Yao entra en la casa del ruso sin tocar si quiera, con una bolsa llena de chucherías, avanza por la pequeña casa, no voltea a mirar al ruso más de tres segundos seguidos, que son más que suficientes para darse cuenta si el bulto en la cama aún respira.
-¡Ahg! -protesta el chino-. No tocaste los panes de frijol, aru.
-No tengo hambre.
El chino intenta aguantar contando hasta el diez, pero pierde la paciencia en el tres, va hasta la cama de la "bestia" destapándole con violencia.
-Escucha: en este instante te levantas, vienes a comer a la mesa conmigo y no protestas ¿entendiste, aru?
-No quiero.
-No es como que te esté preguntando, aru -podemos notar por la forma en la que se dirige a él, que la confianza que Yao siente por el ruso es mayor desde el día de la ventana.
-¿No te da miedo comer con una bestia? -pregunta casi en un susurro.
-Me lo daría si lo fueras, aru -declara con calma poniendo la mesa.
-¿Por qué no escuchas a la gente del pueblo y me dejas solo? -pregunta sinceramente sentándose en la cama.
El chino se encoge de hombros sin responder.
-¿No debes ir a trabajar?
-Mi turno termina temprano, justo a tiempo para ir al zoológico del pueblo y darle de comer a las bestias -se burla, mirándole fijamente a los ojos-, ahora siéntate que se enfría lo que traje.
Ese abstracto concepto del pudor es algo que el ruso ha optado por no tratar demasiado, sale de la cama dejando sus desnudas piernas listas para recibir la mirada del chino, abre los ojos porque, aunque la camisa es larga... hay algo más largo debajo de ella que está a plena vista.
-¡Por amor de todo lo bueno, ponte pantalones, aru!
-¿Eh? Pero es mi casa -se excusa con un argumento válido.
-¡Tienes invitados! ¡Vístete decente, aru!
El albino le mira con una clara expresión de: "Su petición debe ir al buzón de sugerencias antes de ser solucionada". Se sienta en su sillita, con carita de niño regañado, pero sin ponerse ninguna prenda, aunque se muere de frío, y es verano.
-Nadie te invito.
-Te traigo comida todos los días, aru, ya que la señorita bestia no es digna de ir al mercado por alimento, deberías agradecer, aru -resalta acomodándose en un banco. Incomodo, pero aliviado de que la mesa le cubra de esa vista maravillosa.
El de ojos amatista se alza de hombros.
El asiático acomoda los platos de pollo a la naranja sobre la mesa, uno para cada uno, doble ración al ruso.
-¿Por qué te interesa tanto que coma?
-¡La comida es lo más importante! -afirma-. Cuando vivía con mi familia en Beijín todos los días sin importar lo que se estuviera haciendo lo más imperativo era cenar todos juntos, aru -recuerda con nostalgia y una sonrisa.
-¿Qué les pasó?
-¿A qué, aru?
-Tu familia -toma un bocado saboreando con los labios.
-Ah, están... Bueno, mi hermana menor se mudó Taiwán, el siguiente en la línea creo que tiene un grupo de pop en Corea o algo así, no me habla demasiado... El siguiente es un desgraciado traidor que se largó con quien sabe quién a Inglaterra, aru.
ESTÁS LEYENDO
Extraño (RoChu)
أدب الهواةYao, a poco tiempo de mudarse a Rusia, queda enamorado de las pinturas de un no reconocido artista, en concreto de un cuadro de girasoles. Como señal divina, un campo de esas flores tan bellas se encuentra fuera del pueblo en el hogar de una bestia...