TO THE SEA » merthur

Parte IV.

[ PARTE IV ]
when i'm weak for
everything that i'm told.

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ARTHUR SENTÍA QUE FLOTABA en colores que eran imposibles de describir, en emociones que no tenían nombre aún y en sensaciones que nunca en su vida creyó haber experimentado. Era todo tan surreal pero a la vez tan posible, algo así como una paradoja constante de la cual no parecía haber salida ni ganas de encontrarla.

    Era relajante sentir cómo toda esa carga puesta sobre sus hombros desde tan corta edad se evaporaba y mezclaba con las brillantes y a su vez indescriptibles tonalidades de su propia alucinación; pero era también aterradora esa sensación de insensibilidad e hipersensibilidad, de un calor que congela y un frío que quema, de una mentira que dice la verdad y una verdad que miente.

    Se sentía patético, pues bien sabía él que este mar de contradicciones no era más que una pobre excusa para evadir la realidad que se había construido para sí mismo gracias a su propia estupidez. Sabía que no debió haber sido tan terco ni tan temerario, que quizás debió haber escuchado uno que otro consejo de vez en cuando. Al menos, era eso lo que la parte de atrás de su cabeza le repetía constantemente mientras que Arthur intentaba escaparla.

    Pero prefería ahogarse ahí. Quizás eso era lo que se sentía morir; el flotar la mayor cantidad de tiempo posible en un limbo psicodélico hasta que todos los colores fueran consumidos por el gélido abrazo de la muerte. Era indoloro, sí, pero increíblemente amargo; aunque había algo al respecto que no se sentía del todo correcto. No era como que si Rey tuviera algún tipo de experiencia previa cuando de morirse se trataba, pero sí había una parte de él que gritaba en desespero que no se rindiera, que no podía rendirse, porque aún quedaba más.

    En cierto modo, quizás, estaba en lo cierto, puesto que a veces sentía una brisa cálida o algo que le rozaba el cuerpo con la sutileza de un pétalo o una suave caricia en la mejilla. Escuchaba ecos de voces, de la misma manera que cuando estás bajo el agua y alguien grita tu nombre.

    Sus recuerdos eran constantes lagunas mentales, donde las cosas se veían borrosas o simplemente no se veían; cuando recordaba un acontecimiento, automáticamente olvidaba el siguiente o el anterior o ambos, haciéndosele imposible poder reconstruir su propia línea de tiempo. Justo era decir, eso sí, que le gustaba esa ignorancia. Le gustaba no recordar sus errores ni a la gente que había perdido ni a la que estaba dejando atrás dejando atrás.

    Pero lo quisiera o no, había algo grabado a fuego en las paredes de su memoria que no podía ignorar: unos ojos de un color azul parecido al momento donde un día nublado recién comienza a conocer la calidez de un rayo de sol, quizás el azul responsable de las corrientes eléctricas que calentaban su cuerpo.

    No recordaba bien a quién pertenecían, pero bien sabía que eran de alguien importante, de alguien que realizó un impacto monumental en su vida. Perseguía esa silueta por los recovecos de su cabeza, sin poder realmente alcanzarla; se veía efímera, pero se sentía como el hogar.

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DE VEZ en cuando, en su cabeza aparecían imágenes de historias de las cuales se sentía ajeno. Escuchaba dragones, soldados, peleas, muertes; podía imaginarse rostros, lugares, olores y emociones que no se sentían suyas. Eran historias que hablaban de grandeza, de temores, de amor.

    Pero se escapaban de su imaginación de la misma manera en la que un suspiro se pierde en el viento.

    No eran historias suyas, no. No eran recuerdos. Arthur se encontraba en segundo plano siempre, pero había una única cosa que sentía que le pertenecían de todas esas historias: la devoción.

    La necesidad de saber el por qué sentía tan propio ese sentimiento hacía que golpeara las paredes de la burbuja que lo apartaba del mundo de los vivos, de quizás ese dolorosa realidad de la cual era una parte, una víctima. Y sabía que esos ojos azules tenían estaban totalmente relacionados.

    —Por favor —escuchó en un eco una voz agonizante, llena de desesperación y súplica—. Por favor, vuelve. Mírame. Estoy acá, siempre lo he estado y siempre lo estaré. Yo... —una pausa, de esas en las que se toma aire y coraje para poder continuar—. Yo te necesito, Arthur. No puedes dejarme solo.

    Eso quizás fue lo necesario para que la burbuja estallara y lo dejara ser libre, obligándolo a enfrentarse a ese dolor corporal inconmensurable y esos pequeños destellos de imágenes vividas, pero que no podían ser del todo retenidas. De a poco, fue recuperando el control sobre sí mismo, sobre su cuerpo, hasta ser lo suficientemente fuerte como para poder decir algo.

    —¿Merlin? —dijo, en un volumen no más alto que el de un débil susurro, ya que su garganta no parecía estar preparada para hacer el más mínimo sonido. No estaba del todo consciente, por ende no sabía el por qué decía ese nombre; solo sabía que se sentía correcto y se sentía a salvo, como si la persona dueña de aquél pudiera protegerlo de toda adversidad.

    —¿Arthur? —preguntó la persona dueña de la voz desesperada que le hablaba cuando él se encontraba en el limbo entre la vida y la muerte, pero que ya no podía recordar qué le decía—. Dios, Arthur, estás vivo.

    Lo siguiente que sucedió fue que unos brazos lo rodearon tan fuerte, como si aquella persona delgada que lo sujetaba temiera que se le escapara de entre las manos nuevamente. Su instinto hizo que él simplemente rodeara sus propios brazos alrededor de dicho hombre que soltaba suaves sollozos en su oído.

    Abrió los ojos al mismo tiempo en el cual el abrazo se rompió, dejándolo con un vacío en el pecho como si le hubieran arrancado lo que por tanto tiempo había deseado. Y, al momento de enfrentar a la persona, aquel color azul que resonaba en su cabeza cobraba sentido, esa silueta que se le escapaba por fin adquiría una forma y esa devoción obtuvo dueño.

    Merlin.

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✎ 05.11.2018 ;