Capítulo 9

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Lo he presenciado todo: su amor, su despedida.

Es mejor a que continúe dañándote.

Mírame a los ojos, estoy harto de verte llorar.

Sé que es difícil aliviar el dolor.

Lo sé cada vez que te miro así.

¡Sé mío! Yo te amo. Yo me preocupo por ti.

¡Sé mío! Tú me conoces. Me has visto.

Te protegeré hasta el final.



Recuerdo que aquella mañana, mientras yacíamos sentados en una cafetería situada frente a los departamentos roídos donde vivía Jongin, mi mente se debatía entre dos preocupaciones. La primera: Identificar con mis ojos cansados el momento en que el sádico examante de mi musa saliera contando solo con las descripciones ambiguas que me había proporcionado sobre él; pues Kai daba la espalda a la calle y portaba ropas mías temiendo ser identificado. Dos: Lo condenadamente bien que lucía con aquellas gafas de sol que cubrían los cardenales y ojos hinchados. Aún con el ánimo por los suelos, magullado, escondido cual prófugo, él mantenía su glamour aroma cereza que tanto me embriagaba e inquietaba. Incluso si aquellos pensamientos eran estúpidos de mi parte, no podía evitarlo.

Su corazón de ninfa, de igual forma, continuaba tan encantador como de costumbre; incluso si cargaba un extremo marchito. Él me decía mientras bebía un cappuccino macchiato de caramelo que hubo salido de mi bolsillo:

—¿Sabes? Creo que Baekhyun debería ser enfermero... —Tras pensarlo breves instantes, agregó—. ¿O podría serlo yo?

Ante semejante cavilación en medio de una misión imposible no pude evitar reírme con nerviosismo. Sin duda, ambos yacíamos dispersos a causa de esa comodidad dulce entre nosotros aún en los momentos más difíciles. Yo miraba hacia la calle, inhalando angustia en forma de aroma a café, y él, con su mente rara simplemente podía vagar de forma natural. Incluso mencionaba lo anterior de forma seria.

—¿Y eso por qué? —inquirí interesado, incluso con inocencia—. ¿No querías ser modelo?

—¡Claro que sí! Aish, quisiera ser tantas cosas... —dijo en un puchero— pero es que anoche, cuando vi a Baekkie curarme... pensé que en verdad lo hacía con gran amabilidad. Sus manos son suaves, cálidas, y creo que sería genial tratando a las personas. A mí también me gustaría ayudar a los heridos —pronunciaba jugando con el popote de la bebida.

—Para conseguirlo debes estudiar bastante —reflexioné—. No es imposible, pero deberás esforzarte lo suficiente. Baek en verdad disfruta el diseño gráfico... y es muy bueno. Algún día le diré que te muestre sus ilustraciones.

—Entonces puede decirse que su fuerte son las manos, ¿no? —Ante aquel comentario pícaro aunado al labio mordido solo pude poner los ojos en blanco.

La hipersexualidad de Jongin en ocasiones realmente conseguía agobiarme. ¿No le dolía clavar los dientes en la herida del belfo?

—Sí, supongo —repliqué sin más, y mientras escuchaba las risitas lastimosas de mi compañero con el sabor del espresso en los labios, divisé a un hombre salir de los departamentos.

Aquella, sin saberlo, fue la primera de tres veces que me toparía con Oh Sehun, el joven mafioso, a lo largo de mi estancia en aquella ciudad. Le vi andar despreocupado hacia la derecha, rumbo al estacionamiento, guardando su cartera en el bolsillo trasero. Fumaba un cigarrillo, portaba pantalones de mezclilla gris deshilachados de las rodillas, una playera negra y chamarra de cuero. Su abundante pelo bruno se abría en una raya diagonal; blanco, alto, delgado, pero con un cuerpo trabajado... no como el mío, escurrido. Compararnos no me dirigía a ninguna parte. No. En sus ojos fui incapaz de percibir misericordia; quizás solo estuviese cansado o de mal humor, pero mis vísceras empeñadas en odiarle se revolvieron en cuanto le contemplé. Pensé en su contacto íntimo con Jongin, en sus crímenes, y con aquello solo conseguí un escalofrío recorriendo mi espalda.

Cereza Negra | KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora