Ideal

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Podría haber sido peor. Diez veces. Mil veces. Un millón de veces peor. No obstante, aquella palabra ni siquiera asomaba sus narices delante de él, pues de hecho, las cosas iban relativamente bien. Hacía ya más de un año que Lestrade mudó sus pertenencias a Pall Mall y hasta ahora, pocos habían sido los momentos en los que las situaciones no fueron de lo mejor.

Por ejemplo, aquel lejano primer beso, justo cuando ese depredador le había tomado en brazos luego de bajar su copa y aprovechando sus manos unidas, le llevó en un solo y fluido movimiento hasta su regazo, donde sin más, tomó hasta el último aliento de Lestrade. Luego de eso, sinceramente, no había podido hacer nada para alejar esas grandes manos y esos arrebatadores besos, pero tampoco es como si hubiese querido hacer algo para frenarle. Simplemente se había dejado llevar por sus instintos, mismos que le obligaron a corresponder favorablemente a cualquier cosa que Mycroft le hiciera o pidiera. No obstante, no había sido del todo malo, solo quizá el momento para eso había llegado demasiado rápido.

Y, por raro que fuese, Lestrade no se arrepentía. Toda su vida se había hecho cargo de él mismo y de las situaciones que le rodeaban, tanto en su vida personal como en la laboral, nunca pudo realmente experimentar lo que era dejarse ir. Soltarse. Jamás hubiera pensado que ser cuidado, adorado y mimado podría llegar a ser tan extraordinario. Dejarse sostener por alguien más era, en todo sentido, lo que siempre había deseado si bien no lo sabía hasta que el momento llegó.

Terminó siendo feliz, contra todo pronóstico, en el papel de presa que nunca hubiera admitido ser. Pero ahora estaba ahí y eso bastaba. Había chocado con el gran caballero que lo sostendría por el simple hecho de ser quien era. Ya no más complejos con su altura, misma que ahora amaba. Ya no más tratar de convencerse sobre que parecer un dios griego no era malo, pues ahora lo sabía, estaba seguro de ello. Ya no más problemas con sus grandes ojos, o con su voz, o con su cuerpo.

Había chocado con el gran caballero que le susurraba amor todas las noches mientras le abrazaba con su cuerpo y las mantas tibias. Había chocado con ese depredador que juraba mantenerlo a su lado por el resto de sus días y devorarlo lentamente a cada oportunidad. Ante ese depredador Lestrade se había rendido.

Se rindió ante los deseos de Mycroft sin que al menos pudiera decirlos en voz alta. Lestrade había caído por aquellos claros ojos gris hielo, los mismos que le miraban una calidez abrumadora y tomaban de él todos y cada uno de sus latidos. Para ese gran caballero eran sus sueños, sus suspiros, cada uno de sus torpes pensamientos. Por él había cambiado su trabajo, renunciando a Scotland Yard para solo convertirse en un visitante frecuente, a puerta cerrada, en el Salón de Forasteros del Club Diogenes. Por Mycroft Holmes, Lestrade había dejado a un lado el trabajo por el que había luchado tan duramente, había hecho un lado su excitante vida persiguiendo criminales.

Y aun sabiendo eso, Lestrade no encontraría jamás una gota de arrepentimiento. Lo había hecho por cuenta propia, fueron sus propios deseos los que le llevaron a tomar aquella dura decisión. Porque Mycroft se había convertido rápidamente en algo, en alguien mucho más importante. Diez veces. Mil veces. Un millón de veces más importante que cualquier otra cosa. Como una hembra a su alfa, se sabía atado por la eternidad a ese depredador. Y Lestrade, sumisamente, había sucumbido ante aquella aura dominante, sabiéndose por ello el más feliz de los hombres.

Lestrade estaba siendo devorado...

Y no había manera en que no amara cada segundo de ello.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora