Oscuro. Estaba todo muy oscuro excepto el instante en que abruptamente me desperté. La habitación entera había sido iluminada por un aura blanca intermitente, haciéndome olvidar por un segundo en donde estaba. El colchón se encontraba pegado al suelo, el cual nadaba entre artilugios y objetos variados los cuales por mi reducida visión y la oscuridad agobiante no podría saber distinguir. Odiaba esto. Despertar en medio de la noche turbulenta, completamente desorientado. Me mantuve allí, echado bajo un par de cobijas durante varios minutos solo para darme cuenta de que aún no recordaba en donde me había metido. Las gotas caían fuera de la casa, y petrificado en mí lugar no podía dejar de sentirme frío.
Frío.
Frío y azul.
Frío y extraño.
Desde que Murdoc ya no rondaba ebrio por la casa las noches se sentían por demasía extrañas, y en este momento, o en ningún otro personalmente, no tenía la energía ni la capacidad para pensar como me sentía al respecto. Ya había hecho canciones, ya me había encerrado en mi cuarto, exudando fracaso, desolación y antigua melancolía, ya no necesitaba eso. Ya no lo necesitaba a él. ¿O sí? Era un problema demasiado complicado para definirlo en dos caminos, y pensarlo era como remar en un mar de tinta interminable y profundo, en el cual los pensamientos son solo monstruos hambrientos, echándome sin misericordia entre las fauces para afrontar la más cruda de las verdades.
Pero no ahora.
Entre tinta, monstruos, la tormenta de afuera, los artilugios en el cuarto y la figura verde de la cual no quería pensar, recordé súbitamente en donde me encontraba. La familiaridad del lugar me chocó como una fuerte bofetada. Las pequeñas plantas en la ventana, la máscara kabuki, algunos viejos perfumes y la ropa descolocada por cada centímetro de la cama al lado mío. Jamás había sido bueno para pensar como los demás, siempre todo era más lento, más complicado y profundo. Y profundo, y profundo, cada vez más hasta que todo se volvía negro. Entonces una voz distante detrás de mis orbes negros, en alguna parte de mi atrofiado cerebro, me recordaba como abrir los ojos para dejar un poco de luz entrar. Jamás iba a entenderlo, jamás entendería cuando mis ojos están abiertos o cerrados ya que a veces todo se tornaba negro en un instante, como un parpadeo, pero no recordaba ni sentía haber parpadeado. Jamás iba a entender si la oscuridad se encontraba por todas partes, o si a veces desaparecía. Tal vez nunca desaparecía; tal vez solo se mimetizaba con los pedazos de luz y amor que cada tanto en tanto encontramos, y pensamos que desaparece porque de verdad anhelamos como se siente ser felices. Y por supuesto jamás, pero JAMÁS iba a entender, si toda esta oscuridad se trata de sentirse triste y perdido o tan solo a veces olvido como abrir mis ojos de forma literal. Si olvido como atar mis zapatos y como abrir mis ojos, no me sorprendería alguna vez olvidar como se habla o se respira. Seguiría pensando de todos modos. Seguiría sintiendo. Y fue solo cuando aquel demonio se adentró en la cárcel cuando me di cuenta que lo difícil que puedo ser a veces, que lo complicado que me es entender las cosas (más que a cualquiera de mi edad ), que lo infantil y caprichoso que puedo ser no es excusa para ganarme una golpiza nueva todos los días. Pensé haberlo entendido, pensé que al fin me había liberado de aquella culpa, esa sensación de merecer todos y cada uno de los golpes, de las palabras rudas, y aún sigo sintiendo que al despertar, todo lo que haga va a estar completamente mal, y no voy a poder hacer nada más que esperar mi próximo castigo. Para que aprenda. Para ya no hacer las cosas mal. Para quedar completamente adormecido y obediente, y que de esa forma puedan pasarme por encima otra vez.
Tal vez por esto es que acabé aquí en primer lugar, en la habitación de Noodle, durmiendo sobre su colchón de invitados en su piso. No importa que tan roto me sintiera, que tan abajo estuviese, cavando con mis manos desnudas buscando una salida hasta que estas sangraran y se abrieran, ella siempre sabía cómo contenerme para que mis piezas no cayeran esparcidas por lugares en donde no podría volver a encontrarlas ni encajarlas en su lugar otra vez. Era rara la forma en que la más pequeña se había convertido tan gradualmente en la guardiana de todos de alguna manera, como su naturaleza curiosa y su amor interminable había mutado a sus ganas de mantenernos a todos sanos y salvos, mientras nosotros, como podíamos, la protegíamos de aquello de lo que la podíamos proteger. Evitamos lo que pudimos evitar para que sea feliz, y la abrazamos por aquellas cosas que no pudimos detener. Que eran imposibles de detener. Sin embargo, ella detenía ahora más cosas de las que pensaba, y yo solo podía quedarme petrificado bajo las mantas, viendo la ventana reflejar la tormenta...una de las tantas tormentas que nos aquejaban constantemente. Mirando la lluvia feróz como una de esas tantas noches perdido en el mar en las que su olor era más fuerte, y su presencia solo se hacía más violenta en la ausencia misma de su persona tan tierna y apacible.
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La tormenta. (2dace fanfic)
Fiksi Penggemar-Era algo raro la verdad, como nunca había buscado en el exterior de las personas para entenderlas, y de alguna manera con Ace, había prácticamente adivinado su personalidad en base a lo parecido que era con aquel otro hombre...llevándome una enorme...