ºCapítulo 14º

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     En la habitación se encontraban tres personas, tres mujeres que comían en silencio algo de arroz y pescado hervido. Una comida sin gracia, pero que calmaba el hambre y, lo más importante, no acrecentaba el calor. Nadie hacía ruido, estaban todas muy entretenidas en sus propios pensamientos. Si prestabas algo de atención podías llegar a oír el chasquido de los palillos contra el cuenco o el sonido de la saliva al pasar por la garganta de alguna de ellas, tal vez alguna tos ocasional por parte de la azabache pero nada más.

    Kaede comía con ganas, ansiosa por terminar y volver a jugar con los demás niños de la aldea. Mientras tanto Kagome estaba prácticamente en la misma situación aunque lo disimulaba haciendo ligeras pausas entre uno y otro bocado. Ignorando por completo un par de ojos inquisidores que no dejaban de examinarla.

—Gracias por la comida.

    Kaede fue la primera en terminar y abandonar la estancia. No podía dejar de pensar en la muñeca de trapo que una de sus amigas recibió en su octavo cumpleaños, ¡Qué ganas de tener una así! Salió tan deprisa que, además de tropezarse, no notó que ninguna de sus dos acompañantes le contestó. Una por estar muy perdida en sus propias cavilaciones, otra por intentar adivinar los pensamientos de la primera.
    El silencio reinó con más vehemencia cuando Kikyo dejó de llevarse la comida a la boca. Kagome pareció no notarlo ya que siguió con la mirada perdida mientras intentaba alimentarse inútilmente.

Un bocado...

Dos...

Tres...

El cuarto se cayó al suelo. Tendría que limpiarlo más tarde.

—Gracias por la comida, Kikyo —dejó el cuenco en el suelo y miró por primera vez los profundos ojos de su antecesora que, al parecer, estuvieron todo el tiempo posados en ella—. Tengo que irme a terminar mis deberes.

    La mujer solamente asintió en su dirección y la vio marcharse con su arco y flechas al hombro. Algo extraño estaba sucediéndole a Kagome y nadie podría sacárselo de la cabeza. Arrugó el ceño, desde hace unos días se había percatado de un cambio extraño en la joven. Un cambio que cada vez era más evidente y sospechoso. Si bien cada una tenía sus tareas en el hogar, Kagome encontraba la manera de escaparse de ellas.

    La chica seguía recuperándose de su resfríado aunque estaba casi sana, solamente carraspeaba ocasionalmente durante la cena o mientras dormía. A medida que la fiebre disminuyó y la garganta sanaba Kagome fue retomando sus tareas y obligaciones. Al mismo tiempo iba comportándose de una manera especialmente extraña. De sus diez obligaciones cumplía ocho, luego cumplía solo seis, más tarde disminuyó a cuatro... Actualmente tenía suerte si llegaba a realizar aunque sea dos de ellas. Eso por no decir que, de alguna manera, encontraba la manera de esfumarse en el aire y desaparecer por un buen rato. Se perdía durante la tarde y reaparecía a la hora de la cena, lista para cocinar.

    Sus habilidades como sacerdotisa no le dejaban ver nada útil. Su corazón seguía siendo puro y no estaba corrompido, tampoco estaba poseída o loca... Aunque su comportamiento era el de una. Hubo una ocasión, mientras la acompañaba a comprar legumbres, en que notó que una repentina energía demoníaca envolvía los alrededores de la aldea. La muchacha lo sintió, estaba segura de eso ya que la vio voltear en esa dirección y algo en su mirada cambió. No supo bien qué, pero de alguna manera se mostró especialmente inquieta. Se dio la vuelta para pagar y fue eso, un instante, y la chica había desaparecido.

    Muchas veces intentó atraparla con las manos en la masa pero nada parecía servir. Si mandaba a Kaede ésta se distraía con una mariposa y ¡Pum! Kagome se hizo polvo. Ella la vigilaba constantemente pero tan pronto como un aldeano se le acercaba para platicar la azabache parecía encontrar la oportunidad para escapar. La mandaba a hacer los mandados y no regresaba. Cuando estaba pisándole los talones la chica notaba su excesiva cercanía y procuraba actuar normalmente hasta que ella volviera a bajar la guardia. Entonces desaparecía... Ah, la lista era interminable y estresante a decir verdad. Pero todo esto se acabaría, se enteraría de lo que Kagome traía entre sus manos. ¡Era una promesa!

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora