía nada que ver con él, no tenía que mirarla...

Contra toda orden que le diera a su cuerpo, sin importar cuánto se rehusara, sus ojos se abrieron y dirigieron su atención al mismo lugar que sus otros sentidos. Encontrándose con la extraña mujer arrodillada en el suelo sujetando algo que, desde su posición, no alcanzaba a ver. Podía distinguir su frágil y estrecha espalda convulsionarse levemente, el sonido de los sollozos aumentó. Tornándose más lastimeros, más tormentosos. Frunció los labios cuando la vio llevar sus manos a su rostro en un intento por acallar sus sollozos, como si supiera que él la estaba espiando —¿Espiando? Él no la espiaba. Solo esperaba su turno para entrar al agua—. A pesar de cubrir la mayor parte de su rostro con las palmas sucias y callosas, no logró silenciar su llanto o disminuir sus lágrimas. Ahora sus quejidos llegaban a sus oídos con un extraño eco de fondo. Plegó sus orejas intentando ignorarla, no debía entrometerse. ¿Por qué lloraba? Probablemente no había una causa real, estaba loca después de todo. Pasaron un par de minutos en los cuales solo podía ver a la chica llorar y él se debatía inútilmente si debía o no intervenir. Y, lo que más lo inquietaba, ¿Por qué debería entrometerse? Había visto a niñas caerse y llorar, mujeres llorar luego de ser violadas, adolescentes llorar cuando su novio les terminaba y nunca se detuvo a consolarlas, ¿Por qué ahora sí? Seguramente era porque no le gustaba ver llorar a las mujeres, se repetía una y otra vez en su mente. Pero entonces todas las otras veces que presenció el llanto de alguien del género opuesto y no intervino perdían validez, simplemente no tenía sentido.

La escuchó soltar un doloroso quejido mientras con una de sus manos oprimía su pecho, debía dolerle. Bufó molesto, molesto por presenciar eso, molesto porque hacía calor y no había podido refrescarse, molesto consigo mismo...


Finalmente aterrizó frente a ella y la escuchó soltar una leve risita, creyó que lo había descubierto, pero seguía con los ojos cerrados y todo lo que hizo fue acomodarse un mechón de cabello detrás de la oreja mientras esbozaba una amarga sonrisa. Se acuclilló a escasos centímetros y la miró con detenimiento sin encontrar una causa aparente para su llanto o risa. Bueno, al menos había dejado de llorar. No toleraba ver a las mujeres llorar, no desde que su madre llorase por su culpa… por tener un hijo hanyou.

—Definitivamente sí estás loca. Nadie puede llorar y al segundo estar riendo —soltó. Sin saber bien en qué momento había querido ser descubierto. Bien podría haberse ido por donde vino en cuanto ella se rio, sin notar su presencia.

Notó que se sobresaltó, abriendo los ojos de golpe y formando una graciosa “o” con los labios al percatarse de su presencia, ¿En serio no lo había notado? Gracias a Dios no era la verdadera guardiana de la perla de Shikon o ya se la habrían quitado sin el menor esfuerzo. Sus ojos se clavaron en los suyos, como estudiándolo por breves instantes antes de sonreír con ganas.

—Hola, Inuyasha —saludó—. ¿Has venido a verme?

¿A verla? No, claro que no. Él solo estaba de paso. Ella era quien insistía en cruzarse en su camino. Desde el comienzo fue así… ¡Hey! ¿El comienzo de qué?

Al notar que no pensaba responderle decidió pararse y sacudirse un poco las ropas. Estar arrodillada le había entumecido las piernas.

—¿Quieres comer? —ofreció— Hay un manzano aquí cerca. Podemos ir y… —miró en la dirección donde se suponía que estaría el árbol, pero no encontró nada más que rocas. Quiso abofetearse, tenía que recordar que ciertas cosas aún no habían sido creadas o, como en este caso, sembradas.

—Loca…  —lo escuchó susurrar y lo miró ligeramente enfadada.

—Kagome —por su cara estaba segura de que no la había entendido—, me llamo Kagome. No “loca”.

—Keh —volteó el rostro a un lado, no le interesaba el nombre de esa chiquilla. A las cosas se las llamaba por lo que eran y ella era una loca. Punto.

》》》》》》

La noche era cálida y el silencio solo acrecentaba el mal presentimiento. Apretó con más fuerza el pequeño cinturón de cuero por debajo del estómago del animal y este se removió inquieto, aplastando el césped bajo sus patas. Se apresuró a sujetar su cabeza para intentar calmarlo, no hizo mucho ruido, pero a sus oídos se asemejaba a un gran estruendo.

—¿Por qué no te vas mañana? —insistió— ¿No quieres despedirte de él? —señaló al niño que dormía en el centro de la sala, siendo tapado por su túnica azul y abrazando con cariño al demonio entre sus brazos.

—No puedo —susurró—, si lo hago querrá venir conmigo y no puedo permitirlo.

—El niño preguntará por ti —aseguró— ¿Qué le diré? No sé si… —comenzaba a arrepentirse.

—Solo dile… que su padre lo amaba, que su padre lo amó mucho —miró al pequeño que se revolvía en sueños— y, Mushin, en caso de que no vuelva dile que tenía muchas ganas de ver a su madre. Fui a reclamarle un par de cosas a Buda.

El hombre frente a él sonrió levemente, a ese nunca se le iría lo bromista. Recorrió una vez más la habitación con la mirada y se detuvo en un objeto apoyado contra la pared.

—Te olvidas tu báculo, Miatsu —señaló y el joven siguió con la vista la dirección de su mano.

—Cierto, gracias amigo.

Caminó lentamente hasta la esquina, teniendo especial cuidado de no hacer ruido con las sandalias de madera. Pero no logró ver un papiro en el suelo y terminó trastabillando en medio de la oscuridad. Aguardó en silencio que su hijo se despertara, pero eso no sucedió, en cambio, pudo apreciar dos pequeños ojos negros que lo observaban a escasos metros. El pequeño mapache había despertado y lo miraba con atención. Decidió no darle vueltas al asunto, solo se había despertado y eso era todo. Tomó rápidamente su báculo y se apresuró a salir de la habitación, el demonio emitía extraños sonidos para detenerlo, trató de ignorarlo pero el ruido iba en aumento. A este paso su hijo despertaría…

—Hachi no...

Necesitaba callar al demonio de cualquier manera. Pero no se esperaba lo que encontró frente a sus ojos. El pequeño bebé se había zafado de los brazos del infante y había intentado imitar graciosamente la forma de aquel objeto que fue a buscar. Era una masa alargada y con irregularidades, todo su cuerpo presentaba un color amarillento opaco con pequeñas espirales en las mejillas similares a los estampados en la pelota de su hijo. Sonrió y se agachó para acariciar su cabeza, fue una caricia suave, apremiante y cálida. Como el abrazo de una madre cuando despide a su hijo antes de irse a la universidad, como un padre que entrega con todo el dolor y —contradictoriamente— amor a su hija en el altar, como tantas cosas y a la vez como solo esta situación lo ameritaba.

—Así es Hachi, báculo. Eres un muy lindo báculo —su vista se nubló al ver de fondo el pequeño cuerpo de su hijo, tan cerca y tan lejos. Quisiera poder estrecharlo una última vez entre sus brazos y revolver su cabecita cada vez que le contaba el mismo chiste una y otra vez, pero estaba seguro de que si lo hacía ya no tendría fuerzas para irse—. Cuida de él, mi amigo, ¿Crees que podrás con esta responsabilidad? —el bebé hipó en respuesta— Gracias.

Se levantó y casi corrió a la salida mientras intentaba deshacerse de las molestas lágrimas. No volteó ni una sola vez atrás, no debía voltear, se repetía. Eso lo haría más fácil, pero no menos doloroso. Oh, cómo lo extrañaría. Jamás creyó que esto resultara tan difícil, era como arrancarse un pedazo del alma, era como dejar ese pedacito de ella, de su querida esposa. Esperaba que ella, donde sea que estuviera, protegiera a su pequeño hijo en su ausencia. Se subió de un solo salto al caballo y admiró la luna en su punto más alto, tenía cuatro horas para encontrar la siguiente aldea, cuatro horas para sobrevivir por su cuenta. Miró a su viejo amigo y le sonrió en complicidad.

—Muchas gracias Mushin, cuida bien de Roku por mí.

—No te preocupes, será un gran hombre —prometió— o al menos intentaré que lo sea mientras no esté borracho —su compañero le sonrió en respuesta.

—No cambias.

—Tampoco tú.

Asintió como única respuesta, pateó al caballo y no tardó en perderse en el frondoso bosque. Se sentiría tan solo de ahora en adelante…

Apagó su pipa al perderlo de vista, una vez más se iba. Lo dejaba solo —inconscientemente volteó a ver de reojo al niño que ahora se revolvía entre sueños y se aferraba con fuerza a la túnica ligeramente violácea de su padre, como si supiera lo que había pasado—, tal vez no tan solo. Estaba solo para beber, para hablar de mujeres, estaba solo para sentarse a fumar mientras veían el atardecer a la orilla del río, pero no tanto como para no recordarlo de ahora en más cada vez que viera esa negra cabellera correr en aquel claro. Le había dejado su más preciado tesoro y, a su vez, le otorgó la difícil tarea de criar a un niño, el milagro de ser padre. Cerró las puertas del templo antes de irse a su habitación. Justo cuando estaba por apagar la lámpara de aceite logró divisar un pequeño papel en su almohada. Se acercó para tomarla y la puso lo más cerca posible de la luz.

“Creo que te he platicado lo suficiente sobre mi muchacho durante mi breve estadía, pero a la vez siento que me quedan muchas cosas por decirte sobre él, Mushin. Roku es especial, él juzga a las personas por lo que le des. Le encanta comer. Le gusta el pan con mermelada de melocotón, las bolitas de arroz con palta en el centro y cada vez que vayas al centro cómprale un caramelo artesanal si se ha portado bien, si no creerá que ha hecho algo mal. Es un niño tranquilo, pero sácalo a pasear de vez en cuando para que conozca el lugar y libere su energía. El río, por ejemplo, le encantará. Métete con él y enséñale a pescar, como cuando éramos niños y jugábamos a ver quién conseguía el pez más grande. En serio ama a Hachi a pesar de tenerlo desde hace un par de días, es su primera mascota, por favor no se lo arrebates. Dale una oportunidad a ese pequeñín y verás que te impresionará. Espero que no te cause muchas molestias. Si regreso prometo recompensarte con un jarrón del mejor sake solo para ti, pero… si no regreso, entonces la ronda correrá por mi cuenta mientras te espero junto a Buda. Cuida bien de mi muchacho Mushin, no dudo que lo harás, pero aún así te lo recuerdo. Miatsu.”

—Claro que lo haré, amigo mío —respondió al viento. Guardó la carta en un baúl de alpaca, apagó la vela y se dispuso a dormir. Esperaba que, donde quiera que su amigo fuese a estar, el destino los volviera a cruzar.

》》》》》》

Miraba detenidamente a Inuyasha. Estaba segura de que el chico comenzaba a marearse, sus orejitas se movían ansiosamente y eso lo delataba.

—¿Qué haces?

—Imagino que el olor amargo de las plantas te marea, ¿No es así? No quiero incomodarte así que las dejaré por aquí, más tarde haré eso —respondió mientras las colocaba detrás de unas rocas resguardadas por un arbusto bastante frondoso. Estaba segura de que su olor opacaría el de las plantas en la cesta.

Frunció el ceño con clara desconfianza, tal vez con confusión. Ella había percibido su debilidad y había intentado reconfortarlo. ¿Qué clase de sacerdotisa era? Muchos lo habrían guiado a un campo lleno de esas plantas solo para causarle malestar, pero ella por alguna razón no lo había hecho. Poco a poco el olor de las plantas y su efecto sobre él parecía menguar, su estómago dejó de revolverse y aquel vértigo que se alojaba en sus entrañas fue reemplazado por la estabilidad de siempre.

—Siento lo de la otra vez —se disculpó mientras se sonrojaba y jugueteaba con sus dedos—, sé que no estuvo bien.

—¿Eh? —sinceramente no entendía a qué venía eso.

—Lo que pasó con Kikyo… Fue mi culpa —¡Lo sabía! Ella la había llevado para que terminara el trabajo, para purificarlo y librarse de un híbrido, para…—, debí haberme dado cuenta de que me seguía. Pero estaba tan feliz de que poder verte que olvidé que ella podría seguirme —lo miró a los ojos, sin un atisbo de vergüenza o engaño en ellos—. Perdóname.

No sabía qué decir… No sabía qué pensar, ¿Una humana se disculpaba con él? ¿Por esa miserable cicatriz? Porque estaba seguro de que ella lo decía por la herida que le mostró la última vez.

—Keh, una humana como tú jamás podría dañarme. Eres muy débil como para acabar conmigo.

Kagome sonrió. Ese tono altanero y desinteresado no lograba engañarla, no a ella. Era su forma de decirle “Estoy bien, no me heriste” y con eso era suficiente, al menos por ahora.

—Por cierto… ¿Por qué te fuiste la última vez? ¿Dije algo malo?

—Fuiste estúpida —respondió y Kagome no comprendió— al creer que soy bueno por dejarte seguirme esa noche —la azabache arqueó una ceja y no pudo evitar emitir una leve risita que al hanyou le resultó burlesco— ¿Qué?

—Pero sí eres bueno —reafirmó—, no me trataste como lo habrían hecho otros hombres —a su mente vinieron imágenes desagradables recordando lo que los hombres en ese tiempo e inclusive los de su propia época solían hacerle a las jovencitas perdidas en la noche.

—Te empujé —soltó y Kagome no pudo evitar mirarlo confundida—, dos veces —reiteró.

Kagome tuvo ganas de volver a reír. Él se había enojado al creer que la había golpeado, creía que golpear a una mujer era tan grave como empujarla. En pocas palabras, él no se creía mejor que otros hombres. Enfocó sus ojos cafés en los dorados, la miraba ceñudo pero a la vez con cierta vergüenza. Una vergüenza que estaba segura de que ni él mismo comprendía.

—Pero no me golpeaste —repitió.

Se encontraba contrariado, no entendía a esa chiquilla. Desde que tenía memoria su madre le había enseñado a no actuar rudamente contra las mujeres, bueno, eso que hizo fue actuar violentamente. No tanto como un golpe o una bofetada, pero debía admitir que usó mucha fuerza para derrumbarla esa noche y que, además, la tiró en el agua con fango podrido con la intención de hacerla enfermar. Eso le enseñaría a no meterse en líos, a no seguir extraños ni entrometerse en asuntos ajenos. Ella, efectivamente, enfermó. Tal vez por eso se quedó un tiempo más alrededor de esa aldea, oculto en el frondoso bosque, para monitorearla. Pero la joven sacerdotisa había sanado y él seguía allí, ¿Por qué?

A pesar de haberla empujado, insultado, orillarla a un resfrío que podría resultar fatal, inclusive intentar asaltarla —porque claro, lo de la perla de Shikon contaba como asalto, ¿No?—, además de amenazarla de muerte si revelaba su secreto… a pesar de todo eso ella seguía hablándole y eso era, quizá, lo que más lo confundía. Parecía estar lo suficientemente loca como para buscarlo, pero también era lo suficientemente cuerda como para no utilizar su secreto para exterminarlo. A estas alturas dudaba que siquiera se le hubiera escapado en sueños aquel detalle tan crucial sobre sus transformaciones en luna nueva.

—Bueno, debo irme, Inuyasha o si no Kikyo vendrá por mí y no quiero que vuelvan a enfrentarse —aunque comenzaba a sospechar que ella estaba al tanto de con quién se encontraba cada vez que iba al bosque. A veces era un poco lenta para procesar las cosas.

No supo cuánto tiempo había permanecido en silencio mientras navegaba en su diminuta y vacía mente, pero al parecer fue el suficiente como para que la joven tomara nuevamente la cesta con hierbas y lo cubriera con su mojado hakama para espantar el aroma que, sabía, podría marearlo. La vio marcharse lentamente, con total parsimonia mientras contoneaba naturalmente sus caderas, enseñándole la espalda. Un gesto que no debería de hacer, no a menos que confiara en que él no la dañaría. Justo cuando ella estaba a una distancia considerable sus palabras fueron procesadas por su mente, solo atinó a enfocar nuevamente su mirada en la joven que no tardaría en salir de aquella fosa.

—Nos vemos, Kagome…

Y ella, como si realmente lo hubiera oído, volteó en ese instante a mirarlo con una sonrisa mientras hacía un ademán con su mano a modo de despedida.

Por supuesto que lo había oído, ese lugar tenía un eco casi mágico y no podía estar más feliz… la había llamado por su nombre.


Continuará...

¡Ya vamos por el capítulo diecinueve! ¿Qué tiene esto de especial? Que ya van casi veinte y yo creí que esta historia difícilmente llegaría a los diez capítulos por lo sencillo de la trama. Pensaba dejar un final mucho más… ¿Angustiante? Creo que esa es la palabra, pero opté por un final romántico para este capítulo c:

¿Qué les parece la trama? ¿Qué les gustó más de este capítulo? ¿La difícil decisión de Miatsu o el acercamiento de Inuyasha hacia Kagome? :o

Este capítulo cuenta con cuatro mil palabras, espero que lo hayan disfrutado y nos veremos en breve ;) recuerden visitar mi perfil de fanfiction donde ya finalicé el reto de los 31 días, ahora tengo el reto anual y otro fanfic más (al cual solo le queda un capítulo que será publicado en las próximas semanas).

¡Gracias por sus hermosos comentarios y no se olviden de dejarme su opinión sobre este capítulo! El cual me costó horrores escribir, el próximo será más agitado así que ¡Denme inspiración con sus reviews!

13.1.19


¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora