Reencuentros

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Hace cinco días que recibí el mensaje de Farlan. Aún no me creo que lo vaya a ver después de un año y medio. No lo exteriorizo, pero estoy que me cago de los nervios.

Noviembre está a la vuelta de la esquina y aun así esta mañana el aula parecía una jodida sauna. Al final me decido por ir con una camiseta de manga corta. Dudo un instante, pero dejo el abrigo en el sillón.

Observo la hora en mi teléfono y chasqueo la lengua disgustado. Voy demasiado justo. No puedo llegar tarde, lo último que necesito es que Farlan ponga en duda mi puntualidad. Reviso con rapidez mi cabello antes de salir. Hemos quedado en una plaza cercana, donde vendrá a buscarme con el coche de su madre. Tiene suerte de que sea tan generosa con él, no creo que Farlan pudiera aguantar demasiado tiempo encerrado en el pueblo o dependiendo del transporte público.

Farlan y yo nos conocimos en el último año de instituto, después de que su familia se mudara a mi pueblo. Congeniamos en seguida, pero no fue hasta unos años después que empezamos a salir como pareja. Él solía venir a la ciudad para realizar cursos de arte. En seguida hizo muchos amigos aquí, y los sigue visitando cuando vuelve de Italia

Ya en la calle, me percato de que he pecado de ingenuo al dejar el abrigo en casa. El sol que tanto agobiaba por la mañana no calienta de la misma forma y una brisa fresca se ha comenzado a infiltrar de forma traicionera a través de los callejones. Por un momento me planteo regresar, pero ya he andado la mitad del camino y no quiero hacer esperar a Farlan.

Cuando llego a la plaza, distingo el viejo Renault y una mata de pelo rubio ceniza en el asiento del conductor. Mi corazón comienza a latir desbocado en mi pecho y mis piernas aceleran el paso sin que yo se lo ordene, sin que yo las controle.

Sale del coche y me dedica una sonrisa radiante. Lleva el pelo un poco más largo que la última vez que lo vi, incluso juraría que está más corpulento, más atlético. Acorta la distancia que nos separa con rapidez y ni siquiera me da tiempo de articular palabra alguna cuando nos fundimos en un cálido abrazo.

Lo he echado tanto de menos.

Me separo de él para observarlo mejor. Descubro que lleva dos pendientes en su oreja izquierda y que su rostro luce un poco más afilado que antes. El cabrón sigue siendo atractivo.

—¡Qué ganas tenía de verte! —exclama con entusiasmo—. ¡Hasta pareces más alto!

—Serás maricón.

Le golpeo en el estómago con suavidad y él se echa a reír con ganas. Me dirijo al asiento del copiloto simulando sentirme ofendido y él se apresura a subir sin perder su buen humor.

—¿Dónde quieres ir?

—A la tetería del centro —respondo de inmediato.

Farlan sonríe y pisa el acelerador con fuerza, haciendo chirriar los neumáticos contra el asfalto. Joder, tanto tiempo en Italia le ha pasado factura a su forma de conducir.

—Recuerda que aquí respetamos los pasos de peatones —le reprocho cuando veo que apenas reduce al visualizar uno.

Farlan se ríe de nuevo y trata de reducir la velocidad, sin embargo, a los pocos segundos ya lo veo acelerando de nuevo.

Agradezco que la tetería esté a apenas a un cuarto de hora de mi barrio, porque empiezo a dudar de que seamos capaces de realizar el trayecto sin provocar un accidente. Me descubro en más de una ocasión golpeando la alfombrilla a mis pies en busca del pedal de freno, y eso que soy un amante de la velocidad.

Pero también lo soy de mi vida.

Farlan aparca de cualquier manera a unos diez metros del establecimiento, después de insultar en italiano a unos cuantos conductores que circulaban demasiado lento para su gusto. Los bocinazos nos han acompañado durante todo el trayecto y cuando me bajo del vehículo agradezco la estabilidad del suelo bajo mis botas.

Secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora