I
Estoy hablando de tu cuerpo.
Hablando de tus piernas.
Hablando de tus labios.
Hablando desde tu cabeza hasta tus pies.
Hablando sobre tu todo, pero... ¿dónde estás?
Cuando tenía diecinueve años, vivía en la ciudad más cercana a mi pueblo natal. Acudía a una modesta universidad donde, a pesar de su escasa tecnología y estropeadas paredes, era realmente feliz. Allí estudiaba música, la carrera que durante mucho tiempo había deseado ejercer. Aunque mi familia me advirtió sobre lo riesgoso que podía ser dedicarme por completo a ello y encontrar algún empleo decente, yo tenía la meta fija de unirme a una orquesta como pianista, y vivir del arte que más amaba en el mundo.
Sin embargo, aunque al principio me dediqué apasionadamente a mis estudios, con el tiempo mis ánimos se fueron deteriorando. Tal como una flor en el jarrón que tras el paso de los días va soltando sus pétalos, yo atravesé una etapa en la que levantarme por las mañanas resultaba muy difícil. Casi la muerte. Nada me conmovía, y tras navegar por los fatídicos rincones de la filosofía, llegué a la conclusión de que existir no poseía sentido alguno... Pero que de igual forma tenía una deuda con quienes me habían mantenido vivo hasta entonces. Una vez pagada, podría ser libre y decidir entre suicidarme o continuar con este atributo forzoso llamado vida.
Mientras tanto, debía, pues, cuidar de mis padres por lo que restara de sus días. Como cuando te llega un aviso de que has solicitado algún servicio, y aquello es mentira, pero igual debes pagarlo si no eres lo suficientemente listo para evitar caer en la trampa.
Aquella idea mía podría resultar fatalista, pero no había otra manera de expresarla. Y yendo de un lado a otro, girando en espiral por la misma rutina amenazándome con tragarme en cualquier momento, decidí que, si al final de cuentas contaba con aquel servicio, iba a disfrutarlo y permitirme ser más atrevido. Mi teoría se basaba en que, a falta de acción, mi cerebro se ponía a maquinar tanta mierda.
Mi personalidad nunca me permitió ser un tipo popular, más bien distinguido entre los rechazados por mi evidente orientación sexual. Pero aquello poco importaba. Me hice rodear de gente amable e imbécil que pudiese sacarme del estupor azul en el que por naturaleza tendía a hundirme con facilidad. Incluso decidí compartir mi cuarto rentado con un estudiante de diseño gráfico, y pronto nos hicimos amigos.
Sonriente, optimista, ávido lector de manga. Baekhyun me empujó a hacer muchas tonterías que agradezco haber cometido. Entre ellas, la que pronto sembraría el perfecto caos tan anhelado.
Una noche de bar, estando con el grupo de los perros desorientados y fumadores, hicimos una apuesta tan cruel como descabellada. Todos cuestionaban la vida sexual de Chanyeol, el poste de luz andante que tanto se nos pegaba. Yo le dije al cuarteto de imbéciles ignorantes que se callaran, que Yeol podía tirarse a cuantas mujeres desease si él así se lo proponía. Y ellos me tachaban de estúpido, que al ser gay no podía comprender esas problemáticas exclusivas para hombres de verdad. Discutimos casi por una hora, dándole vueltas al asunto que terminó en apuesta. Si nuestro compañero en cuestión lograba liarse en ese momento con cualquier mujer-con-vagina que anduviese por allí, yo ganaba y podía imponer algún castigo a los demás. De lo contrario, me abstendría a las consecuencias y el castigado sería yo.
Si al principio de la velada defendía al pobre largucho, presa de una compasión casi dolorosa; tras su inminente fracaso, quien le atormentó y acosó con mayor intensidad los días siguientes fui yo. Nuestra amistad era así, irrespetuosa, pesada, e indeseable para cualquier persona que yaciera en sus cinco sentidos.
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Cereza Negra | Kaisoo
Fiksi PenggemarDurante una noche estrellada, KyungSoo reconoce el rostro de su más grande amor impreso en la publicidad de una calle bastante transitada. Sin poderlo evitar, recuerda todas las vivencias agridulces a su lado, cuando no eran más que dos siluetas ebr...