Ilativo

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¡Oh! Así que ese adorable ratoncito era, de hecho, el extrañamente útil inspector Lestrade. Mycroft casi quería reír. Estaba seguro, su querido hermano menor seguro lo haría. Cortejar a uno de los conocidos de Sherlock no estaba en sus planes, y si bien eso no le impediría continuar, había en todo ello cierto aire de vergüenza. Pero bueno, Mycroft supuso que mientras no se tratara del amable doctor Watson, no importaba en realidad.

Por la noche, ataviado con uno de sus mejores trajes, una vez hubo comprado el más hermoso ramo de rosas rojas y rentado un elegante transporte, tomó por sorpresa al adorable caballero que ya le esperaba. Entre la neblina que empezaba a formarse y el frío alrededor, la clara piel de su presa lucía un brillante color carmín. Y ahora, en la calidez de su hogar, y una vez hecha las presentaciones por las cuales se debió comenzar, el encantador inspector se sentaba a una de las mesas del gran comedor.

—Siento que debería disculparme con usted, querido inspector —comenzó Mycroft, sentado enfrente del hombrecillo. Para hacer del ambiente algo más íntimo y menos formal había decidido usar una pequeña mesa cercana a una de las ventanas, ayudado con las velas, la luna, las estrellas y esa suave neblina, Mycroft había creado el escenario ideal para acercarse de la mejor de las formas al lindo caballero—, por algunos de los inconvenientes que mi hermano menor pudiera haberle causado.

—Por favor no, su hermano hace un excelente trabajo y mientras siga de esa forma, no creo provechoso cambiar alguna cosa. —Mycroft pudo notar que su inspector era sincero, aun así, él también hablaba en serio, sabía que Sherlock no era el hombre más amable cuando se trataba de su trabajo, y dejando fuera al honorable doctor Watson, Mycroft podría asegurar que su hermano llegaba a ser... impertinente, por decir lo menos. Por supuesto, el hecho de que el adorable hombre no hiciera escándalo por Sherlock, solo le hacía interesarse más y más por él. No cualquiera podía hablar así del detective.

—Muy bien, entonces... —terminó diciendo, tomando suavemente la pequeña mano del inspector, mismo que casi sin disimular trataba de evitar su contacto. Mycroft, sin embargo, tenía una clara ventaja y no solo, como bien pudo notar, por su fuerza física sino más bien porque el mismo adorable ratón no opuso demasiada resistencia luego de alar su mano un par de veces. Un fiero sonrojo adornó nuevamente esas suaves mejillas al enroscar también sus dedos, por el rostro de Mycroft se imprimió una sutil sonrisa al tiempo en que, con la otra mano, tomaba un poco de vino.

Su pregunta no anunciada había sido respondida en el mismo tono taciturno y casi efímero. Su inspector correspondía esos sentimientos tan sutiles como silencio, tan intensos como su primer encuentro y quizá, tan finito como el universo. Más, aquel gesto tomó más control del que debería haberle atañido, Mycroft deseaba tomar en sus manos al pequeño hombre, marcarlo como su propiedad y nunca más dejarle hacer un trabajo tan peligroso. Aquel gesto le daba plena libertad de acción sobre ese adorable caballero. Le daba un automático sí, a cualquier decisión que pudiese tomar en pos de mantenerlo a su lado.

Y, sin embargo, Mycroft había sido el primero en caer ante aquella pálida piel, por esos brillantes ojos avellana fue él quien se rindió. Solo por eso, no podía ser él quien pudiera hacer alguna de esas cosas. No mientras su encantadora presa le mirase con el rostro cubierto de un hermoso escarlata, no mientras esa pequeña mano hiciera llegar su calidez hasta lo más profundo de su pecho. Sin embargo, Mycroft debía y tenía que atarlo a su lado, esa adorable presa sería suya en todo sentido.

—No seré su esposa, señor Holmes.

Mycroft dudaba realmente sobre eso, él mismo se encargaría de hacérselo ver.

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