14; Caja de confusiones.

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Voltée lentamente cuando por fin había conseguido tranquilizarme.

—Bue-buenos días — balbusée dándo un respingo.

—¿Cómo amaneciste? —me preguntó de brazos cruzados.

—Bi-en-y-tú —dije en sílabas.

—¿Estás bien? —me preguntó sonriendo de lado.

—Perfectamente —le dije ocultando mi nerviosismo —Oye, ¿Sabes dónde está mi ropa? —le pregunté rascando mi nuca tratando de verme ocasional.

—Haley, la dejaste tirada en la orilla de la piscina —se cruzó de brazos observándome de pies a cabeza —No creo que a estas alturas esté ahí.

—Diablos.

—Aunque sí pude rescatar tus shorts —me sonrió. 

—Oh, gracias a Dios —exclamé cuando me los había pasado.

Le observé durante algunos minutos, había cambiado pero su personalidad seguía siendo la misma.

—Por cierto, ¿De quién es esta habitación? —le pregunté confundida exactamente cuando había terminado de abrochar el último boton de mis shorts.

—Haley, ¿Estás chiflada o qué? —soltó una risita —Esta es mi habitación, estabas aquí anoche.

Llevé mis ojos a través de la enorme y deslumbrante habitación de Max. Se encontraba totalmente ordenada, pero aún así no podía recordar ni una mínima parte de su cuarto. Hasta que ví la pequeña caja de terciopelo acatada al fondo del estante de libros.

—¡Por Dios!—exclamé —Ya recuerdo... ¿Acaso sucedió algo? —le dije llevando mi mirada a la cama y luego a él.

—No pasó nada —se rió  —Toma, ponte esto.

Me pasó con delicadeza una de sus camisas de porcelana. Recuerdo cuando me las ponía por las mañanas mientras el me recibía tiernamente con una taza de café en mano.

Me coloqué la camisa lentamente, sintiendo como su profusa mirada se clavaba en mí.

—¿Quiéres desayunar? —propuso suavemente invitándome a la cocina de su enorme y lujosa casa.

—¿Qué hora es? —le pregunté cuando había caído en cuenta que debía marcharme.

—Van a ser las siete —habló segundos luego de mirar su reloj de cinco mil dólares.

—Gracias a Dios —me alegré con entusiasmo al saber que era temprano.

Al menos me daba tiempo de volver al apartamento ducharme y llegar a tiempo a la universidad. Mientras, en el camino podría inventarme alguna excusa para decirle a Andrew.

Diablos, Andrew iba a matarme.

—¿Puedes...

—¿Llevarte a tu casa? Claro, tengo todo el día —¿Es que acaso no se cansaba de ser tan amable? Y por eso lo admiraba.

—Gracias —agradecí finalmente.

Su auto era completamente lujoso. Un BMW rojo se aproximaba cerca de la acera y la expresión de Max era de completa y sana satisfacción. Aunque podría decir que estaba luciéndosela un poco.

—Vaya, no está nada mal —me reí entrando al asiento copiloto.

—Es una belleza —sonrió —¿Y a dónde vamos?

—¿Sabes dónde vive Luke, cierto? —le pregunté.

—Sí, no me digas que...

Sonreí apenada, pero el no le tomó importancia simplemente condució con rapidez y perseverancia hasta llegar al edificio.

¿Compañero de piso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora