Capitulo 1

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Supongo que tú no lo recuerdas, pero yo sé que llevabas ese vestido rojo que tanto me gustaba, que calzabas unas sandalias a juego y lucías unos bonitos pendientes que alguien te había regalado mucho tiempo atrás. Podría decirte también que nos conocimos a las once y cuarto de la mañana de un miércoles lluvioso, y que al presentarnos se te cayeron los papeles que tenías en la mano y las dos nos reímos mientras te ayudaba a recogerlos. Sí, probablemente lo hayas
olvidado todo. Sin embargo, yo lo sigo teniendo siempre presente en la memoria, tan fresco como si hubiera sucedido ayer mismo.

                           ***

—Y aquí está el departamento de Literatura, hablaré con tus compañeros para que te busquen un hueco donde dejar tus cosas. Espero que estés a gusto con nosotros. —Seguro que sí —afirmé correspondiendo con una sonrisa al interés que mostraba por mí , el director del instituto. —En general, tenemos buenos estudiantes. Un poco ruidosos pero sin malicia.

El primer día en un trabajo nuevo siempre es difícil, pero esa dificultad se acrecienta cuando tu deber es enfrentarte a cuarenta adolescentes con las hormonas desbocadas y muy poco interés por conocer a Shakespeare o a Cervantes, así que agradecí sinceramente las palabras de ánimo de mi acompañante. —Ahora, voy a enseñarte la sala de profesores, aunque a estas horas la mayor parte está dando clase y no creo que pueda presentarte a nadie. Mientras notaba en el estómago el cruel gusanillo de los nervios, seguí al director a través de unos cuantos pasillos. De las aulas cerradas llegaba el murmullo de los alumnos y algún que
otro grito del profesor de turno, lo cual nos hizo mirarnos y sonreír al unísono. —Deberíamos cobrar más, sin duda —dijo Jinyoung guiñándome un ojo al tiempo que entrábamos en la sala de profesores—. Mira, éste es , del departamento de Historia. Luis, te presento a Chaeyoung, la nueva profesora de Literatura. Un poco torpemente, el tal Luis, bajito y bastante entrado en carnes, se levantó de su mesa y me saludó con un sudoroso apretón de manos. —Bienvenida al infierno. —Vamos Luis, no la asustes. Chaeyoung es nueva en esto y no necesita tu visión pesimista del mundo.

—No, tranquilos. Me parece que ya sé dónde me meto. —Créeme —insistió Luis haciendo caso omiso a las palabras del director —, la realidad superará ampliamente todas tus expectativas, aquí vivirás aventuras que no puedes ni imaginar. —No te creas ni una palabra de lo que te diga este hombre —dijo entonces una jovial voz femenina que me hizo volverme hacia la puerta—. Hola, soy Mina, la profesora de Matemáticas. Hoy, tantos años después, sigo siendo capaz de rememorar cada segundo de la conversación que siguió aunque, para ser sincera, debo decir que al aparecer Mina los dos hombres que me acompañaban se hicieron pequeñitos, hasta el punto de que estoy por asegurar que llegaron incluso a desaparecer. Ante mí, una deliciosa mujer ataviada con un sencillo pero precioso vestido rojo sonreía cordialmente y se inclinaba para besarme. —Hola —contesté al fin, recuperando el uso de la palabra— yo soy... No llegué a decir mi nombre, pues en el mismo momento en que nuestras mejillas se juntaron, el fajo de papeles que Mina llevaba en la mano cayó al suelo y se deshizo en un informe montón. —¡Qué torpe soy! —se lamentó ella sin perder el buen humor—. Todos los exámenes revueltos.

—A mí me pasa siempre lo mismo —me solidaricé al tiempo que me agachaba para ayudarla. No podría precisar el instante en que las dos nos quedamos a solas. Sólo sé que, cuando al fin recompusimos los exámenes, Luis y Jinyoung habían desaparecido. Ahora, Mina me miraba con una sonrisa acogedora, y justo cuando yo empezaba a pensar que tal vez querría que la dejara trabajar en sus clases, sus palabras me produjeron una inexplicable satisfacción: —¿Tienes tiempo de tomar un café? —Claro, genial. —Estupendo —dijo tomándome del brazo y conduciéndome hacia la
cafetería—. Me alegro mucho de tenerte aquí, casi todos los profesores son hombres y muchos están cerca de la jubilación. Estoy segura de que vamos a ser buenas amigas. A aquella hora la cafetería del instituto estaba prácticamente desierta. Solamente un grupo de tres o cuatro muchachos, que probablemente se saltaban sus clases sin permiso, charlaban en una mesa del fondo tratando sin éxito de pasar desapercibidos. —¿Es tu primer día en esto? —Sí, ¿se nota demasiado que soy novata? —Tranquila —sonrió Mina con afecto—. Aquí nadie se come a nadie.

