Salió de la tienda con los brazos cargados de dulces y una sonrisa iluminando su rostro. El chocolate predominaba en el surtido. Después de la larga velada en la improvisada comisaría –aún no me creía que hubiéramos salido "impunes"- y el vuelo hacia allí, era inevitable que el hambre se hubiera hecho un hueco en nuestros estómagos. Marta me preguntó cuál sería el siguiente paso. Habíamos llegado a Irlanda, nos abastecimos de chocolate en el aeropuerto... ¿Y qué? Puede que no fuera el país más grande a nivel mundial, pero no podíamos buscar a una sola persona sin tener ni tan siquiera una base. ¿Dónde podría haber ido?
– Allí donde pueda ver las auroras boreales en todo su esplendor. – Respondí; Marta arqueó una ceja.
– ¿Te das cuenta de que eso abarca toda montaña, pradera o llanura que pueda haber en Islandia?
Me rasqué el mentón. Intenté recordar. Alcé la mirada y vi más allá de la ventana. Sonreí. Medio a la carrera volví a la tienda de los dulces.
– ¿Anoche hubo nubes?
El tipo me miró como si estuviese majara. "Sí, anoche no había estrella visible en el firmamento." Le expliqué a Marta que en ese caso, Rayner hubiera sido incapaz de ver aurora alguna. Ese día el cielo lucía despejado. Una voz peculiarmente cautivadora me susurraba dentro de mi mente que esa sería la última noche. "No habrá más oportunidades para cogerlo. Si hoy escapa, lo habremos perdido." No lo hizo. La fortuna nos sonrió y pudimos encontrarlo. Pero vayamos paso a paso.
Lo primero que hicimos fue llamar a un taxi. Le pedimos que nos llevase al albergue que más confluencia de turistas tuviera. Pinchamos. La rueda se cobró tiempo suficiente como para que cuando llegásemos el cielo se hubiera teñido de negro. Luego preguntamos a una de las encargadas, que reconoció a Rayner tras enseñarle una foto; y fue ahí cuando el destino metió la mano. Lo había visto, había hablado con él. El inglés había pedido consejo sobre algún lugar al que poder ir. Recomendaciones. Así que nos pusimos en marcha al lugar designado. Debido a las horas, los taxis eran pocos y... No quería pinchar otra vez, con que optamos por alquilar un coche. A fin de cuentas, Marta sabía conducir.
Nunca podré describir con palabras la magia que impregnó cada segundo de ese viaje.
Imaginaos una carretera rodeada de llanuras cubiertas de hierba. Todo iluminado por la intensidad de la noche, nada de luces artificiales. Nada ni nadie en kilómetros a la redonda. Un maravilloso rincón del mundo solo para ti. La radio del coche escupiendo música que solo ayuda a que nuestras almas se eleven a ese plano en el que decidiría quedarme a vivir.
Estiré la mano hasta posarla sobre la suya, ambas descansando en el muslo. La miraba, pero no su aspecto físico; estaba mirando todo aquello que la conformaba. La chica que me había acompañado a través de una parte del planeta era mi novia. Era tantas cosas más... "¿Y cómo tendría que vivir si desapareces? Te has hecho tanto hueco dentro de mí que irte sería como extirparme el corazón. No, no te ates a mí. Sé que tienes la seguridad de que puedes irte cuando quieras, pero no lo hagas. Deja que sea yo quien descubra cada recoveco de tu ser, besando las heridas de tu alma te amaré. Así entenderás que una aurora boreal no es más que el lamento de un cielo que no te cuenta entre sus estrellas más brillantes."
El coche surcó la noche durante unos minutos más hasta que tuvimos que parar. La carretera llegaba a su fin y divisamos a una silueta tirada sobre la hierba, junto a un lago bastante grande. Era él. Estaba seguro.
– Vamos, ve. Hemos llegado. – Abrí la puerta para saltar fuera, pero me contuve al sacar un pie. Sin necesidad de mediar palabra, entendió. – No, no. Este es tu momento. Sal ahí y vívelo.
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Free Soul
Short StoryLos únicos límites que existen son los que nosotros ponemos a lo largo del camino. La vida de David está a punto de cambiar para siempre, y se verá forzado a entender que las cosas no son siempre "lo que deberían".