Arco 1.5, La Llegada: Capítulo 18

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La perspectiva tanto del bosque como de la ciudad era ahora completamente distinta, las construcciones del nivel inferior eran mucho menos sofisticadas y sin decoraciones ni acabados. La mayoría eran de madera descubierta con algunas excepciones de madera rústica. Los elfos que se encontraban iban vestidos de forma mucha más funcional y sin filigranas. Al pasaros por el lado la mayoría mantenían la cabeza inclinada, solo unos pocos continuaban trabajando en sus tareas, que a Nilus le parecieron de lo más familiares y ordinarias. Tal vez no era tan impresionante, si uno no levantaba la vista al menos, pero el entorno se mantenía más propio de un cuento que de lo que él hasta no hacía mucho hubiera considerado la realidad.

Avanzaron por el nivel inferior de la ciudad, entre raíces y construcciones, bajo puentes y pasarelas, hasta el límite de la ciudad. Que era fácilmente reconocible sobre todo por el aumento abrupto de la maleza. Según les dijeron el camino sería difícil porque como no lo hacía casi nadie no habría una ruta clara marcada, el paso de tan pocos viajeros impedía que se mantuviera un camino sin que el bosque lo devorara. En la dirección opuesta si que había rutas por donde pasaban mercaderías y los viajeros que no usaban bongo hacia y desde otras ciudades y pueblos elfos, pero en general solo las patrullas montadas que vigilaban la frontera se dirigían hacia los territorios humanos.

Aprovechó el camino para regirar un poco los sacos que colgaban de Uruldir y ver lo que Túriel había puesto en ellos. So sorprendió de la ordinariedad de las cosas que encontró: un par de cuchillos, una pequeña sierra, diversas piezas de ropa ligera, un par de abrigos, una manta, comida, una bota de cuero con agua, una pequeña olla, un cucharón... todo eran cosas normales hasta que llegó a un pequeño saco de palmo y medio de altura que tenía un peso desproporcionado con el resto. Al abrirlo pudo ver que estaba rebosante de pepitas de oro. Se le escapó una exclamación y Éslir, que iba delante suyo, se giró y al ver lo que tenía en las manos comentó:

- Oh, sí, como rara vez comerciamos directamente con mercaderes humanos no tenemos monedas de las vuestras. Nosotros tratamos con los comerciantes elfos de Eldemar, quienes si tienen tratos por mar con los humanos. Pero hemos pensado que con esto pasaríais, Túriel ya ha dado la orden para que a partir de ahora tengamos una reserva de distintas monedas.

¡Por supuesto que pasarían! Nilus no tenía muy claro cómo funcionaba la moneda allí, pero si sabía cómo funcionaban los humanos, y con el oro no tendrían miramientos.

Al haber llegado a la ciudad con los bongos, moverse a caballo les parecía exageradamente lento. A los animales les resultaba muy difícil avanzar por ese terreno, y a veces el elfo que abría la marcha incluso tenía que desmontar y limpiar el camino de obstáculos o directamente crear uno a golpe de machete. Era como viajar por un bosque distinto, el mismo al que había llegado al caer en el charco, un bosque mucho más intimidante que el de los bongos y los elfos. Des de allí abajo el bosque perdía el efecto de enormidad, de hecho todo parecía perfectamente proporcionado, y era uno mismo el que pasaba a sentirse minúsculo.

Detrás suyo Tulipa se lo pasaba bien viendo el paisaje desde su silla, y, tras caer algunas veces al suelo, ya había aprendido que lo mejor era no sacar demasiado la cabeza.

Siguieron avanzando lentamente hasta que el sol ya estaba a punto de esconderse.

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El día había sido tedioso. En un principio le había parecido bastante cómodo viajar de esa manera, era mucho mejor que tener que hacer el camino a pie, pero a la larga se había hecho extremadamente monótono. Ella ya conocía lo bastante bien ese nivel del bosque como para no sentirse impresionada, y, sin nada nuevo que admirar y con la única opción de limitarse a pasar horas encima de Aerin siguiendo la cola del caballo que tenían delante, el trayecto había sido mortal. Ni siquiera habían podido mantener una conversación decente porque moviéndose en fila resultaba bastante incómodo. Así que habían sido largas horas de tedioso movimiento de caderas. Inicialmente había recibido algo de entretenimiento gracias a Tulipa, pero no había durado demasiado.

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