The Travel

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– Es la primera vez que voy a montar en avión, ¿sabes?

– Claro que lo sé. – Sentenció Marta con una sonrisa.

Reforcé el agarre en su mano. Ambos parados frente al aeropuerto de Barajas, maleta en mano. Miré al reloj. Rayner se iría ese mismo día de Berlín. Recordaba que su vuelo saldría sobre las cinco y media, según me comentó. Pero no recordaba adónde se dirigía... ¿Cómo podía haberlo olvidado? Supuse que cuando me lo contó no estaba prestando demasiada atención. Era hablar por hablar; cosas que no llegarían a realizarse. Mierda.

– Si no os vais ya perderéis el vuelo. – Nos recordó mi madre en el coche a nuestras espaldas. Corrí a su lado para darle un último beso. – Te quiero hijo.

– Y yo a ti, mamá.

Marta encabezó la marcha. Cruzamos a través de los detectores de metales y uno de los guardias me miró raro cuando vio la cartera sumamente abultada. Había cogido el dinero que mi madre me dio y todo lo que yo tenía ahorrado. Luego atravesamos las puertas de embarque y diez minutos después ya estábamos sentados en el interior del enorme vehículo.

– No has parado de sonreír. – Me dijo sin poder evitar reír.

– Ya... ¿Saben todos que tengo la mejor novia del mundo? Deberían saber que... – Fui a levantarme para dar el pregón al resto del avión pero ella me tomó por el hombro y me devolvió al asiento, donde reímos antes de que me robara un beso.

El avión arrancó. Sentí que mi alma se escapaba del cuerpo cuando nos alejamos del suelo. Ascensión. Ella llevaba los ojos cerrados. Una vez nos estabilizamos en el cielo, se hizo la calma. Un niño pateaba el asiento en alguna parte, una señora leía el último volumen de una trilogía erótica. Un empresario repasaba por quincuagésima vez el discurso que daría en la reunión. Marta lucía pensativa.

– ¿Qué? – La saqué de sus ensoñaciones de un codazo.

– Si vuelves a hacer eso te arranco el brazo. – La seriedad de su cara era impresionante... Por unos segundos. – Estaba pensando en que llegaremos a las cinco. Tendremos aproximadamente unos veinte minutos para pillarle. Y para poder hacerlo necesitamos que recuerdes a dónde iba... O... No.

– ¿O qué?

– O ver qué vuelos salen a esa hora y pasar por tantas puertas de embarque como podamos. Pero eso no es buen plan...

Mi interior ardía de emoción. Sí, la despedida en el tren había tenido lugar apenas unos días atrás pero algo en mí se había hecho a la idea de no volver a ver a aquel chico al que tanto cariño había cogido. Y ahora...

Marta estaba sentada en el lado del pasillo; se había empeñado en dejarme la ventana para que viera lo pequeños que somos vistos desde arriba. "Si de verdad existiera un Dios, ¿Por qué habría de preocuparse por un sinfín de puntitos que corretean de un lado a otro?"

– Así que, que le den. Yo soy mi propia diosa. Y tú... – Se acercó y me mordió el lóbulo del oído. – Tú eres mi dios. Tus sonrisas serán las cuentas de mi rosario, tus miradas mis momentos de lucidez... – Dejando un mechón ocultar uno de sus ojos metió la mano debajo de mis pantalones. Di un respingo, ahogué un jadeo. – Y esto, mi más que sólida fe.

Y así, el vuelo se hizo mucho más corto de lo esperado.

Una vez desembarcamos, nos hicimos con la maleta a paso ligero. Atrajimos miradas. Creo que Marta no se enteró, ella estaba en nuestro mundo. El resto quedaba fuera de él.

– Vale, ¿Y ahora qué? – Me preguntó recogiéndose el pelo en una coleta. Sabía que tendríamos que correr.

Di una vuelta sobre mi eje. ¿Dónde quería ir? El final de su viaje. Berlín era solo una escala. Su destino real era... ¿Cuál? "Everybody should be able to see something like that at least once in their lifes. And we'll see it together. I'll be there, grabbing your hand when..." ¿Cuando qué? ¿Qué quería que hiciéramos? Cuando me quise dar cuenta Marta ya no estaba a mi lado.

– ¿Mart...?

Y ahí venía, a la carrera con el móvil en la mano. La taquillera a la que probablemente había preguntado se recolocaba las gafas sobre el puente de la nariz sin quitarle ojo de encima. "Es magnífica, ¿Eh?"

– Vale. Hay cinco vuelos que salen en quince minutos. Uno a Italia, otro a Holanda, Londres, París y...

La luz se hizo en mi mente.

– Islandia.

No hizo falta explicar nada más; agarré la maleta y ambos echamos a correr. Luego nos dimos cuenta de que no sabíamos a dónde íbamos, y después de reír hasta llorar decidimos que lo correcto sería preguntarle a alguien.

– ¡No me jodas! – Gritó Marta para la sorpresa de la pobre taquillera de antes cuando le dijo que la puerta estaba al otro lado de la terminal. Me miró y reímos.

La gente nos miraba al pasar a su lado a la carrera. Me preguntaba si pensarían que éramos un par de turistas extraviados o simplemente dos locos. Era peor. Un guardia de seguridad nos paró. Entendía que éramos sospechosos. Una pareja a la carrera por el aeropuerto, sin apenas equipaje exceptuando una maleta. Una sola maleta. Nos quiso llevar a una de las salas dispuestas para los interrogatorios a abrir la maleta, enseñarle el contenido... Y lo vi. Al final del corredor, había un chico moreno cruzando las puertas para entrar al avión.

– ¡Marta, Marta! – Dije señalándole. Quizá sonaba raro, pero le reconocí. Reconocí su aura. Estábamos en el mismo edificio. Tan cerca y a la vez tan lejos...

La miré desesperado. Se mordió el labio. Brilló. Sabía lo que eso significaba. Iba a hacer una locura.

– ¡Corre! – Gritó mientras le lanzaba la maleta al pobre y despistado guardia.

Y eso hice. Dejé de escuchar las voces emergentes que avisaban de que X o Y vuelo estaba a punto de salir. Ni siquiera oí las quejas de la señora a la que por poco llevo por delante. Sólo había dos voces sonando en bucle sobre cualquier otra distracción. Una, femenina, me gritaba: "¡Corre,amor!" La otra, más calmada, me recordaba: "When you run all goes faster. All the things around you start beating with the rythm of your heart. Shhh. Get close, here, in my chest. You hear it?" Lo oía. Su corazón en mis recuerdos y el mío palpitándome en las sienes.

Llegué tarde. Las puertas iban a cerrar.

– ¡Rayner!

Lo escuchó; se giró para ver una puerta cerrarse. Quizá estaba demasiado cansado, quizá estaba alucinando... Me acerqué al panel de cristal que daba al exterior e intenté discernir su rostro a través de alguna de las ventanas. Era imposible. Se me había escapado de nuevo. No opuse resistencia cuando el guardia me retorció el brazo a la espalda haciéndome así caer al suelo. La tontería nos llevaría horas de explicaciones en la comisaría antes de hacernos con un par de billetes a Islandia. Islandia, ¿Eh?

"Everybody should be able to see something like that at least once in their lifes. And we'll see it together. I'll be there, grabbing your hand when the lights set fire to the sky. The world will burn above us, but we'll shine brighter."

Free SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora