Dos días han pasado desde que Ricardo aterrizó en el «Santiago que no es Santiago» y aún causa furor entre los capitalinos y aún no ha podido demostrar que no está loco.
—No me enviarán a Antofagasta —contesto con firmeza Ricardo—, ¡no lo harán!
—Pero señor, Antofagasta tiene la mejor clínica psiquiátrica de Sudamérica, además es una de las más bellas ciudades de Bolivia! —dijo la enfermera con optimismo.
Ricardo nuevamente quedó en blanco.
—Disculpe... ¿usted dijo que Antofagasta es de Bolivia? —preguntó con asombro Ricardo.
—Ehh... sí, no sé qué tiene de raro lo que dije.
—Pero si Antofagasta es chilena, fue anexada después de que ganáramos la Guerra del Pacifico.
La enfermera se quedó mirando a Ricardo, notando su firmeza en lo que decía.
--Creo que es muy necesario que le hagan una terapia psicológica muy buena, pues Chile perdió esa guerra.
Ricardo no podía creer lo que estaba oyendo.
Pronto el mismo carabinero con el hablo hace dos días atrás entra en la habitación con una mujer. Esa mujer resultaba ser Marta, la esposa de Ricardo.
Ricardo no podía creer lo que estaba viendo, el amor de su vida estaba con vida y estaba exactamente igual como la recordaba. Marta entre lágrimas en los ojos se acerca a su esposo para abrazarlo con fuerza.
--Creí que estabas muerto —dijo Marta sollozando—, ¡yo vi como enterraban el cajón dónde estabas tú en el cementerio!
—¿Usted conoce a este hombre? —pregunta el doctor Miguel muy sorprendido.
—Lo conozco muy bien. Lo reconocí en las fotos de las portadas de los periódicos, no podía creer que mi esposo estaba con vida.
Y en efecto, a pesar de que los reporteros no consiguieron ninguna respuesta a las preguntas que le hacían a Ricardo, tomaron muchas fotos para todos los periódicos del país y no tardaron en difundirse. Miles de diarios con la foto de Ricardo con títulos amarillistas recorrieron el suelo nacional y no tardarían en llegar a otros países.
—Pero... yo pensé que la que estaba muerta eras tú Marta —dijo Ricardo recuperándose del momento emotivo.
Marta retrocedió un poco para poder mirar la cara de su marido. Estaba muy confundida por lo que Ricardo dijo.
—Yo fui el que vio tu tumba, Marta. Yo fui el que recibió la noticia de tu muerte por el fatal choque del camión con la micro en la que tú viajabas.
—Pero Ricardo, es exactamente la misma manera en la tu falleciste hace años atrás.
Todo quedo en un silencio absoluto. Ricardo, de mentalidad practica y sin tiempos para pensar en fantasías, se dio cuenta al fin que no está en su mundo, está en otro en el que los sucesos tanto globales como personales de su vida íntima han pasado de manera diferente. La inexistencia de Sanhattan, la derrota de Chile ante la Confederación Perú-Boliviana y que su esposa siga con vida son prueba de ello.
—Marta, ¿tuvimos dos hijos llamados Marcelo y Francisca? —preguntó Ricardo con total seriedad.
—Sí.
—¿Cómo esta Francisca?
Marta se puso melancólica y su marido se dio cuenta.
—Ay Ricardo... nuestra hija está en estado vegetal por un tumor en el cerebro que le apareció hace un año atrás. Desde entonces ha estado postrada en su cama.
La respiración de Ricardo se aceleró. Se sintió culpable por su propia muerte en esa realidad y no poder cuidar de su hija.
—Y... ¿Cómo esta Marcelo?
—Marcelo no está en Chile, Ricardo —Marta respondió con enojo —, él se fue a La Habana hace dos años... con otro hombre que resultó ser su pareja. No he vuelto saber nada de él desde entonces.
El piloto de 45 años no lo podía creer. Como si las evidencias de estar en un mundo paralelo no fueran suficientes, con Francisca al borde de la muerte y con Marcelo teniendo aventuras sexuales con otro hombre en el Caribe eran las gotas que rebalsaron el vaso.—¡¡CONCHADESUMADREEEEEE!! —gritó Ricardo tan fuerte que su voz se pudo escuchar en las habitaciones colindantes.
El carabinero que estaba de testigo tuvo suficiente información con aquella conversación entre ambos personajes. La enfermera y el uniformado estaban presentes ante lo que sería la evidencia más contundente de la existencia de diferentes realidades que fluyen a través del tiempo sin tocarse... hasta hace unos días con la sorpresiva llegada de Ricardo a ese plano.
—Bueno, caballero, por más fantasiosa que sea la idea, está claro que usted no es de este Chile... o de este universo —dijo la enfermera pensativa— pero, ¿ahora qué podemos hacer con usted?
El doctor Miguel entra a la habitación de Ricardo para dar buenas noticias.
—Don Ricardo, se está finalizando los últimos trámites para darle de alta, pronto podrá salir del hospital mucho mejor de cómo llego —dijo el doctor con una sonrisa.
—Doctor, esta mujer nos acaba de aclarar que este hombre no está loco, está totalmente cuerdo. Pudimos saber que efectivamente este hombre, por más sorpresivo e increíble que parezca, es de otra dimensión —sentenció la enfermera.
El doctor se quedó callado, procesando(o intentando procesar) la información que acababa de recibir.
—Me dijeron que vería y escucharía de todo cuando tomé la decisión de estudiar medicina —dijo pausadamente Miguel— pero jamás pensé cosas como estas.
El carabinero empezó a reírse.
—Alégrese que tendrá la media anécdota para contarles a sus amistades y sus nietos —dijo entre risas el uniformado.
La enfermera y Marta sonrieron, pero Ricardo no.
—Usted es un uniformado —dijo seriamente el piloto— compórtese como tal.
—Quizás el mundo del que viene usted yo esté muerto o sea comediante, ¿Quién sabe?, pero mi uniforme verde no me convierte en una máquina caballero —respondió inteligentemente el policía.
Ricardo ante tal respuesta, puso una cara que solo mismo demonio podía replicar.
--Pero ya, suficiente —dijo tajantemente la enfermera—. doctor, ¿Qué haremos con este hombre?, ¿Dónde lo metemos?, no podemos decir que es de otra dimensión, el mundo entero enloquecerá. ¿Qué podemos hacer?
—Recuerdo que un amigo mío que estudiaba conmigo medicina se fue de la carrera para estudiar física y ciencias exactas. Él me contó que ahora trabaja en el centro de investigación de Puerto Príncipe. Puedo contactarme con él y contarle la historia de nuestro amigo. De seguro le despertará enormemente la atención.
«Lo que me faltaba escuchar—pensó Ricardo—: haitianos expertos en ciencias que ni Dios entiende»
Ricardo, como hombre de 45 años, pensaba que ya no tenía mucho que aprender del mundo en el que vivía. Todo lo que ha escuchado de esta nueva dimensión lo hizo sentir como un niño ignorante que debe de aprender todo de nuevo.
—¿Su amigo me ayudará a regresar a mi realidad? —pregunto irritado—, siento que quizás vaya a morir y hacerlo dos veces en una misma realidad ya se me hace demasiado.
—No le puedo decir que sí con seguridad —respondió el doctor—, habrá que intentarlo.
El doctor se retiró de la sala para poder contactarse con su amigo. Pero se presentaba otra problemática: sacar a Ricardo del país sin llamar la atención, objetivo difícil de hacer ya que los diarios del país se esmeraron demasiado en difundir su llegada desde los cielos. No obstante, a Marta se le ocurrió una solución que podría servir de momento.
—Podemos sacarlo de aquí encubierto —dijo Marta al carabinero— Le pondríamos una mascarilla y unos lentes para cubrirle el rostro.
—Podríamos usar una silla de ruedas también —sugirió el uniformado— para que sea más convincente.
--¿Qué opinas Ricardo? —pregunto Marta
—Si no hay de otra, entonces es mejor que me consigan la silla de ruedas y ropa —dijo resignado Ricardo.
La enfermera se dispuso a ir a buscar la ropa necesaria que estaba disponible en el hospital, mientras que el doctor Miguel entra en la habitación con la respuesta que le dio su amistad por allá en el Caribe.
—Mi colega en Puerto Príncipe acepto sin ningún problema, tendremos que tomar el avión para llegar a La Habana para hacer transbordo allí y llegar a Haití. Pero... ¿dónde planea quedarse don Ricardo?
—No se preocupe de eso doctor, yo lo llevo a mi casa —responde Marta.
—Bueno, nos veremos en el aeropuerto pasado mañana cerca de las 3 de la mañana para no llamar mucho la atención —aclara Miguel.
Nuevamente aparece la enfermera en la habitación pero esta vez con la silla de ruedas y la ropa necesaria. Ricardo procede a ponérsela y a sentarse en aquel asiento móvil. Después de que Ricardo estuviese listo, Marta comienza llevarlo fuera de la sala acompañada de la enfermera hacía el exterior del establecimiento, donde está su vehículo.
Al salir del hospital vieron estacionado al automóvil, junto con un grupo de religiosos que decían que Ricardo era una clase de advertencia metafórica de que se acercaba el final de los tiempos. Al llegar al lado del auto, la enfermera y Marta proceden a meter a Ricardo dentro del vehículo como si estuviese totalmente paralizado.
—Señorita, ¿Cómo explicarán el incidente de Ricardo con el helicóptero? —preguntó preocupada Marta.
—El carabinero estará encargado de difundir que solo fue un accidente aéreo y que don Ricardo es un piloto de procedencia extranjera pero que no puede dar más información porque sufre de amnesia por el accidente y que usted es una familiar que vino a recogerlo. Créame que esa excusa resultará y más si es para tranquilizar a la gente que es muy paranoica —dijo la enfermera en un tono para tranquilizar a Marta—. Ahora deben de irse para estar preparados para pasado mañana.
—Muy bien, cuídese señorita.
—Ustedes también —dijo la enfermera— cuídese don Ricardo.
—Gracias por la ayuda —responde Ricardo con algo de frialdad y mal humor.
Marta enciende el motor de su auto para partir y la enfermera regresa al hospital para ayudar al carabinero y al doctor Miguel en sostener la mentira sobre la procedencia y estado del piloto.
Llegando a la casa de Marta, Ricardo notó que era una casa muy distinta de la que tenía en la dimensión de la que él procedía. Los muebles, la pintura de las paredes, cuadros y ventanas mostraban los propios gustos de decoración de Marta. Eran iguales tanto en esta dimensión como en la otra.
—Ricardo...si quieres puedes ir a ver a Francisca en su cama —dijo Marta con una voz suave y triste.
—Sí, sí quiero, la quiero ver ahora.
—Sígueme —dijo Marta mientras comenzaba a caminar hacía la pieza de Francisca.
Ricardo siguió a Marta hasta encontrarse con la puerta de una pieza. La abrió y se encontró con Francisca acostada en una cama pequeña. Se le hizo muy injusto que una adolescente de tan solo diecisiete años esté a punto de morir, tenía toda una vida por delante.
El piloto se acercó a la muchacha. Puso una silla al lado de la cama de Francisca y comenzó a sobarle la mano.
—Su cuerpo está muy frio, Marta.
—Voy a buscarle algo para arroparla mejor.
Marta deja a Ricardo a solas con Francisca para ir a buscar un cobertor .Él dirige su mirada a la cara de Francisca y nopuede evitar pensar en la que vive en la otra dimensión. Al principio, cuandonació la muchacha, las cosas solo se limitaban a pataletas o llantos por comidao por ver a la mamá, situaciones que podían ser subsanadas rápidamente. Perocon la muerte de Marta en el otro mundo las cosas se pusieron más difíciles. En Francisca nacía una necesidad deindependencia como en cualquier adolescente. Quería ser libre de creer o nocreer en Dios, de vestirse como ella quisiera y de entregarse a quien quiera,cosas que Ricardo, al ser criado con la idea de obedecer a rajatabla los mandadosde los mayores, no entendía y desaprobaba. El piloto era muy estricto con suhija. Cada vez que la joven mostraba indicios de desobediencia hacia él,siempre resultaba en el llanto de Francisca por la impotencia de no poder hacernada que para Ricardo era «inmoral» o «fuera de lo que debería de hacer unaseñorita de su edad». El inicio del pololeo de la chica con el venezolano fuela gota que rebalso el vaso. La paciencia de Ricardo ya no pudo más y echo aFrancisca de la casa, cosa que ella le pareció bastante bien, pues ahora noestaría controlada por un viejo mojigato y prometió nunca más volver a la casani a volver a ver la cara de Ricardo. Al piloto con solo recordar todo lo quehabía pasado junto con su hija menor le ponía de mal humor. No entendía elporqué de ese comportamiento hasta que a su mente le llegó finalmente lo queera obvio para cualquier persona que analizaba la situación con la mente fría:La muerte de Marta. Ricardo desde su posición, veía a Francisca como una niñainmadura que no era empática con él, que le hacía peor la vida con susdesobediencias y no entendía la situación por la que él pasaba, pero jamáspensó que la desobediencia y esa sed de libertad que tenía Francisca fueranrespuestas al dolor producido por la muerte de Marta.
«Tengo que volver a mi mundo —pensó Ricardo con determinación—. Tengo querecuperar a mi hija»
De pronto Marta entra en la habitación con los cobertores que necesitaba yarropo a Francisca.
—Te ves muy cansado, deberías de dormir que mañana será un día muy movido —dijoMarta con un tono de voz suave.
—Tienes razón... ¿quieres que durmamos en la misma cama?
Hubo un momento de incomodidad. Quizás ambos fueron maridos, pero eran de dimensionesdiferentes. Eran quienes decían ser pero a la vez no.
—Creo que deberíamos de dormir separados —dijo Marta—. Puedes dormir en lapieza de Marcelo que ha estado sin ocupar mucho tiempo. La que la he convertidoen una pieza para visitas.
—Bueno—dijo Ricardo, entendiendo la incomodidad de Marta.Tras recibir las indicaciones de donde estaba la pieza de Marcelo, Ricardo encuentra la habitación y entra en ella. Logra apreciar en las paredes del lugar posters de bandas musicales de heavy metal, algunas fotos de Marcelo cuando era un adolescente con sus amistades y unos estantes con algunos cuadernos y libros.
«Quizás mi muerte fue lo que hizo que Marcelo se haya hecho gay —pensó Ricardo— con la falta de un modelo masculino a seguir fue lo que hizo que se tomara ese camino»
Ricardo procedió a ordenar la cama para poder acostarse y a sacarse la ropa para poder dormir. Ya con la cabeza en la almohada comenzó a pensar en Marcelo pero de su dimensión. Al contrario de Francisca, Marcelo siempre fue obediente y muy apegado a su padre y más aún con la muerte de Marta. De pronto Ricardo se dio cuenta de que su hijo jamás le había dicho que le gustaba alguna chiquilla, es más, jamás había escuchado a Marcelo expresar alguna frase como «qué guapa es ella» o «sabe papá, me gusta una compañera de clase». Pronto el piloto, con la mirada fija en una de las paredes se dio cuenta, se dio cuenta que su hijo mayor de su dimensión no era tan diferente en la cual estaba.
«Me tendrá que dar muchas explicaciones cuando regrese» dijo Ricardo refiriéndose a Marcelo mientras cerraba los ojos para poder dormir al fin.
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El día en que un submarino cayó del cielo
Научная фантастикаRicardo Núñez ya era un hombre bastante maduro. Es piloto de helicóptero de la Fuerza Aérea de Chile pero esta a punto de jubilarse. No obstante, su última gran misión no fue encomendada por ninguno de sus superiores, sino por el propio destino. #Mi...