Además, con tu aspecto ya tienes mucho ganado. Una persona joven y atractiva conecta mejor con los alumnos de esta edad, ¡en este centro hay cada carcamal! ¿Por qué me resultaban tan agradables las palabras de aquella hermosa desconocida? ¿Sería por el brillo de sus increíbles ojos claros, de un color tan indefinido que todavía hoy no sabría precisar? ¿O tal vez se debía simplemente a que, en mi estado de ansiedad, recibiría como agua de mayo cada palabra de apoyo recibida, viniera ésta de donde viniera? No podría decirlo. Lo que sí sé es que, cuando sonó el timbre anunciando el inicio de la siguiente clase, sentí vivamente tener que separarme de Mina, y que cuando la vi alejarse balanceando rítmicamente sus caderas y con una carpeta en la mano, deseé que sus palabras fueran proféticas y que las dos nos convirtiéramos en las mejores amigas.

Con Mina nunca tuve la impresión de estar ante una marioneta, ante un personaje de ficción que careciera de realidad propia y fuera poco más que un mero producto de mi imaginación. Me pasaba con mucha gente, pero nunca con ella. Desde niña, siempre me pareció que gran parte de cuanto me rodeaba era un simple decorado, una porción del atrezo que el gran teatro del mundo ponía a mi disposición. El conductor del autobús que me llevaba al colegio, mi profesora de piano, la niña que me daba patadas en las espinillas... ¿existían realmente? Más bien, me sentía inclinada a pensar que no, y que su misión en la vida se limitaba a hacer acto de presencia durante los breves minutos en los que interactuaban conmigo. Luego, cuando ya no eran necesarios, desaparecían indefinidamente hasta que llegaba el momento en que su concurso fuera requerido de nuevo, como hacen los personajes que entran y salen a las tablas del escenario según las exigencias del guión. Supe desde la primera vez que la vi que debía tener cuidado. Mina era dulce, guapa, extrovertida, encantadora... ella sin duda existía aunque yo no estuviera presente. Entre clase y clase, al salir del instituto o a la hora de los recreos, siempre estábamos juntas; a su lado, el tiempo volaba y los problemas desaparecían, pero yo sabía que no podía enamorarme de ella, pues a pesar de todas sus virtudes, mi nueva amiga tenía un pequeño pero incómodo defecto: el de estar felizmente casada con un hombre. No era la primera vez que me sentía atraída por una mujer heterosexual, así que al principio creí sinceramente que podría controlar mis sentimientos. Por otra parte, no resultaba sencillo evitar su compañía, pues como ella misma dijo al presentarse, no había mucha gente de nuestra edad en el la escuela y además teníamos aficiones comunes y miles de cosas que compartir. Durante un tiempo todo fue bien, e incluso llegué a convencerme de que era feliz y de que me bastaba con la amistad que Mina me proporcionaba. Cuando los lunes ella me contaba lo que había hecho con Bam Bam, su marido, durante el fin de semana, yo sentía una leve punzada de inquietud, pero creía que se debía más al hecho de no tener pareja que a los celos por saber que mi amiga tenía ocupado el terreno sentimental. ¿En qué momento una célula sana se convierte en una alteración cancerosa que amenaza nuestra existencia? ¿Es
posible que semejante cambio se produzca en nuestro interior sin que nada nos permita darnos cuenta? Es terrible pensarlo: puedes estar en el cine, en una cena entre amigos o haciendo el amor con tu pareja, crees que eres feliz y que tienes toda la vida por delante y, sin embargo, en ese mismo instante, tu propio cuerpo te está traicionando y ha decidido empezar a maquinar contra ti sin importarle las consecuencias. Del mismo modo, ¿en qué instante una amistad inocente se transforma en una atracción irresistible? ¿Qué palabras o qué hechos fueron necesarios para que todas las barreras que había erigido con cautela saltaran por los aires dejándome sin defensa?

¿Cuándo decidió mi cerebro rebelarse contra mis estrictas órdenes y relajar su vigilancia? He pensado muchas veces en ello y, aunque no me atrevería a afirmar que hubiera podido evitarlo, creo que todo empezó una lejana tarde en la que mi teléfono sonó y Mina me propuso ir con ella de compras...

Hola!!!
Les dejo nuevo capítulo 😊 , espero les guste.

Te amo , Luego existes (Michaeng Adaptacion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora