¿Indómito?

685 87 8
                                        

Lestrade llegó casi puntual al sitio en donde se había sentido rodeado por el aura dominante de aquel hombre de ojos gris hielo. Ante el solo recuerdo, un estremecimiento le recorrió por completo, ciertamente deseaba no ser consumido por aquel hombre intimidador, más, por otro lado, tampoco veía alguna forma ya de escapar. Mucho menos ahora que llegaba casi media hora antes de lo acordado.

Intentó respirar profundamente, pero en todo el día no había encontrado una sola razón para traerle un poco de calma. Por el simple hecho de que nada tenía sentido. Se sentía atrapado por un hombre cuyo nombre ni siquiera conocía, ¿los nervios le atacaban solo por la aparente fuerza que emanaba de aquel sujeto? De alguna forma había vuelto a sus días de colegial. Una vez más se estaba dejando ofuscar por alguien solo porque resultaba ser mucho más alto, mucho más fuerte... mucho más atractivo. Fingió toser. Se estaba dejando llevar por demasiadas emociones a las cuales no iba a permitirse identificar.

Mucho menos ahora, mientras sentía cómo el hombre en cuestión se acercaba por alguno de sus flancos. Pero, ¿acaso era eso posible? Un simple mortal, hasta donde sabía, no debía ni podía poseer un alma, un aura con la suficiente fuerza como para hacerse notar antes de que el dueño de tal realmente se hiciera presente. Por otro lado, no se supone debería ser él quien lo notara, quien diera cuenta de un resplandor tan... así. Tan orgulloso, caballeroso, varonil, encantador, dominante. Una vez más se detuvo. Pensó, dado el frío que había, tenía ya una excusa para dar en caso de que el escarlata de sus mejillas se notara más de lo que el mismo podía notar. Además, desde luego, el frío congelaba su pequeño cerebro haciéndole pensar en cosas sin sentido.

No, sin embargo. Lestrade no tenía el suficiente poco autoconocimiento, ni una infalible censura, para no colocar las cosas en su respectivo lugar. Lestrade se sabía valiente, audaz, inteligente y con la capacidad necesaria para dejar de renegar lo incuestionable. Lo indiscutible. El hecho irrefutable de que, sin lugar a dudas, aquel hombre había tomado ya todo de sí.

Le había marcado.

A tal punto de que en sus pensamientos no cabía otra cosa fuera de él. Ya poco o nada importaba que tanto pudiera o quisiera evitar ese hecho. Desde el momento en el cual se dejó tomar por ese hombre, ya no hubo algo más que le quitara de ahí en dónde lo había tocado. Podía sentir con claridad la suavidad y al mismo tiempo la fuerza usada para retener su mano entre las suyas más grandes. Podía recordar el tono exacto de su voz. Podía sentir aún el férreo abrazo con el que había impedido su vergonzosa caída. Y para terminar la lista, en toda la tarde no pudo dejar de mirar su reloj, temiendo y al mismo tiempo anhelando la llegada de la hora para volver a esa calle.

Esta vez, el sonrojo se esparció por todo su rostro. Lestrade tenía el suficiente valor para comprender y aceptar que en tan solo un segundo se había enamorado de ese alto hombre. Se había rendido ante esa aura dominante. Había caído ante el encanto natural e imperioso, arrogante y seductor.

Por aquella alma depredadora, Lestrade deseaba ser consumido.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora