Creo que me enamoré de ti la primera vez que te vi, aquella mañana que me invitaste en la cafetería del instituto. Había un grupo de tres o cuatro chicos que no dejaban de observarnos, y sonriendo con picardía insinuaste que yo les gustaba. Aunque no te dije nada, yo estaba segura de que no era a mí a quien miraban, pues a pesar de ser casi diez años más joven de ningún modo podía compararme a ti en belleza. Sí, creo que me enamoré ese día, pero no lo supe hasta muchos meses después, mientras te probabas una falda en una pequeña tienda de moda,
al final de una agotadora jornada de compras y confidencias...
***
—¿Empezamos por la sección de bolsos? He visto unos diseños que sería un pecado no comprar. Me sentía de muy buen humor, para mí es un placer inexplicable el pasear viendo escaparates sin buscar nada en concreto y sin tener que preocuparme por las manecillas del reloj. En cuanto a Mina, y por lo que podía ver, al menos en ese aspecto estábamos hechas la una para la otra. —Es una delicia venir contigo de compras. Cuando llevo a Bam Bam, a la media hora le tengo bostezando y con cara de pocos amigos.
—Sí, los hombres para eso no suelen ser la mejor compañía. —No saben lo que se pierden, ¿verdad? Las dos nos reímos y, sin más preámbulos, nos concentramos en nuestra importante y placentera tarea.
***
Casi tres horas más tarde, hicimos un pequeño descanso para comer algo en un restaurante del centro comercial. Ni mucho menos habíamos dado por terminada la jornada, lo estábamos pasando estupendamente y en cuanto repusiéramos fuerzas queríamos darnos una vuelta por algunas tiendas que aún no habíamos visitado.
Acabábamos de pedir la cuenta cuando el sonido del móvil de Mina me produjo una inquietante sensación de ansiedad que no hubiera sabido explicar. Sin poderlo evitar, fingí concentrarme en una revista de modas, aunque en realidad estaba pendiente de su conversación: —Hola cariño... sí, estoy con Chaeyoung.¿Qué... tan tarde? Está bien, qué remedio. No, no estoy enfadada... es sólo que... Sí, adiós... yo también te quiero. Era inútil fingir que no había captado su tono irritado, y además nuestra amistad era ya lo suficientemente profunda como para poder interesarme por sus problemas sin resultar indiscreta:
—¿Sucede algo? —Hombres. No contento con haber pasado todo el día con sus amigos, me dice que esta noche no le espere despierta. ¿Por eso estaba Mina conmigo aquel sábado? ¿Su marido tenía planes y yo era el segundo plato? Resultaba ridículo sentirse celosa por eso, de sobra sabía que no podía competir con Bam Bam, pero aun así me dolió un poco ver cómo el rostro de mi amiga se ensombrecía al pensar que esa noche iba a pasarla sola. Al fin y al cabo, yo pasaba así todas las noches, lo cual pensándolo bien tal vez fuera un poco deprimente.
—Si te soy sincera, hay veces que me pregunto cómo es posible que aún siga casada con Bam Bam. Aquello era nuevo. Hasta ese momento, Mina nunca se había quejado de su marido, o al menos no en un tono tan amargo. De repente, me pareció que quizá tuviera problemas serios, pero más que descubrir fisuras en lo que hasta ese momento había creído un matrimonio perfecto, lo que me sorprendió fue constatar... que por algún motivo sus confidencias me hacían sentir mejor. ¿Qué demonios me estaba pasando? —Pensé que todo iba bien entre vosotros. —Eso creía yo también, pero de un tiempo a esta parte... en fin, vamos a dejarlo, hoy estamos aquí para gastar mucho dinero y divertirnos. Mientras nos levantábamos, con cierta amargura pensé que, por mi parte, estaría encantada de repetir aquella actividad el resto de los sábados de mi vida.
***
Incluso dos profesionales como nosotras empezábamos a estar exhaustas cuando, a última hora de la tarde, Mina se enamoró de una preciosa falda que contaba además con la ventaja de un precio irresistible. —¿Qué te parece? —Me encanta —contesté con sinceridad—, si no la compras tú me la llevo yo. —De eso nada, traidora. La he visto yo primero, y creo que es justo mi talla. Riendo, mi amiga cogió el último modelo que quedaba y se dirigió hacia el probador, mientras yo la seguía cargada con las numerosas bolsas que entre las dos habíamos adquirido. A punto de desaparecer en el pequeño habitáculo, Mina, con la mayor naturalidad del mundo, se volvió hacia mí y me pidió que la siguiera: —Así me das tu opinión. Realmente, era de lo más normal que dos amigas entrasen juntas a un probador, yo misma lo había hecho en más de una ocasión y nunca le había dado especial importancia. ¿Por qué entonces sentí de pronto aquel incómodo runrún en el estómago? No podía negarlo, no sabía si era el hecho de saber que había heridas en su matrimonio, pero algo había hecho clic en mi interior: de repente, el aire me parecía cargado de electricidad y lleno de presagios. Entrar en el probador con Mina se me antojó sensual, pero también mezquino y muy alejado de la mera amistad. Sí, era ella la que me había invitado a hacerlo, pero tenía la sensación de estar cometiendo un acto ruin y deshonesto, por la sencilla razón de que... mi amiga no sabía que yo era lesbiana. Muchas veces había pensado en decírselo, pero al final siempre me acobardaba y lo dejaba para una ocasión más favorable que no acababa de presentarse. En el fondo, seguía siendo la misma chica llena de inseguridades y sumamente cautelosa que fui en la adolescencia, y al fin y al cabo había conocido a Mina en el trabajo. Hasta que tuviera una plaza fija en el instituto, me parecía que era razonable ocultar algo que a nadie le interesaba y que sólo a mí me afectaba. Y ahora estábamos allí, y Mina no podía ni sospechar que, aunque sabía que nunca podría haber nada entre nosotras, el mero hecho de pensar en verla en ropa interior me producía un delicioso cosquilleo muy parecido a la felicidad. De cualquier modo, juro que, si hubiera acertado a encontrar una excusa convincente, habría esperado fuera del vestidor a que mi amiga se probara la falda. Pero no se me ocurrió nada que decir, y no me ayudó a concentrarme que Mina, después de desabrochar sus vaqueros, balanceara las caderas a uno y otro lado mientras hacía descender los pantalones a lo largo de sus piernas. Tampoco me tranquilizó que, debido a lo ajustado de la prenda, sus braguitas siguieran parcialmente el mismo camino, dejando durante unos interminables segundos una generosa porción de sus nalgas a la vista. Tranquila, totalmente ajena a mi azoramiento, la bella
profesora de Matemáticas tardó un mundo en colgar sus pantalones en la percha, bajar la cremallera de la falda y, al fin, recomponer con gesto distraído su ropa interior. ¡Qué bonita estaba, en braguitas delante de mí! Podía ver en el espejo sus muslos, elásticos, llenos y perfectamente torneados. Antes, había podido admirar por unos maravillosos segundos la visión de sus rotundos glúteos, redondos, altos y respingones. ¿Qué me estaba pasando? Me había prometido una y mil veces a mí misma no mirar a Mina con ojos lascivos, no permitirme ni por un momento soñar en tener una aventura con ella. Me lo había prometido y creía haberlo cumplido pero ahora, sin embargo, notaba que mis fuerzas parecían abandonarme cuando más las necesitaba. ¿No hacía un calor increíble en aquel exiguo compartimento? Una vez, había ido a la playa con dos amigas heterosexuales, y las tres nos habíamos bañado desnudas en el mar sin el menor problema. Sus cuerpos eran jóvenes y atractivos, pero yo los había mirado de un modo inocente y sin el menor deseo. ¿Qué tenía aquella situación que la hiciera diferente? Mina era hermosa, sí, pero era simplemente una amiga. Además, era heterosexual y... Un momento, ¿qué importancia tenía que ella fuera o no lesbiana? No podía basar mi tranquilidad en el hecho de saber que nunca podría haber nada entre mi compañera de trabajo y yo porque, entonces... sería como reconocer que Mina me atraía, que no era una simple amistad lo que sentía hacia ella. ¡Pero eso sería terrible! Era justo lo que menos necesitaba en aquel momento. Tenía que luchar por afianzarme en mi puesto de trabajo, no soñar con quimeras imposibles ni buscar el amor donde de ningún modo podría encontrarlo. Pero lo cierto era que, enfundada en la dichosa faldita, Mina estaba sencillamente espectacular. La prenda se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, y mientras mi amiga giraba y se contoneaba ante el espejo, yo, situada detrás de ella, tenía una visión panorámica y completa de su anatomía. —¿Qué tal me queda? —Estás preciosa. —¿No me hace demasiado culo? —No... te queda muy bien. —¿Te parece demasiado provocativa? —Para ir al instituto, desde luego... —¿Quién sabe? A lo mejor así conseguía que aprendieran más Matemáticas. Las dos nos reímos a la vez; ella con sinceridad, yo pensando que, si pudieran verla, probablemente los alumnos de su clase pondrían una cara parecida a la que sin duda estaba poniendo yo misma en aquel momento. —Creo que voy a llevármela... ¿quieres probártela tú? —¿Yo? No, a ti te queda perfecta. Además... tú la has visto primero. —No importa tonta, pruébatela si quieres y después decidimos quién de las dos se la queda. —No, de verdad —necesitaba terminar cuanto antes con aquello, ¿no notaría Mina mi desconcierto?—. Tengo una muy parecida, llévatela tú. —De acuerdo, si insistes. Mi amiga dio todavía un par de vueltas más sobre sí misma, observándose con ojo crítico en el espejo. Al fin, cuando consideró que la faldita pasaba todas las pruebas de calidad pertinentes, procedió a quitársela para recuperar sus pantalones. Al menos, esta vez sus braguitas permanecieron en su sitio durante la operación.***
Esa noche di muchas vueltas en la cama antes de dormirme. En vano traté de racionalizar lo sucedido, de buscar explicaciones y de autoimponerme normas de conducta estrictas y claras que me ayudaran a superar el problema. Trataba de convencerme de que mi atracción por Mina era meramente física y por tanto fácilmente controlable; resultaba lógico que me gustara, pues estaba ante una mujer terriblemente atractiva e interesante, pero también lo eran muchas otras y no por eso les dedicaba más de un minuto de mis pensamientos. Era ya muy tarde cuando, desesperada, tuve que admitir que me había enamorado de una mujer heterosexual. ¡Qué doloroso resultaba saber que, en ese mismo instante, Mina existía, independientemente de que yo pensara en ella o no!
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Te amo , Luego existes (Michaeng Adaptacion)
Fanfiction¿En qué instante una amistad inocente se transforma en una atracción irresistible? ¿Qué palabras o qué hechos son necesarios para que todas las barreras que erigimos con cautela salten por los aires dejándonos sin defensa? Me había hecho a mí misma...