Capítulo 8

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VIII

Un día más. Si suelto esta mano...

Un día más. ... volará lejos.

Un día más. Si esta carrera acaba...

Un día más. ... llegará lejos.

Supongo que Baekhyun, aún con lo honestamente duro y rejego que podía ser en ocasiones, poseía una notoria debilidad ante los asuntos del corazón. En algún momento me pareció compartir la alcoba con una Venus vanidosa y severa que, a pesar de todo, guarda de los amantes con su mano cálida. Debido a ello, cuando llegué en la madrugada al lado de un Jongin lacrimoso, ensangrentado y quebrado como crisálida entre mis prendas, mi compañero de cuarto fue el primero en salir corriendo en busca del botiquín, aún con los párpados hinchados por el reciente sueño. Ni con mil galletas de sus favoritas podré agradecer lo suficiente por la amabilidad de sus dedos.

Recuerdo la agitación, la calidez melancólica del ambiente que mantenía los cristales empañados. Presentar a mis dos amigos y amantes (venga, que Baekhyun también lo era con todo y las connotaciones lésbicas que implicaba acostar en la cama a dos pasivos como nosotros) fue un acto quizás imprudente de mi parte. Por supuesto que ambos se conocían, y por ello les resultaba complejo apartar la mirada del otro. Para Jongin, el jovencito de piel lechosa representaba su máximo rival en mis atenciones, el tierno felino al que refería siempre con suspiros de fresa; para Baekhyun, Kai era... oh, que mencionarlo podría ser motivo de censura. En fin, que la sirena malvada causante de mis ojeras y creciente locura se hacía presente; y ya no entre alaridos míos dirigidos al alba o desvaríos etílicos, sino en carne púrpura de cardenales y huesos bien sólidos que, de alguna forma, Baek temía quebrar bajo la tenue luz de la lámpara.

Él limpiaba con cuidado las heridas ajenas, procurando no infligir dolor en mi musa. Creo que incluso su esmero rebasó aquel con que se trataba a sí mismo, como si cuidase de la criatura más valiosa de Corea. Sonreí a él con la mayor sinceridad que mis torpes labios me permitieron. Jongin le miraba en silencio, con pensamientos que yo no podía saber. En la habitación se hizo un silencio frugal, calmado, de lágrimas resecas y el aroma salino del desinfectante. En medio de aquella anestesia punzante, Jongin comenzó a narrar con timidez. Una voz quebradiza.

Cabe aclarar que mi versión de los hechos se ubica desde una perspectiva íntima y en absoluto corresponde a las palabras fieles que el joven mancillado profirió durante aquel amanecer. Menciono esta aclaración porque, a diferencia del discurso coherente que expongo, el de Jongin fungía como un caos. No solo el llanto le ganó en dos o tres ocasiones, sino que la redundancia y saltos temporales, así como el balbuceo propio de un corazón alterado, hicieron de su narración un nudo que Baekhyun y yo tuvimos que desentrañar formulando preguntas agridulces que solo le conducían al irremediable deseo de abrir con los dientes una vez más sus heridas ... y entonces para siempre.

Un suspiro. Rotura etílica.

Y el remordimiento.

Aquella mañana antes del desastre, enfundado en un pantalón de mezclilla como el cielo, una blusita veraniega, y una cazadora negra con forro de lana que desprendía el encantador aroma de su amante, Jongin salió a dar un paseo delirante por el edificio con manchas de humedad en que residía. Antes de partir, había hecho el amor en el sillón con él, su dueño, como para olvidar las sucias palabras de su último cliente y aquellas amenazas punzocortantes que «cierta persona» (o sea yo, pedazo de mierda ejemplar) profirió antes de desvanecerse bajo el neón.

Cereza Negra | KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora